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viernes, 18 de diciembre de 2009

Meditando el Evangelio

La visitación de la Virgen María a Santa Isabel

Evangelizar… Evangelización… Nueva Evangelización… Son conceptos, que se repiten hasta el cansancio. Palabras que leemos en las noticias, especialmente las católicas, vemos en la televisión permanentemente a muchísimas personas que nos exhortan, nos invitan y nos recuerdan que es nuestro deber de católicos bautizados, meter las manos en el trabajo de la Evangelización.

Sin embargo, una gran cantidad de nosotros, si no es que la mayoría, con solo pensar en qué o cómo evangelizar, no encontramos el camino, ni la forma de hacerlo.

Este es el motivo que nos mueve a dedicar nuestras reflexiones de cada domingo, a aplicar el Evangelio, a hacerlo algo vivo, una conversación con Dios hecho Palabra, que nos permita encontrar aquello con lo que Dios nos quiere alimentar cada semana.

Hoy la Iglesia nos presenta uno de los pasajes más conocidos: La visita de la Virgen María a su prima Santa Isabel. Además del relato histórico, del cual fueron extraídas las hermosas palabras de Isabel para la oración del Ave María, ¿Qué es lo que podemos encontrar en este texto?

El método que utilizaremos, será el de trasladar los hechos a nuestros días, y ponernos en el lugar de los personajes, considerando que esos son los modelos que Dios nos propone para nuestras vidas.

Por supuesto, en primer lugar, nos pondremos en el papel de María, y salvando las distancias que existen entre la Madre Santísima y nosotros, comenzamos a hacer preguntas.

“Tomó su decisión y se fue, sin más demora…” ¿Es esa mi actitud cuando me entero de alguien que conozco y se encuentra en dificultades? ¿Podrá alguien recibir mi visita con la misma alegría de Isabel? Porque si me precio de ser católico, es mi deber reflejar en cada uno de mis actos a Jesús (y en este caso a María), porque se supone que mi deseo es el de “convertirme”

“El niño saltó de alegría en mis entrañas…” Nuestra dulce Madre, primera portadora del Espíritu Santo, con su sola presencia encendió no solo al niño que crecía en Isabel, sino también a Isabel misma, que se sintió necesitada de alabar en semejante forma a su prima a pesar de ser tantos años menor. ¿Cuál es la actitud de cada uno de los miembros de mi entorno (familiares, compañeros, clientes, subordinados, etc.) cuando me ven llegar? ¿Conmigo llega María llevando inspiración, alegría, esperanza y gozo, o llega el miedo, la humillación, el dolor y el resentimiento?

“¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!...” Lo que hago, lo que inspiro, lo que dejo detrás de mí, ¿Mueve a la gente a pensar en bendiciones, o maldiciones?

“¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?” Isabel siente que Dios está presente, actuando en María, su saludo es un reconocimiento a la cercanía de Dios con María, y con ese saludo, le manifiesta su subordinación, es decir, su disposición a seguir lo que María diga, Isabel está dispuesta a seguir todo lo que le enseñe María, porque reconoce en ella la presencia de Dios. Mi testimonio de vida, mi conversación, mi forma de actuar ¿Llevan a pensar que Dios está actuando en mi vida? ¿Tiene deseos de escucharme, de seguirme, de aprender de mí quien comparte conmigo?

“¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!” Mirar a María, es estar seguro de que Dios cumplirá todo aquello que prometió, es saber con absoluta seguridad, que con ella llega la paz del cielo, y que no puede existir otra cosa junto a Ella, que la dicha, la felicidad que Ella misma vive hoy en el cielo. ¿Cuánta seguridad se siente en mi presencia? ¿Pueden los demás presentir que junto a mí encontrarán paz y alegría? ¿Soy yo también alguien que “cree”, o me conformo con hacer que los demás crean, aunque para ello vivan un infierno a mi lado?

Como verán, hay mucho que extraer al Evangelio. Es infinita la riqueza de Dios hecho Palabra, y en estos días, Él nos regalará una oportunidad más de nacer en nuestro corazón, de ser Señor y Dueño, de ser Capitán y Conductor. No dejemos pues dejar pasar una Navidad más, y tal como nos propone la liturgia, aprovechemos este Adviento (que para algunos de nosotros puede muy bien ser el último), y hagamos todo para imitar las virtudes de María, Madre, Modelo, Estrella y Guía en este tan difícil, pero también tan maravilloso camino de la conversión.

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"