Televisión en vivo de Catholic.net

lunes, 24 de noviembre de 2008

Editorial: Si Cristo es Rey, ¿Dónde está su Reino?

Celebramos la fiesta de Cristo Rey, y por eso nos parece buena idea preguntarnos cuál es el Reino de Cristo, dónde está, y cómo lo podemos conocer, puesto que durante todo el año hemos venido repitiendo nuestra esperanza de que Él vuelva pronto.

Muchas veces, cuando pensamos en el Reino de Cristo, lo hacemos imaginando ese paraíso de praderas verdes bellísimas, arroyos cantarines y árboles por doquier, con pájaros que pasan por el cielo cantando, mientras varias personas en trajes vaporosos cantan y bailan en el pasto de una colinita que se recorta sobre el horizonte. ¿Verdad que es una estampita preciosa?

La verdad es que nadie ha visitado el Paraíso y ha vuelto para contarnos cómo realmente es, y por eso, se suele aceptar como válida cualquier imagen de paz y felicidad que podamos imaginar.

A mí, me gusta más pensar en el Reino que yo reconozco para Cristo, en ese lugar de mi corazón, donde Él es reconocido como tal, donde su voluntad se cumple sin discusión, duda ni temor, allá donde (aunque con trabajo y esfuerzo), llego a dominar mi yo altanero y desobediente, ese lugar donde todo mi ser se vuelve dulce y tierno, donde brillan mis buenas intenciones, donde reside lo mejor de mí.

Es evidente, que por mi humanidad débil y traicionera, muchas veces dejo que se infiltre en ese reino el hedor de mis pecados, también es cierto que muchas otras veces se infiltra mi propia imagen, y se adueña del reino, convirtiéndose en ese temible mandamás que nunca se sacia, y que me hace correr detrás de mis instintos animales, que me hace disfrutar del rencor, del deseo de venganza, de la ira, del chisme traicionero, del mal trato, de la respuesta ríspida como un puñal, es verdad que el Reino de Cristo muchas veces se lo arrebato yo mismo en mi alma, pero para mi bien, Él siempre se queda cerca, muy cerquita mío, susurrándome al oído palabras de amor y de perdón, dejándome entrever su cercanía con caricias y ternuras que son tan sutiles, que a menudo las confundo con las cosas del diario vivir.

Pero no, no es el diario vivir, es Cristo, mi Cristo que quiere ser siempre mi Rey. Y no es que Él me necesite para nada, o que yo tenga algún valor adecuado para sus deseos de reinar en mí. Es que solo Él encuentra belleza en mí, porque me ama. Porque cuando me creó, lo hizo con muchas esperanzas, lo hizo con ternura y delicadeza. Me amó desde el principio, y me amó tanto, que me concedió esta libertad de la que con tanta frecuencia abuso, y que Él tanto respeta, incluso cuando mi mal uso lo lastima… hasta que Él derrama una lágrima mientras sonríe, porque aún así, sucio y descarriado, me sigue amando.

¿Cómo no luchar entonces, para hacer que sea siempre mi Rey, el Rey de toda mi vida, el que gobierna, el que manda, el que doblega y el que levanta, el que da y el que quita, y que espera mi respuesta, no en términos de dinero, de genuflexiones, de actos notables ni de grandes hazañas, sino simplemente en términos de amor, de entrega y servicio en su nombre y por su amor?

Cristo es Rey, es el Rey de toda la creación, es por quién se hicieron todas las cosas, y sin embrago, es al mismo tiempo en mendigo del amor. Por eso contestó a Pilatos, que su Reino no es de este mundo, pero también por eso les dijo a los apóstoles que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Porque su Reino no es de la tierra, sino del corazón.

Cristo como Rey, no desea para su trono riquezas, joyas, oro ni plata. Él quiere que el trono que yo le prepare en mi corazón, esté hecho de actos concretos de amor a mis semejantes, de justicia, de perdón, de humildad, de paciencia y tolerancia, todo bañado con el brillo de la caridad.

