A.N.A.109 :LA DEVOCION A MI SAGRADO CORAZON
La devoción a Mi Corazón tiene un objeto muy digno, ya que este Corazón es perfecto por su misma materia. La carne de que está formado es un germen transmitido sin mancha a través de las edades, conservado por la acción santificante del Verbo eterno, llevado por una Virgen en sus entrañas puras y que le mereció ser Ella misma concebida sin pecado.
Toda la Trinidad trabajó en formar Mi Corazón manifestando en él su gracia y su misericordia.
El Padre lo crió con aquella perfección que debía hacerle digno de ser el Corazón de Su Hijo y lo hizo resplandecer con la viva imagen de Su belleza eterna.
Yo, el Verbo, tomando esta carne, la ennoblezco, la divinizo, la vuelvo sensible a la gloria de Dios y a los intereses del hombre, y la hago palpitar en aquella indisoluble caridad que Me une con Dios y con el hombre.
El Espíritu Santo llena Mi Corazón, lo penetra y abrasa con Sus llamas divinas que eternamente lo consumirán. Hace de él Su templo y su tabernáculo; lo consagra con Su presencia, lo ilumina con Sus resplandores, lo anima y sostiene con una vida sin desmayos ni decadencias.
Así el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo formaron el Corazón del Hombre-Dios. El Padre lleva a esta obra el poder que crea: el Verbo del amor que repara: el Espíritu Santo del que fecundiza.
Tal es Mi Corazón, tal es el órgano más puro de la santa humildad que Yo revestí en el seno de María y que lo uní a Mí, personalmente, al hacerme hombre. Este Corazón es el manantial generoso de donde brotó la sangre durante Mi agonía en el Huerto de los Olivos, cuando oprimido bajo el peso de sus culpas, redoblé Mi oración, bañándose todo Mi cuerpo de un sudor mortal.
Este Corazón dejó salir las gotas de sangre redentora bajo las espinas de la corona santa y las varas de la flagelación. Este Corazón regó durante tres horas la cumbre del Calvario con la sangre preciosa que pagaba el rescate del mundo. Este Corazón se abrió después de Mi muerte para pagar por completo con el exceso de Mi amor, un rescate para el cual hubiera sido suficiente una sola gota. Este Corazón, después de haber dormido tres días en el sepulcro, despertó con toda la energía y toda la fuerza de su amor; revistióse en el cuerpo resucitado del Hombre–Dios, de las propiedades más maravillosas y en el cielo da a Mi cuerpo glorificado el movimiento, el resplandor y la grandeza de una vida que no tendrá fin.
Vean en esta materia sensible, el Corazón que mostré a Margarita María, diciéndole: “Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres”. Este Corazón sensible y material, no debe ser más que un objeto secundario de su devoción. Hay un objeto espiritual que es la parte principal: Mi amor a los hombres, cuyo símbolo es el corazón y las llamas que salen de él, y que deben enseñarles sus grandes sentimientos.
Este amor debería ser para ustedes motivo inagotable de admiración y agradecimiento.
Por amor dejé el cielo por Belén y el seno de Mi Padre por el seno de María. En el seno de Mi Padre Mi luz es inaccesible; saliendo de él la manifiesto, la derramo, la prodigo, empiezo a descorrer el velo de tan grande y consolador misterio.
Por amor a los judíos, Me revelo a los pastores y por amor a los gentiles, Me revelo a los magos. De este modo, se forma alrededor de Mi corazón, como alrededor de un centro divino, la Iglesia; a la vez naciente entre los paganos y los judíos, cuyos destinos abrazarán todos los tiempos y todos los lugares.
Belén vio la gloria de Mi nacimiento en el cielo y en la tierra. Nazaret verá la gloria interior de mi vida oculta.
Pobre, desconocido, despreciado, les doy por amor, elocuentes lecciones de oscuridad, de silencio, de humildad, de sencillez, de mortificación, de olvido de sí mismos. En este género de vida voy creciendo en edad y en sabiduría delante de Dios y de los hombres. Así vivo, así obro, así callo, así trabajo y Me oculto por amor a los hombres.
