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sábado, 15 de agosto de 2009

El Pan Vivo bajado del cielo

Hacen ya varias semanas que venimos escuchando en las lecturas del domingo el capítulo 6 del Evangelio de Juan, y este domingo XX del tiempo ordinario, nos lleva al punto culminante, aquel en el que Jesús se presenta Él mismo como el Pan vivo bajado del cielo, prefigurando así al Sacramento de la Eucaristía, Sacramento del amor.

Y decimos que es el momento culminante, porque este discurso se realiza luego y en torno al milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

Realmente se siente uno maravillado cuando lee que el Señor alimentó a tanta gente con cinco panes. Es un milagro muy grande, y nos muestra la ternura de nuestro Señor, que se compadece ante las necesidades de la gente, sin embargo, la lectura de hoy es mucho más significativa.

Hoy el Señor nos dice: “Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo”, y nos habla de la necesidad de comer de ese pan que da la vida eterna.

Ya existieron otros panes enviados del cielo; el pan enviado a Elías con el ángel, el maná del desierto, pero esta vez Jesús nos dice que Él es el Pan que una vez comido, ya nunca tendremos hambre, y nuestra mentalidad humana se maravilla, se sobrecoge ante esas palabras, tanto que se les hizo difícil de imaginarlo a los que lo escuchaban.

¡Qué Dios maravilloso, qué muestra de amor tan grande! ¡La culminación de los dones que el Verbo hace a la humanidad, donaciones que comenzaron con su mismo abajamiento de su divinidad recubriéndola de carne, y que culminan con la donación total de esa carne sacrificada en una muerte de cruz que permanece en el mundo como alimento del alma.

Se dice que somos aquello que comemos. Entonces, lo que hace Jesús es elevarnos hasta la condición divina de la vida eterna, cosa que Él mismo aclara diciendo que comiendo su carne y bebiendo su sangre, permaneceremos en Él, y Él permanecerá en nosotros, cerrando así el círculo de Dios Trino en comunidad con su creatura el ser humano. ¿No es maravilloso?

Se han escrito riadas de tinta sobre la maravilla de la Santa Eucaristía, no debe existir ningún escritor, poeta, pintor o escultor que no haya sido seducido por la figura de Jesús que permanece humildemente oculto en la oscuridad de los Sagrarios del mundo entero.

Existen tantas obras de arte, como gustos podamos tener los hombres, al extremo de que hemos desarrollado devociones por alguna (o algunas) en particular, como si no representaran al mismo Dios, que debe sonreír tiernamente al vernos desde el Sagrario.

Sin embargo, la lectura de hoy, nos lleva a meditar en esa presencia real, palpitante y llena de vida y gracias de Jesús, el Pan Vivo en la Eucaristía, y con esa conciencia renovada, revisar no solamente la calidad de nuestra presencia en la Santa Misa, sino también las cantidad de veces que acudimos a alimentar nuestra alma con ese alimento que espera para darnos la vida eterna, para unirse y unirnos con el Padre y el Espíritu Santo, en una comunidad de amor.

No se trata de ir a los templos, a orar al Señor de Mayo, el Niño de Atocha, el Señor de la Sentencia o al Gran Poder, no se trata de acudir allá donde el sacerdote dice la homilía más corta, o quizá ni la dice, o donde asiste la gente de nuestro nivel económico, nuestros amigos, o “la gente bien”. Se trata de ir hambrientos y necesitados, a recibir el Pan de la Palabra, el Pan de la Eucaristía, que nos hace aunque sea por unos minutos (los que tardemos en volver a perder la conciencia de ello), uno con Dios.

El Señor es maravilloso, es el Pan Vivo bajado del cielo, pero quizá lo que lo hace más maravilloso aún, es el haber padecido hasta la muerte, solo para que hoy podamos tener el placer de recibirlo en nuestro corazón.

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"