¿Que suena utópico, que parece difícil? ¡Claro que es difícil, pero utópico no! Basta elevar la mirada al cielo, basta reconocer nuestra inutilidad para avanzar, basta con mirar nuestra impotencia y nuestra falta de fuerzas, para que Él, Rey de reyes, corra a nuestro lado, limpie nuestras basuras, y recueste nuestra cabeza en su costado abierto precisamente para que de él mane agua de vida, de alegría, de felicidad. Entonces si, nuestra alma se parece a un prado verde, ondulado con arbolitos y pájaros que cantan y pasan volando, porque así se siente cuando entregas tu alma como sede de ese magnífico Rey.

Zaqueo, el malo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Mariano de Blas LC

Un día, Nuestro Señor, acompañado de una gran muchedumbre, atravesaba la ciudad de Jericó. Había allí un hombre llamado Zaqueo -jefe de publicanos y rico -, que hacía por ver a Jesús, pero por ser pequeño, no podía. Corriendo adelante, subió a un sicomoro para verlo, pues había de pasar por allí. Cuando llegó a aquel sitio, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa”. Él bajó a toda prisa y lo recibió con alegría. Viéndolo, todos murmuraban porque Cristo había entrado a casa de un pecador.

Zaqueo, en pie, dijo al Señor: “Doy la mitad de mis bienes a los pobres, y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo cuatro veces”. Díjole Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham; pues el Hijo del Hombre ha venido a salvar y a buscar lo que estaba perdido”.

Todos le miran mal, murmuran, le insultan: es el malo, el ladrón. Cristo, al contrario, no maldice, no escupe; conoce mejor que nadie la maldad, nadie se lo tiene que decir; pero también conoce las vetas sanas.

¡Cuántas veces la gente mala da lecciones de bondad impresionantes a los que se consideran buenos! Cristo acertó con ese pequeño hombre al mirarlo de otra forma.

El amor y la misericordia hicieron el milagro, y harán el milagro contigo y conmigo. Conoce que hay en ti fallos incluso grandes, perezas, egoísmos, sentimentalismo, etc.; pero conoce las partes sanas, y con ellas se queda. Por eso insiste, espera lo mejor, sabe que se puede, que tú puedes.

Si Cristo te sigue buscando es muy buena señal. Lo contrario significaría que ya no le importas. Por eso, déjate invitar, déjate querer por el Maestro.

“Zaqueo, baja pronto”. Vemos que Cristo toma la iniciativa: el más interesado en tu felicidad es Él. ¿No has sentido los pasos de Cristo en los patios, los jardines de tu casa? Cristo te ha hablado en tantos lugares y te ha trasmitido mensajes personalísimos. Él ha estado hablándote durante toda la vida.
El hombre bajó a toda prisa y lo recibió con alegría. El malo de Zaqueo aquí se portó a la altura, se sacó un diez: a toda prisa, no pensó más, no dejó que la falsa prudencia le aconsejara mal: es que no tengo preparada la comida; me agarró en curva; otro día mejor; mira, no lo había previsto. A toda prisa...

¡Bien por ese hombre, y bien por todos los Zaqueos y Zaqueas que lo invitan con alegría! Yo me pregunto si puedo recibir en casa, con cara triste, con amargura, con indiferencia, a este gran Huésped... Y, no es el “mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder, mañana”, sino, ahora le abrimos.

Todos murmuraban ¡Cuidado con erigirse en jueces de los demás! Es la pantomima del fariseo del templo: “Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás”... Cuando veas a alguien faltando, robando, siendo infiel, no juzgues.

Recuerda lo que decía San Agustín: “No soy adúltero, porque faltó la ocasión”... “Yo podría ser él o ella si no fuera por la misericordia de Dios.”

Se atreven ahora a criticar a Cristo aquellas gentes. Antes mordían a Zaqueo, lo despedazaban con la lengua de víbora, ahora muerden al mismo Cristo. Quien se atreve a murmurar de sus hermanos, un día murmurará de su Padre.

