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viernes, 13 de noviembre de 2009

Meditando el Evangelio

¡Se viene el fin del mundo!

Hay algo que no se puede discutir: Todo comenzó algún día, y todo acabará algún otro día.

Esto quiere decir que el instante en que la tierra fue creada, comenzó a acercarse también su fin. ¿Y por qué pensar sólo en la Tierra? Lo mismo pasa con todo lo demás en el universo, desde la más inmensa constelación, hasta el insecto más insignificante, por supuesto incluyéndonos a nosotros, los seres humanos. El instante en que nacemos, comenzamos una carrera imparable hacia nuestro fin, y nada podemos hacer para evitarlo.

Entre tantas cosas, este año litúrgico está también llegando a su fin, y la Iglesia nos propone la lectura del Evangelio de san Marcos (13: 24-32), en el que Jesús nos habla del final, y pienso que es oportuno al terminar este ciclo de trabajo, aprendizaje, servicio y crecimiento, detenernos también nosotros a meditar un poco sobre el final.

Como dice nuestro querido Fray Nelson Medina O.P. en una de sus homilías, las lecturas de este domingo, nos hacen pensar que existen muchos finales, tantos, que hasta logramos confundirnos muchas veces entre el fin de los tiempos, el fin del mundo, el fin del universo, etc., que bien pueden suceder todos juntos o cada uno en su momento, pero que de todas maneras, sucederán sí o sí.

Lo curioso de esto, es que existen muchísimas personas que viven día a día tratando de encontrar hasta en detalles absurdos, los signos de los tiempos de los que Jesús hace mención cuando predijo su venida “con gran poder y gloria”, y así llegan a vivir una vida llena de temores y angustias, olvidándose, que lo importante no es que llegue el anunciado fin, sino el cómo nos encontrará a cada uno de nosotros.

Entonces, es fácil darse cuenta de que lo que verdaderamente nos debe preocupar y ocupar, no es si tenemos comida, ropa abrigada, oro o armas ocultas en una cueva, sino la llegada del fin personal, de la muerte propia que es lo único cierto e ineludible para ti y para mí. Tú y yo, vamos a morir, ¿Estamos listos? ¡Eso es lo que importa!

Nuestra muerte, es algo cierto, y para los cristianos, allá no acaba todo, sino al contrario, allá comienza la eternidad para la que estamos destinados y que debemos conquistar. Lo que nos debe preocupar es que entonces nos presentaremos ante el Trono de Dios absolutamente desnudos de todas las máscaras, los disfraces y los tintes con que adornamos nuestra imagen ante nuestros hermanos.

Lo doloroso es que entonces Jesús nos dirá: “Yo di mi sangre por ti, y además, regué cada uno de tus días con mis señales, con mis ayudas, con mi presencia, pero no me oíste. Me di a ti en Mi palabra en cada Misa, que en el Evangelio te hablaba de Mí, que te enseñaba y te guiaba cada día, Me di a ti en cada Eucaristía, en cada Comunión a lo largo de tu vida, te regalé mis Sacramentos por medio de mis sacerdotes.

Te hablé por medio de tus hermanos más preparados, te supliqué por medio de tus hermanos más necesitados, Me hice dependiente de ti en cada uno de tus hijos, te esperé ansioso y triste en cada uno de tus ancianos. Permanecí día tras día en la oscuridad de los Sagrarios esperando tu visita, pero tú estabas muy ocupado en tu trabajo, en tu descanso, en tu paseo o con tu novela.

¿Qué hiciste con Mi Pasión, con Mis llagas, con Mis dolores? ¿En qué vuelta de tu camino me dejaste olvidado? ¿Dónde dejaste a la Madre que te dejé para amar y honrar? ¿En qué momento se volvió tu sociedad más importante que Yo? ¿En qué momento comenzaste a creer que tú eres más que Yo? ¿De qué te sirvió mi cruz? ¿De qué te sirvió tu cruz?…”

Estas cosas son las que de veras deberían hacernos temblar, las que deberían movernos a la necesidad urgente de hacer un cambio ante Dios, no ante los hombres, porque en ese momento ya nada podremos hacer para cambiar las cosas.

¿Cuándo será la venida de Jesús? Por supuesto que debe preocuparnos, porque, que viene, viene. Es para ese momento que los católicos vivimos, y tenemos miles de ejemplos de hombres y mujeres que cuando les llegó, lo recibieron con alegría, con esperanza y gozo, y también tenemos tristemente ejemplos de personas que recibieron ese momento con gritos de terror, con angustia y desesperación por la falta de esperanza y fe.

Ahora que termina este ciclo litúrgico, la Iglesia nos propone meditar también en el fín, ya sea el personal, el mundial o el universal, porque de una u otra manera, lo que suceda después, ya no es comunitario, ya no podrá ser culpa de otros, ya no habrán pretextos.

Hasta aquí, parecería que el panorama es negro y amenazante ¿no? Pero la buena noticia, es que gracias a Dios, aún tenemos tiempo. Si tú puedes leer estas líneas, quiere decir que todavía tienes la oportunidad de comenzar a tomar en serio tu vida y lo que estás haciendo con ella.

Y si por misericordia de Dios ya te encuentras en el camino, todavía tienes la oportunidad de repensar aquellas áreas de ti que en el fondo de tu alma sabes bien que no están del todo arregladas.

Jesús es el Dios de la Misericordia, Él sabe bien cuán imperfectos, cuán pecadores somos, y cómo dejamos pasar día tras día acomodados en nuestras miserias, y aún pese a eso, nos ama tal y como somos, y por ese amor delicado y respetuoso, espera con ansiedad a que nos sacudamos de tanta basura propia de la carne para comenzar a disfrutar las delicias de su amor hoy, no mañana ni pasado mañana, hoy.

Esa es la mejor manera de leer los signos de los tiempos, tú los signos de tus tiempos y yo los signos de mis tiempos. Y los católicos sabemos que esos signos son las mil y una formas que tiene Cristo de llamarnos a correr ante Él.

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"