Televisión en vivo de Catholic.net

jueves, 10 de abril de 2008

Reflexión para el domingo IV de Pascua


La puerta del corral

Parecería ser una figura de dicción, cuando Jesús Nos dice en el Evangelio de este domingo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud”. En este mundo actual de promesas incumplidas, de competencias descarnadas, de facilidades sin límite, nos hemos acostumbrado a pensar que las palabras de Jesús, se refieren al “posible, pero muy futuro” premio de la vida eterna en el cielo.

Y es verdad, así es, pero además, esas palabras tienen la virtud de hacerse una realidad palpable en esta vida también. Si, aquí y ahora, es posible llegar a la vida de paz y felicidad que aspiramos todos. Está al alcance de nuestras manos. Dicho de otra manera, toda la felicidad y la paz que fueron reservadas para nosotros, se desperdician día tras día, mientras corremos detrás de las quimeras que nos muestra la televisión como ideales de felicidad.

Para alcanzar la verdadera felicidad, basta con dejar de tomarla al asalto, algunos por las ventanas, otros agujereando los techos, y otros perforando paredes, porque solos no nos damos cuenta de que para ingresar a cualquier lugar, lo lógico es acudir a la puerta.

La de la vida en abundancia, aquella que colmará todas nuestras inquietudes, aquella de la que haciendo uso ya no tendremos sed, aquella por la que únicamente entra el dueño y sus ovejas, aquella que se nos dio en forma gratuita y únicamente por amor, ya se nos ha identificado en este Evangelio, “Yo soy la puerta”. Y sin embargo, seguimos aunque sea con disimulo, “por si acaso nomás”, mirando la ventanita esa que tenemos en nuestra sala o en el dormitorio.

Es hora pues, de abrir, cada uno de nosotros, esa puerta, pero aún así no basta. No es posible abrir la puerta, y cponseguir la felicidad como por obra de magia. El abrir la puerta, es sólo el primer paso. A partir de él, tenemos que escuchar la voz del Pastor, reconocerla, y seguir tras sus pasos.

La salvación, no es un punto inalterable, no es un lugar fijo e inmóvil. Es una camino, un proceso, en el que la única forma de no extraviarse, es seguir detrás de Jesús, nuestro Buen Pastor.

Así es, Él es el Buen Pastor. Los demás, son: “El ladrón (que) sólo viene a robar, matar y destruir”.

martes, 8 de abril de 2008

Para un enfermo


Carta a José Luís
(Por Eduardo Rivas G.)

Tengo un amigo, al que nunca he visto ni he hablado con él. Estoy a su lado cada día, en mis oraciones, y a través de esta compañía en el Corazón Misericordioso de Jesús, he aprendido a conocerlo, pero sobre todo a quererlo y a valorarlo tal como es: alguien a quién yo debo mucho, alguien a quien quisiera poder imitar, cuando me toque (algún día), caer otra vez de rodillas en mi Getsemaní personal. Por eso esta carta.