La salida de Zaqueo a la tribuna libre: “Doy la mitad de mis bienes a los pobres, y, si a alguno he robado, le devolveré cuatro veces más...” No era un santo ni de comunión diaria, no iba al templo, pero un gesto de simpatía de Cristo le robó el corazón: “Mira, Zaqueo, todos te odian, todos te critican; yo te quiero, por eso deseo comer hoy en tu casa. ¿Me aceptas?” Dejémonos impresionar y robar el corazón por ese mismo Cristo que ha tenido y tiene tantos detalles con nosotros.

Yo me quedo con Zaqueo, el malo, como Cristo, y con Dimas, a quien hoy llamamos el buen ladrón, con María Magdalena la mala, que hoy es santa María Magdalena.

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, le dijo a aquel hombre, “este es también hijo de Abraham”. También ha llegado la salvación a tu casa, pues el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Si en tu ayer encuentras algo de Zaqueo o de María Magdalena, no te preocupes, vuelve a empezar.

El Señor, que dio a Zaqueo la oportunidad de cambiar, nos da a nosotros, a ti y a mí, otra oportunidad.


Cualquier día es bueno para frenar en seco el mal comportamiento y comenzar una nueva vida. Zaqueo cambió radicalmente un día cualquiera en que Cristo se cruzó en su camino.

¿Cómo decirle a mamá que estoy embarazada?

Fuente: Catholic.net
Autor: Catholic.net

El tema de las jóvenes embarazadas antes del matrimonio sigue en pie a pesar de todos los intentos de la ciencia y de la técnica para tener lo que llaman por ahí, “sexo seguro”. La intención de este breve escrito es ayudarte a tomar una decisión, la mejor decisión para ti y para la vida que llevas dentro.

El siguiente testimonio es verídico y la persona implicada aceptó que se publicara para ayudarte:

“Mi mamá me conoce más de lo que pude imaginar...
Un domingo por la tarde después de regresar de Cuernavaca de unas vacaciones con mis amigas, estaba yo en el cuarto de mis papás viendo la tele cuando mi mamá entró y me pidió que la acompañara a casa de mi tía Eberth a dejarle unas agujas porque quería tejerle algo a alguien.

La verdad, no quería porque estaba cansada y le temía a los momentos de estar a solas porque sabía que le tenía que decir que estaba embarazada.

Mi novio y yo platicamos con la mamá de un amigo que es doctora, y nos explicó los pros y los contras de un aborto, además, visitamos a un doctor que los practicaba, después de esto, decidimos Gracias a Dios, tener a nuestra adorada hija; pero enfrentarnos a nuestros padres no era fácil.

Retomo el relato de la ida a casa de mi tía, me sentaron en el banquito de los acusados (así le decimos a un banquito que tiene en su cuarto) y directamente mi ma me peguntó si estaba embarazada.... ¡Fué un momento muy difícil! y ahora que soy mamá, lo comprendo mejor. Yo, sin titubear le respondí que si. Mi tía se aceleró y me dijo que lo mejor sería mandarme con mi otra tía, Martha, a Estados Unidos y que buscara a alguien para que me practicara un aborto. Yo muy segura del apoyo de mi novio, respondí que no, que ya habíamos decidido tenerlo. Mi ma estaba como choqueada y al ver que mi tía y yo empezábamos a discutir, se levantó y dijo: es su decisión y ahora hay que pensar cómo decírselo a su papá.

En ese momento entré en pánico. Mi pa me adora y siempre he sentido que nuestra relación es ¡increible!!, pero tiene un carácter muy fuerte.

El tiempo iba pasando y no sabía en qué momento enfrentar a mi Pa. Se enteraron poco a poco mis hermanos, tuvieron distintas reacciones y el mayor decidió que era él, el que tenía que decírselo a mi Pa, para relajar un poco mi tensión. Un miércoles al llegar mi Pa de jugar frontón con sus amigos, mi hermano le pidió que lo acompañara a su cuarto y le dijo todo, yo solo ví cómo se agarro la cabeza y se sentó en la cama, cuando subió a su cuarto le pidió a mi ma que me dijera que ya me durmiera y que otro día platicaría conmigo. Por supuesto no dormí. Después de que pasaron varios días y constatar que mi pa actuaba como si nada y no me decía nada, no sabía si sentir miedo o tranquilidad.

