Televisión en vivo de Catholic.net

viernes, 31 de julio de 2009

Aplicando el Evangelio del domingo

“Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna”.


Cuando se lee la Biblia con el lenguaje de los hombres, es decir, tratando de encontrarle el sentido a la Palabra de Dios, esta frase dicha por Jesús, parecería no tener sentido, y hasta cierto punto, un pedido algo irresponsable. Dejar el trabajo que nos da el sustento diario de la familia para dedicarse a las cosas que están destinadas a los curas… ¡Parecería que no!

Sin embargo, la Palabra de Dios es infinita en su riqueza y, con el favor de Dios, con el auxilio del Espíritu Santo, y en actitud de oración, procuraremos encontrar algunas de las riquezas que puede entregarnos hoy esta lectura para nuestro bien.

“Trabajen no por el alimento que dura un día”, no significa “no trabajen” ni tampoco quiere decir “no se esfuercen por alimentar cada día a sus cuerpos, a sus familias”.

Encontramos que el Señor está pidiendo que dentro del trabajo cotidiano, nuestra meta no se detenga en cobrar un salario o recibir una ganancia monetaria que incremente nuestra riqueza o disminuya nuestra pobreza material. Lo que el Señor quiere, es que dentro de las labores de cada día, nuestra mente, nuestro corazón, estén fijos en Él, en la conquista y la instauración de su Reino en la tierra.

Mi trabajo puede ser de gerente, de obrero, de rector, profesor o ama de casa, de jefe, de empleado, de madre de familia o de hijo(hija), y tengo dos opciones para cumplir mi jornada diaria.

Puedo mantener mi mirada fija en la tierra, o sea, enfocarme en lo que es temporal, que está limitado a un tiempo o a un espacio, o puedo enfocarme en lo intemporal, aquello que es intrínseco, interno a mi persona, y que no tiene limitaciones ni de tiempo ni de espacio.

Veamos en más detalle cada una de las opciones:

Imaginemos por un instante, lo que creemos que es lo más valioso en esta tierra, aquello que sería lo máximo (sería un excelente ejercicio hacerlo en familia, y que cada uno vaya diciendo su pensamiento). ¿Ser el hombre más rico de la tierra? ¿Estar en los zapatos de Barak Obama? ¿Ser íntimo de Madonna o de Shakira, los Beatles o Brad Pitt? ¿Tener un Bentley o un Mercedes último modelo? ¿Ganar el Miss Universo? ¿Ganar la lotería? ¿etc., etc.?

Bueno, todas estas cosas son temporales. La fortuna desaparece, la belleza dura lo que un fósforo encendido, los carros envejecen, el dinero corrompe, todo tiene un fin, y aún si durara toda una vida, el momento de entrar a la sepultura, tendremos con nosotros la ropa puesta, y se quedará en la tierra todo lo demás. Al morir físicamente, lo único nuestro, será nuestra alma, nuestro espíritu, que irá a habitar al lugar para el que hemos trabajado toda la vida.

Y lo peor de todo, es que apenas miramos el periódico, podemos comprobar que de veras ya no queda tiempo. Cada día, se va a la otra vida gente de todas las edades. Niños, adolescentes, jóvenes, maduros y viejos, y ninguno de ellos sabía que tal día se iba a morir. ¿Estaban preparados? ¿Habían trabajado por el alimento eterno, o lo dejaron “para después”, que ya no existe? Porque pasado nuestro tiempo, ya nada podremos hacer.

Entonces, si todo lo que nos ilusiona, lo que quisiéramos se termina, ¿La vida tiene que ser insípida, aburrida, amargada o triste? ¿Eso es lo que Jesús quiere de nosotros?

De ninguna manera. Al crear el universo, Dios puso todo bajo el mando del ser humano. Él nos hizo a su imagen y semejanza, y nuestro Padre no es un Dios aburrido, triste o insípido. Es un Dios que ama, que vive en gloria, y que exulta felicidad, porque es amor y vive dando amor. Entonces, ¿Qué es lo que debemos hacer?

En primer lugar, procurar alimentarnos la mayor cantidad de veces posible con el Pan del Cielo, que es Jesús mismo. Por puro amor, Él mismo decidió quedarse entre nosotros, y seguir entregándose al ser humano para siempre, transformado en Hostia consagrada, para alimentar nuestro espíritu.

El espíritu tiene una ventaja: lo que recibe como alimento, se queda vivo en él para siempre. Pensemos en los valores que nos enseñó nuestra madre de niños, pensemos en el gusto que nos da hacer el bien a otra persona, en la paz que sentimos cuando perdonamos una ofensa, en la felicidad cuando damos algo a un pobre o visitamos a un enfermo. Esos son los alimentos del espíritu, y se quedan vivos en nosotros para siempre ¿verdad?

Ahora retornemos al Pan del cielo. ¿Qué puede significar el Mercedes, el Bentley, la fortuna de Gates, Brad Pitt o Shakira, si se tiene a quien ha creado todo eso simplemente por desearlo? ¿Porqué buscar las cosas en lugar de encontrar a quien las hace y quiere dárnoslas? ¿Para qué buscar el artículo, si podemos poseer al dueño de la fábrica?

Dios Padre, envió a su Hijo Jesucristo, para que nos enseñara el camino, la forma y la manera de estar con Él en la gloria, en la felicidad eterna, y para logarlo, el mismo Jesucristo nos dijo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed.”

Jesús no se refería al hambre del estómago, sino del espíritu, el hambre esa del alma, que busca afanosa llenarse en el mundo, y que es imposible de lograr llenarla, porque cuanto más se tiene, más se desea. Él es el Pan, que cuando se lo encuentra, ya no se necesita más. Es el Pan que encontraron, y siguen encontrando tantos miles de personas que hoy recordamos como santos del cielo porque creemos que alcanzaron la felicidad.

Todo lo que necesitamos para tener este Pan, es conocerlo, amarlo y aceptarlo.

Para conocerlo, podemos encontrarlo en cada misa que se celebra. Allá Él se nos da en tres formas: Como Pan de la Palabra en las lecturas de la Biblia y en la homilía del sacerdote, que es el momento en que Jesús nos dice: “Mira, éste soy yo, hice esto por ti, porque te amo, y quiero que tú hagas lo mismo por tus hermanos”

Luego se nos da en la Hostia y el Vino Consagrados por el sacerdote, como alimento del cuerpo y del alma, que recibido en oración y humildad, nos permiten guardarlo en nuestro corazón, convertirnos en Sagrario vivo, portadores del Rey del Universo. Nos enseña a amarlo y nos pide convertirnos en Él, actuar como Él, ser Cristo para cada uno de nuestros hermanos, amando, perdonando sanando y sirviendo como Él.

Realmente, pensemos en la intimidad del corazón ¿Puede existir mejor deseo que ser Cristo mismo para cada uno de nuestros seres queridos, nuestros amigos o nuestros compañeros? Eso es convertirse, eso es recibir el Pan del Cielo.

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"