Querido José Luís:
Mando estas líneas, que deseo que te lleven parte de mi alma, que desde hace tanto tiempo vuela a tu lado día tras día, cuando al salir el sol hago mis oraciones a Dios.
Debo confesarte, que me pidieron que pida por ti, pero así lo hice solamente al principio, porque muy pronto me di cuenta de que lo que debo hacer es dar gracias por ti, porque haces tanto bien a tantas personas, que tú mismo ni debes darte cuenta.
Déjame llevarte mucho tiempo atrás, cuando un carpintero de Galilea cayó de rodillas al anochecer, y puso sobre su espalda toda la iniquidad y la miseria del mundo, y lo hizo muerto de miedo, aterrorizado y angustiado. Hubo un momento, en el que vaciló, puesto que lo que se le venía (y Él lo estaba mirando), era demasiado para un solo hombre.
Pero Él traía una misión. Era el sacerdote eterno, y para consumar su sacrificio, se vistió con su propia sangre por la angustia y el miedo. Él consiguió con su sufrimiento, pagar mis culpas. Todas mis culpas y mis miserias. A propósito, también las tuyas.
El saldo de la historia, seguramente ya lo conoces, pero hoy quiero hablarte solamente de ésta parte, que es la que me hace quererte y agradecerte tanto.
Admiro tanto lo que Jesús hizo ese día, que el único objetivo de mi vida, es imitarlo, esforzarme y trabajar en mí, para llegar a parecerme a Él, para que mi vida no pase inadvertidamente para mi y los míos, sino para poder algún día comenzar a vivir mi eternidad con Él, contemplarlo, disfrutarlo y gozar de su promesa para siempre.
En este camino, que si para Él ha sido tan duro, no tiene porqué serlo menos para mí, hay muchas personas, que me llevan la delantera, porque hacen por Él muchísimo más de lo que puedo hacer yo. Y entre esas personas, estás tú.
Cuando Jesús está en el Tabor, cuando está en su gloria y su majestad, es muy fácil admirarlo e imitarlo, pero ¿Qué pasa cuando a uno le llega estar en Getsemaní?
Getsemaní hoy, es la cama de hospital que vives, es el dolor que sufres, es esa llaga que te lastima, es esa angustia que pretende hacerte renunciar, es esa falta de fuerzas que a veces te invade, y que hasta hoy tú conviertes en gloria cada que dices con Jesús “Hágase tu voluntad y no la mía”.
¿Te has puesto a pensar cuántas personas dejan pasar esa oportunidad, sin pena ni gloria, encerradas en si mismas, entre gritos y desesperación?
Si al comienzo de esta carta te digo que te quiero y te agradezco, es porque se que tú no haces lo mismo. Tú ofreces tus dolores a Dios, por la salvación de las almas. Tú, siempre animoso y esperanzado, enseñándonos a tus hermanos, a seguir en el Calvario siguiendo la voluntad del Padre, que sabe lo que necesita de ti para el bien de tus hermanos. ¿Cómo podría no estar a gradecido a ti? ¿Cómo no podría llegar a quererte, si vivimos unidos de corazón, hablando y compartiendo con el mismo Dios?
Hermano querido, toma ejemplo de Jesús cubierto de sudor de sangre. Se que hay momentos en los que necesitas descansar un instante, que necesitas alimentar tus fuerzas, en los que el dolor y la angustia te hacen doblar la espalda, y también pides: “Si es posible, que pase de mi este cáliz”. Pero ¿sabes? Quiero hacerte recuerdo, que esos momentos son los que el mismo Padre está a tu lado, en la cabecera de tu cama, sosteniendo tu alma con ternura, sintiendo en su corazón tu dolor.
Él quiere de ti ese Getsemaní, Él te tiene entre sus almas preferidas, entre sus tesoros más preciados, porque para Él, no existe joya más bella que el alma víctima.
No decaigas hermano, se que tu hombro ya está llagado por el peso de la cruz que llevas a cuestas. Se que sangras y lloras, se que sufres mucho, pero se también, que todos nosotros estamos siendo bendecidos a través de tu dolor y la aceptación del mismo como oblación unida a la de Cristo.
Si tu me prometes seguir unido a Él, yo te prometo seguir hablándole a Él de ti y de tus sufrimientos. Tú no pidas que pase este cáliz de ti. Déjame a mi pedir por ti. Tú ofrece tu sufrimiento por todos nosotros, y nosotros seguiremos orando por ti, porque es mucho lo que te debemos, y también es mucho lo que recibirás compartiendo la cruz que nos regaló Jesús.