Fue hasta el domingo, 7 días después, que después de comer, mi papá nos pidió a mis hermanas y a mí que subiéramos a su cuarto junto con mi ma, y ahí sí me apanique...

Ya en el cuarto sentadas mis hermanas y yo en la cama, entró mi Pa y se sentó en la mesedora de mi ma y me dijo:

Tienes 2 opciones para esto que está pasando, primera, te vas mañana a Estados Unidos con tu ma y buscamos quién te practique un aborto lo más seguro que se pueda, o, segunda, me conviertes en el abuelo más feliz del mundo! Por supuesto que me paré lo abrace y le dije que quería tener a mi bebé y que mi novio estaba al 100 conmigo, se levantó de la mecedora sacó dinero y nos mandó por un helado de Mc.Donalds para que su nieta no saliera con cara de helado.

Por supuesto que años después, mi ma me platicó que mi pa lloró como niño chiquito en cuanto salimos de la casa.
Hoy después de 19 años no tengo más que darle gracias a Dios por tener una familia tan maravillosa y que me ha apoyado siempre.

Mi hija se convirtió en el ángel de la casa, mis pas la adoran y mis hermanos igual. Mis pas reconocen lo que ahora mi marido y yo hemos pasado y admiran y adoran a mi esposo.No puedo dejar de mencionar que la tia siempre ha visto por nosotros y quiere muchísimo a mi hija mayor.

Un hijo es el mayor regalo que Dios nos puede dar, de mi experiencia aprendí que si un amigo es un tesoro, la familia lo es todo. Amo a mi esposo, adoro a mis 3 hijos y le pido a Nuestro Señor que siempre bendiga a todas las personas q directa o indirectamente han estado siempre con nosotros.
Nada me gustaría más que poder transmitir esto a tantas chavitas q no saben qué hacer.

Sé que tuve la gran fortuna de encontrarme a un hombre maravilloso que me adora y que sus hijos son su vida, y sé que Dios Nuestro Señor siempre me lleva de la mano, al igual que la Virgen María que como madre siempre me da consuelo y un gran ejemplo. No es fácil el camino, pero vale la pena recorrerlo.”

El camino más corto

Fuente: www.reinadelcielo.org
Autor: Oscar Schmidt

Así lo dijo San Luis Grignon de Monfort, que el camino más corto para llegar a Jesús es a través de la Virgen. Yo quiero darles mi propio testimonio al respecto, porque lo he vivido en forma literal, en carne propia.
Si bien había tenido una educación en la fe en mi infancia, salí de la adolescencia habiendo olvidado totalmente mi religiosidad, mi espiritualidad. La enterré bajo toneladas de vanidades mundanas, anhelos de cosas vacías, una vida sin sentido espiritual. En este olvido de Dios transité más de dos décadas de mi vida, hasta que llegada la barrera de los cuarenta años me encontré enfrentado a una secuencia de calamidades personales, siendo la más conmocionarte una enfermedad que puso a riesgo o bien mi vida misma, o bien mi capacidad de una sobrevida normal.
Esta sacudida de mis cimientos me hizo circular un año en búsqueda de una nueva forma de vivir, de corregir lo que estaba mal en mi vida, sin advertir que era Dios quien me estaba llamando con Su sutil Palabra, a través del dolor.
Primero fue la Virgen la que hizo un ingreso fulgurante en mi realidad, sin saber siquiera yo quien era Ella. Pero en poco tiempo me enamoré perdidamente. ¿Quién es esta mujer, esta Niña-Madre que me llama de este modo? No podía comprender como en tan poco tiempo se había instalado en mí ese deseo de conocerla, de saber más sobre Ella. No había día en que no se presentara ante mi alguna referencia a su existencia. Joven, buena y llena de sabiduría, me llamaba.
De inmediato quise conocerla, empecé a buscar y leer escritos sobre Ella, a aprender de sus manifestaciones a través de los siglos, a su silenciosa pero fundamental presencia en los Evangelios. Alguien me dijo, tienes que rezar y meditar. ¡Pero si yo no sé hacerlo! De un día para el otro me encontré rezando el Santo Rosario a diario, mientras lloraba inexplicablemente cada vez que lo hacía. Era como liberar años de olvido, de desconocimiento, mientras una emoción interior incontenible me decía que si, que era eso lo que Ella quería.