Acción de gracias por la vida


Gracias por Gabrielito


Queridos Jesús y María:
Me es muy difícil escribir, siendo más fácil hablarles, aún más, sabiendo que ustedes vivieron cada momento con nosotros.
Pero sabemos, que la misma, servirá como testimonio de su amor para nuestros hermanos.
Contar todo lo que pasamos es muy largo, pero lo importante, es reconocer la forma en que, Tú, mi Jesús, moviste las cosas, enseñándonos que lo que nosotros tenemos planeado es en última instancia decidido por Ti
En este momento, me encuentro abrazando a mi niño (Gabriel Ignacio), este pedacito tuyo que te lo pedimos cuando la Virgencita de la Dulce Espera visito nuestro hogar, el hogar que se los habíamos entregado el día de nuestra boda.
Trabajando con el ANE ya no podemos hablar de casualidades o de suerte, solamente reconocer tu obra y estamos felices por que sabemos que ustedes están pendientes de nosotros.
Gracias por Gabrielito, por confiar en nosotros como Padres, tenemos la responsabilidad en nuestras manos de educar y formar a un pequeño Apóstol, que esperamos sea también fiel a Ti, y los ame como nosotros los amamos.
Te pido Madre Mía enseñarme a ser una buena Madre como lo eres Tú, y a San José para que mi esposo sepa guiarlo en el transcurso de su vida.
Al Arcángel Gabriel y a San Ignacio, nos ayuden con la protección y formación de nuestro niño.
Y a Ti Mi Señor, agárranos fuerte, para que los tres, juntos, podamos comprometernos aún más en tus obras.
Muchas Gracias
Con Amor Raúl, Norka y Gabrielito
ANE Provida, Bolivia

Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro


Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro
Fuente: Catholic.net
(Mensaje de Juan Pablo II para Pascua de Resurrección 2005)
Autor: SS Juan Pablo II
Mane nobiscum, Domine!
¡Quédate con nosotros, Señor! (cf. Lc 24,29).
Con estas palabras, los discípulos de Emaús invitaron al misterioso Viandante a quedarse con ellos al caer de la tarde de aquel primer día después del sábado en el que había ocurrido lo increíble. Según la promesa, Cristo había resucitado; pero ellos aún no lo sabían.
Sin embargo las palabras del Viandante durante el camino habían hecho poco a poco enardecer su corazón.
Por eso lo invitaron: «Quédate con nosotros». Después, sentados en torno a la mesa para la cena, lo reconocieron "al partir el pan". Y, de repente, él desapareció.
Ante ellos quedó el pan partido, y en su corazón la dulzura de sus palabras.
Queridos hermanos y hermanas, la Palabra y el Pan de la Eucaristía, misterio y don de la Pascua, permanecen en los siglos como memoria perenne de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. También nosotros hoy, Pascua de Resurrección, con todos los cristianos del mundo repetimos: Jesús, crucificado y resucitado, ¡quédate con nosotros!
Quédate con nosotros, amigo fiel y apoyo seguro de la humanidad en camino por las sendas del tiempo.
Tú, Palabra viviente del Padre, infundes confianza y esperanza a cuantos buscan el sentido verdadero de su existencia.
Tú, Pan de vida eterna, alimentas al hombre hambriento de verdad, de libertad, de justicia y de paz.
Quédate con nosotros, Palabra viviente del Padre, y enséñanos palabras y gestos de paz: paz para la tierra consagrada por tu sangre y empapada con la sangre de tantas víctimas inocentes; paz para los Países de Oriente Medio y África, donde también se sigue derramando mucha sangre; paz para toda la humanidad, sobre la cual se cierne siempre el peligro de guerras fratricidas.

Quédate con nosotros, Pan de vida eterna, partido y distribuido a los comensales: danos también a nosotros la fuerza de una solidaridad generosa con las multitudes que, aun hoy, sufren y mueren de miseria y de hambre, diezmadas por epidemias mortíferas o arruinadas por enormes catástrofes naturales.
Por la fuerza de tu Resurrección, que ellas participen igualmente de una vida nueva.
También nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, tenemos necesidad de Ti, Señor resucitado.
Quédate con nosotros ahora y hasta al fin de los tiempos.
Haz que el progreso material de los pueblos nunca oscurezca los valores espirituales que son el alma de su civilización.
Ayúdanos, te rogamos, en nuestro camino.
Nosotros creemos en Ti, en Ti esperamos, porque sólo Tú tienes palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68).
Mane nobiscum, Domine! ¡Alleluia!