En estos momentos me sentía absorbido por el amor que nacía en mí, pero algo me decía que había alguien más. Era Jesús, un Jesús totalmente desconocido para mí. ¿Quien es aquel que quiere robarme este amor por mi Madrecita del Cielo? Un Jesús distante, lejano, se dibujaba en el horizonte. Yo seguía mirando a María, pero Ella seguía hablando en cada texto, en cada oración, de Jesús.
Entonces, como empujado por la mano de la Niña de Galilea, empecé a querer saber de El. Poco a poco fui viendo el Rostro del Señor en cada rezo, en cada palabra que la Virgen ponía en mi camino. Jesús fue creciendo, acercándose, hasta que un día me encontré frente a El, a Su Estatura Divina.
María, entonces, se hizo a un lado y me dejó a solas con el Señor. Cada oración, cada lectura hizo centro en las Palabras de Jesús, mi Jesús. De a poco se presentó a mi alma como un Hermano, luego como un Amigo, para finalmente hacerme comprender que es infinita Su Divinidad. El abrazo de Jesús se hizo oración, se hizo meditación, pensamiento, deseo de conocerlo más y más. Nada quedaba de ese amor inicial por María, había sido superado por el amor a Jesús, un amor grande, redondo, completo, insuperable. María parecía estar a cierta distancia, sonriendo feliz de haberme llevado a El. Aprendí a orar dialogando con el Señor, compartiendo con El mis miedos y angustias, mis alegrías y sueños.
Pronto pude dimensionar mi amor por Jesús, y mi amor por María, unidos indisolublemente. Ella no puede ser pensada si no es junto a El. Mi amor inicial por la Virgen encontró su sentido, un sentido Cristocéntrico, perfecto. Pero estos giros de mi alma alrededor de Jesús y María me empezaron a mostrar que había algo más, algo que ellos compartían, como un tesoro que Ambos abrazaban y protegían. Curioso por saber de que se trataba, me encontré con la Eucaristía, y con la Iglesia toda. Llegué a la comprensión de lo que es la Iglesia por un camino espiritual, desde las suaves y firmes Palabras de Jesús y María. Las Escrituras adquirieron sentido, cerrando este círculo perfecto. La Iglesia se me presentó como el más maravilloso puente entre el Cielo y la tierra, entre espíritu y humanidad.
Mi amor por la Iglesia, de este modo, nació del amor inicial por María, que me llevó a Jesús, Quien me llevó a los Sacramentos, fundamento de la Iglesia toda. Círculos de amor, concéntricos, que se fueron acercando a un maravilloso conocimiento del tesoro que albergamos, la Santa Iglesia. Iglesia que es espiritual, pero construida en la tierra. Iglesia que es hombres, pero alimentada por el Espíritu Santo en sus venas vigorosas. Las caras humanas de la Iglesia, que somos nosotros mismos, me parecieron entonces nada, comparadas con la realidad espiritual que la sostiene. Con sólo pensar en Quien habita en el Sagrario, mi concepción de la Iglesia se torna luminosa, eterna, indestructible por más que el hombre se empecine,
equivocado, en dañarla.
Hoy, varios años por delante de aquellos momentos en que María golpeó a mi puerta, puedo ver a las claras el Plan de Dios en mi vida. María fue el puente, porque Ella se podía presentar a mí de modo cercano, para enamorarme. Pero la Reina de los corazones, la Estrella de la mañana, no se iba a detener allí. Rápida y fulgurante fue su mirada al señalarme a Dios como mi destino, Dios que es el Padre Bueno que la Creó, Dios que es el Espíritu que la alimenta, y Dios que es Su Hijo, nuestro Hermano y Salvador.
La misión de María se fue desenrollando ante mi como un tapiz que rueda frente a mi vista, mostrándome ante cada giro un poco más del diseño que esconde. Sólo cuando el tapiz estuvo totalmente extendido frente a mí fue que pude ver lo que Ella vino a traerme: La Jerusalén Celestial, que alberga a Dios Uno y Trino, junto a Santos y Ángeles, Jerusalén que es la Iglesia luminosa que nos llama, promesa de Reino.
La Eucaristía, con el Rostro de Cristo en su centro, domina a esta Ciudad Maravillosa a la que somos llamados. Allí hay una habitación preparada para cada uno de nosotros, un espacio para vivir una eternidad de felicidad y adoración. María, de este modo, se nos presenta como el camino más corto y simple para encontrar esa habitación, pese a las innumerables dificultades que nos esperan en esta vida.
¡Gloria a Dios por haber concebido un Plan tan maravilloso!