Juan Pablo II: pontífice, filósofo y místico

Juan Pablo II: pontífice, filósofo y místico
Entrevista a Rodrigo Guerra, especialista en el pensamiento del Papa Wojtyla
QUERÉTARO, martes, 8 abril 2008 (ZENIT.org-El Observador).- En momentos en que los mensajes del Papa Benedicto XVI sobre las relaciones entre la fe y la razón son debatidos en foros académicos y medios de comunicación se ha celebrado el tercer aniversario de la muerte de Juan Pablo II: pontífice, filósofo y místico.
Zenit-El Observador ha entrevistado, por este motivo, a Rodrigo Guerra, doctor por la Academia Internacional de Filosofía en el Principado de Liechtenstein, consultor del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), miembro de la Academia Pontificia por la Vida, profesor de la Universidad Católica de Querétaro y director del Centro de Investigación Social Avanzada (México).
Casado, padre de tres hijos, Guerra López es autor de 13 libros y uno de los especialistas más reconocidos internacionalmente en el pensamiento del recordado Papa Karol Wojtyla.
--Han pasado tres años tras la muerte de Juan Pablo II. ¿Es vigente su pensamiento o ha quedado rebasado por los nuevos escenarios sociales y políticos que afrontamos en el mundo entero?
--Rodrigo Guerra. Los escenarios que marcan el mundo a comienzos del tercer milenio ciertamente se encuentran cambiando a un ritmo acelerado. En los últimos meses se han suscitado eventos que seguramente eran difíciles de prever aún por parte de los analistas geopolíticos más agudos hace tres años. Sin embargo, el Magisterio del Papa Juan Pablo II logró ofrecer una interpretación transpolítica del mundo contemporáneo basada primariamente en el Evangelio y en la dimensión antropológica que este posee de manera intrínseca. Así, su enseñanza presenta las claves de lectura fundamentales para poder interpretar la crisis del nuevo mundo global y ofrece importantes pistas para la construcción de esfuerzos auténticamente alternativos que permitan la renovación religiosa y cultural de nuestras sociedades y de sus instituciones.
--¿Qué significa más exactamente que el Papa Juan Pablo II ofreció una «interpretación transpolítica» del mundo contemporáneo?

--Rodrigo Guerra. El término proviene de Renzo de Felice y luego fue enriquecido con la reflexión de Augusto del Noce. Yo lo utilizo para indicar que el Magisterio del Papa Juan Pablo II es una ayuda eficaz para descubrir que no basta intentar descifrar la dinámica del mundo desde la lógica del poder, del puro análisis «estratégico» o «político», sino que la realidad exige ser interpretada desde aquello que le da su sentido último y radical. Sólo cuando el destino definitivo del mundo y de la vida es tomado como criterio hermenéutico al momento de juzgar y al momento de actuar, el significado esencial de los acontecimientos que tejen la historia emerge y no se eclipsa. Esto puede constatarse, por ejemplo, en el Capítulo III de la Encíclica Centesimus annus, intitulado «1989» o en el Capítulo V de la Sollicitudo rei socialis, denominado: «Lectura teológica de los problemas modernos». Ambos textos son actualmente una brújula que no puede dejar de mirarse para adquirir orientación a inicios del tercer milenio.
--El Papa Benedicto XVI ha destacado el 2 de abril de 2008 que Juan Pablo II poseía «una excepcional sensibilidad espiritual y mística». ¿Este perfil no coloca la figura del Papa Wojtyla al margen de las preocupaciones de la cultura contemporánea y de las necesidades concretas del hombre actual?
--Rodrigo Guerra: Cuando las palabras «espiritual» y «mística» significan aquello que no posee carne, aquello que no es concreto, fácilmente conducen a una comprensión puramente formal del cristianismo, es decir, conducen a alguna modalidad de gnosticismo. Precisamente uno de los mensajes centrales de la encíclica programática de Juan Pablo II, Redemptor hominis, consiste en que la gracia acontece en la historia de manera encarnada, haciendo de todo lo humano un «método», es decir, manifestando que el cristianismo es fundamentalmente acontecimiento gratuito antes que proyecto de la voluntad. Así las cosas, el Papa Benedicto XVI ha dicho entonces algo realmente importante: la vida de Juan Pablo II no es el resultado de un programa de superación humana. Al contrario, su continua convocatoria a no tener miedo «no se basaba en las fuerzas humanas, ni en los éxitos logrados, sino únicamente en la Palabra de Dios, en la Cruz y en la Resurrección de Cristo». Esto es precisamente un místico. Y esto es lo que permitió que Juan Pablo II no eludiera nada de aquello que fuese auténticamente humano tanto en su vida individual como en el amplio universo de necesidades de la sociedad actual.
--Juan Pablo II escribió la Encíclica «Fe y razón». Benedicto XVI parece continuar con especial interés el legado de este documento. ¿Qué debemos de hacer para asimilar con mayor fuerza las propuestas centrales de la Iglesia en este tema?
--Rodrigo Guerra. En octubre de 2008 se celebrarán los 10 años de la publicación de la Encíclica «Fe y razón». Este aniversario será una magnífica ocasión para apreciar uno de los legados más trascendentes de Juan Pablo II y uno de los aspectos más emblemáticos del Pontificado de Benedicto XVI. En ambos Papas existe un aprecio extraordinario por la razón. Pero la «razón» de la que hablan es ante todo capacidad para asentir y maravillarse ante una Presencia personal racional y razonable que cumple y excede las exigencias más profundas de la condición humana. Por ello, tal vez la más importante acción que podemos emprender en este sentido es permitir que nuestra propia inteligencia sea provocada y educada para apreciar toda la verdad, incluido ese momento de la verdad que es principalmente revelación y gratuidad total. La verdad como «Aletheia», como «de-velación», se realiza principalmente en la «re-velación» de lo absolutamente amoroso, personal, excepcional e inesperado, es decir, en la manifestación histórica de «Lógos» de Dios, Cristo, Dios y Hombre verdadero.
--¿Qué significado posee para la cultura actual Juan Pablo II como hombre que simultáneamente es Papa, pastor, filósofo y místico?
--Rodrigo Guerra. El Papa Juan Pablo II fue un hombre de nuestro tiempo y para nuestro tiempo. Desde su labor como filósofo supo acoger las preocupaciones del mundo moderno dándoles una respuesta no-ilustrada. Acogiendo lo mejor de la fenomenología, del tomismo y del personalismo logró una síntesis original que nutre actualmente el Magisterio eclesial y numerosos proyectos sociales y culturales en el mundo entero. Como Pastor convocó a una «nueva evangelización» que no se presenta disociada de la promoción humana y del desarrollo de una cultura cristiana. En cuanto «místico» supo descubrir por propia experiencia la importancia de la primacía de la gracia y apreció con especial interés a figuras como San Juan de la Cruz, Santa Teresita, Sor Faustina Kowalska y Edith Stein. Como Pastor Supremo de la Iglesia repropuso con vigor el Concilio Vaticano II, alentó a numerosos movimientos eclesiales, reanimó a la vida consagrada, desactivó algunas de las propuestas más riesgosas de disolución neopelagiana del cristianismo en compromiso político y proyecto revolucionario y ayudó a profundizar el significado de la dimensión eclesial y simultáneamente secular de la vocación laical. Para la cultura actual, la presencia de Juan Pablo II, ha sido un desafío que invita a revisar los viejos clichés racionalistas y las fallidas rupturas postmodernas. Su persona, su palabra y su ministerio permiten intuir que la santidad no es sólo un tema para la vida intraeclesial sino un motivo también para la reformulación de las certezas que la vida humana requiere en momentos de tedio, desconcierto o confusión.
Por Jaime Septién