La Eucaristía, nuestra respuesta es la caridad

Fuente: Catholic.net
Autor: SS Benedicto XVI

Quisiera ilustrar el vínculo entre la Eucaristía y la caridad. "Caridad" ―en griego ágape, en latín caritas― no significa en primer lugar el acto o el sentimiento benéfico, sino el don espiritual, el amor de Dios que el Espíritu Santo infunde en el corazón humano y que lo impulsa a entregarse a su vez a Dios mismo y al prójimo (cf. Rm 5, 5).

Toda la existencia terrena de Jesús, desde su concepción hasta su muerte en la cruz, fue un único acto de amor, hasta tal punto que podemos resumir nuestra fe con estas palabras: Iesus Caritas, Jesús Amor. En la última Cena, sabiendo que "había llegado su hora" (Jn 13, 1), el divino Maestro dio a sus discípulos el ejemplo supremo de amor, lavándoles los pies, y les confió su más preciosa herencia, la Eucaristía, en la que se concentra todo el misterio pascual, como escribió el venerado Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. n. 5).

"Tomad, comed: este es mi cuerpo... Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre" (Mt 26, 26-28). Las palabras de Jesús en el Cenáculo anticipan su muerte y manifiestan la conciencia con que la afrontó, transformándola en el don de sí, en el acto de amor que se entrega totalmente.

En la Eucaristía, el Señor se entrega a nosotros con su cuerpo, su alma y su divinidad, y nosotros llegamos a ser una sola cosa con él y entre nosotros. Por eso, nuestra respuesta a su amor debe ser concreta, debe expresarse en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la acogida recíproca y en la atención a las necesidades de todos. Numerosas y múltiples son las formas del servicio que podemos prestar al prójimo en la vida diaria, con un poco de atención. Así, la Eucaristía se transforma en el manantial de la energía espiritual que renueva nuestra vida de cada día y renueva así también el mundo en el amor de Cristo.

Ejemplares testigos de este amor son los santos, que han sacado de la Eucaristía la fuerza de una caridad activa y, a menudo, heroica. Pienso ahora sobre todo en san Vicente de Paúl, que dijo: "¡Qué alegría servir a la persona de Jesucristo en sus miembros pobres!". Y lo hizo con toda su vida. Pienso también en la beata madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, que en los más pobres de entre los pobres amaba a Jesús, recibido y contemplado cada día en la Hostia consagrada. Antes y más que todos los santos, la caridad divina colmó el corazón de la Virgen María. Después de la Anunciación, impulsada por Aquel que llevaba en su seno, la Madre del Verbo encarnado fue de prisa a visitar y ayudar a su prima Isabel.

Oremos para que todo cristiano, alimentándose del Cuerpo y de la Sangre del Señor, crezca cada vez más en el amor a Dios y en el servicio generoso a los hermanos.

Ángelus. Palabras del Papa Benedicto XVI, el domingo 25 de septiembre de 2005.

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"