lunes, 7 de abril de 2008

Creo en la Misericordia Divina

Creo en la Misericordia Divina
Fuente: Catholicnet
Autor: P. Fernando Pascual
Los católicos acogemos un conjunto de verdades que nos vienen de Dios. Esas verdades han quedado condensadas en el Credo. Gracias al Credo hacemos presentes, cada domingo y en muchas otras ocasiones, los contenidos más importantes de nuestra fe cristiana.
Podríamos pensar que cada vez que recitamos el Credo estamos diciendo también una especie de frase oculta, compuesta por cinco palabras: “Creo en la misericordia divina”. No se trata aquí de añadir una nueva frase a un Credo que ya tiene muchos siglos de historia, sino de valorar aún más la centralidad del perdón de Dios, de la misericordia divina, como parte de nuestra fe.
Dios es Amor, como nos recuerda san Juan (1Jn 4,8 y 4,16). Por amor creó el universo; por amor suscitó la vida; por amor ha permitido la existencia del hombre; por amor hoy me permite soñar y reír, suspirar y rezar, trabajar y tener un momento de descanso.
El amor, sin embargo, tropezó con el gran misterio del pecado. Un pecado que penetró en el mundo y que fue acompañado por el drama de la muerte (Rm 5,12). Desde entonces, la historia humana quedó herida por dolores casi infinitos: guerras e injusticias, hambres y violaciones, abusos de niños y esclavitud, infidelidades matrimoniales y desprecio a los ancianos, explotación de los obreros y asesinatos masivos por motivos raciales o ideológicos.
Una historia teñida de sangre, de pecado. Una historia que también es (mejor, que es sobre todo) el campo de la acción de un Dios que es capaz de superar el mal con la misericordia, el pecado con el perdón, la caída con la gracia, el fango con la limpieza, la sangre con el vino de bodas.
Sólo Dios puede devolver la dignidad a quienes tienen las manos y el corazón manchados por infinitas miserias, simplemente porque ama, porque su amor es más fuerte que el pecado.
Dios eligió por amor a un pueblo, Israel, como señal de su deseo de salvación universal, movido por una misericordia infinita. Envió profetas y señales de esperanza. Repitió una y otra vez que la misericordia era más fuerte que el pecado. Permitió que en la Cruz de Cristo el mal fuese derrotado, que fuese devuelto al hombre arrepentido el don de la amistad con el Padre de las misericordias.
Descubrimos así que Dios es misericordioso, capaz de olvidar el pecado, de arrojarlo lejos. “Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para quienes le temen; tan lejos como está el oriente del ocaso aleja Él de nosotros nuestras rebeldías” (Sal 103,11-12).
La experiencia del perdón levanta al hombre herido, limpia sus heridas con aceite y vino, lo monta en su cabalgadura, lo conduce para ser curado en un mesón. Como enseñaban los Santos Padres, Jesús es el buen samaritano que toma sobre sí a la humanidad entera; que me recoge a mí, cuando estoy tirado en el camino, herido por mis faltas, para curarme, para traerme a casa.
Enseñar y predicar la misericordia divina ha sido uno de los legados que nos dejó el Papa Juan Pablo II. Especialmente en la encíclica “Dives in misericordia” (Dios rico en misericordia), donde explicó la relación que existe entre el pecado y la grandeza del perdón divino: “Precisamente porque existe el pecado en el mundo, al que ’Dios amó tanto... que le dio su Hijo unigénito’, Dios, que ’es amor’, no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia. Esta corresponde no sólo con la verdad más profunda de ese amor que es Dios, sino también con la verdad interior del hombre y del mundo que es su patria temporal” (Dives in misericordia n. 13).
Además, Juan Pablo II quiso divulgar la devoción a la divina misericordia que fue manifestada a santa Faustina Kowalska. Una devoción que está completamente orientada a descubrir, agradecer y celebrar la infinita misericordia de Dios revelada en Jesucristo. Reconocer ese amor, reconocer esa misericordia, abre el paso al cambio más profundo de cualquier corazón humano, al arrepentimiento sincero, a la confianza en ese Dios que vence el mal (siempre limitado y contingente) con la fuerza del bien y del amor omnipotente.
Creo en la misericordia divina, en el Dios que perdona y que rescata, que desciende a nuestro lado y nos purifica profundamente. Creo en el Dios que nos recuerda su amor: “Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldías por amor de mí y no recordar tus pecados” (Is 43,25). Creo en el Dios que dijo en la cruz “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), y que celebra un banquete infinito cada vez que un hijo vuelve, arrepentido, a casa (Lc 15). Creo en el Dios que, a pesar de la dureza de los hombres, a pesar de los errores de algunos bautizados, sigue presente en su Iglesia, ofrece sin cansarse su perdón, levanta a los caídos, perdona los pecados.
Creo en la misericordia divina, y doy gracias a Dios, porque es eterno su amor (Sal 106,1), porque nos ha regenerado y salvado, porque ha alejado de nosotros el pecado, porque podemos llamarnos, y ser, hijos (1Jn 3,1).
A ese Dios misericordioso le digo, desde lo más profundo de mi corazón, que sea siempre alabado y bendecido, que camine siempre a nuestro lado, que venza con su amor nuestro pecado. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento” (1Pe 1,3-5).

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"