Cuando empieza Mi vida pública, el mismo amor Me induce al bautismo, donde Me ofrezco en expiación por sus pecados: al desierto donde Me humillo, donde soy tentado, donde Me dejo hasta llevar en alas del ángel caído, a la plataforma del templo, todo por amor. Corazón de Mesías, de Salvador y de Padre, todo es posible a Mi amor con tal que los decida a seguirme en el combate. Para la lucha con el demonio, les presté aquellas palabras, aquellas flechas sacadas de las Escrituras, con las cuales herirán siempre al tentador. Pero es preciso que ellas partan de sus corazones como de Mi Corazón, cuando se hayan purificado en la soledad y en el ayuno. Cuando la mortificación los haya hecho fuertes, magnánimos, vencedores de sí mismos.
Mi vida pública no es otra cosa que Mi Corazón en acción y en sufrimiento. Obra y sufre a la vez por su amor con una actividad que Me hace correr a la conquista de las almas, y con una paciencia misericordiosa que dobla el precio de Mi celo.
Predico y reconcilio a los pecadores, sano a los enfermos, acojo a los niños, instruyo y formo a Mis discípulos, alimento a las muchedumbres hambrientas, y con milagros, beneficios y pláticas, derramo Mi Corazón, del cual mana la caridad infinita, sin agotarse jamás.
Lloro sobre el sepulcro de Lázaro que es Mi amigo, sobre la infiel Jerusalén que es Mi patria, sobre el mundo, objeto de la cólera divina.
Mi Corazón de hombre es quien ha derramado estas lágrimas; el amor es quien las ha arrancado de Mi Corazón y el deseo de verlos llorar a ustedes, es quien Me hizo dar a las lágrimas su propia virtud, y declarar bienaventurados a los que las derraman.
El sacrificio de las lágrimas no era en Mi vida sino el preludio del sacrificio de la sangre. Mis pies, Mis manos, Mi cabeza, Mi Corazón, la derramaron sucesivamente y en abundancia.
Este Corazón se reveló por entero sobre la cruz, ya con palabras de perdón, ya con un testamento de amor, ya con el grito extinguido de su celo y la sed que sube del corazón a los labios: hasta que finalmente el amor y la justicia quedan satisfechos y nada queda ya que expiar, nada que perdonar, nada que amar.
Consumado está. Pero no: no ha terminado todo, porque Yo resucito y Mi Corazón resucitado se dilata, triunfa, sobreabunda de alegría, se goza en este triunfo, se regocija en sus propios méritos y obtiene un complemento de dicha y de gloria que va a ser de gran provecho a la tierra.
Todas las apariciones que siguen a Mi resurrección gloriosa son triunfos de Mi Corazón. Magdalena Me reconoce por la voz, los discípulos de Emaús en la fracción del pan, Tomás por la llaga de Mi costado abierto, todos los apóstoles y discípulos por la paz que les deseo y les llevo.
Finalmente, cuando victorioso de la muerte, subo a lo más alto de los cielos y voy a sentarme en el trono eterno preparado a Mi gloria, es para acabar Mi propia victoria sobre el corazón de Mi Padre y obtener que el Espíritu Santo descienda como lo He prometido sobre Mi naciente Iglesia. Así Mi Corazón crece aún en su triunfo y, la tierra experimenta más que nunca su influencia divina.
Este amor es perfecto cuando habla y cuando calla, cuando promete y cuando da, cuando perdona y cuando se exalta; es perfecto en la tierra y en el cielo. Toda mi vida procede del Corazón: el amor es Mi primera palabra y los He amado hasta el fin, hasta el agotamiento, hasta la locura de amor.
Hijitos: tienen Redentor, vengan a Mí, que Estoy lleno de Misericordia para los que quieren ser redimidos. Soy fuente de agua viva, río caudaloso, que procede del trono de Dios, que sin recibir de nadie, a todos doy largamente, sin que Mis corrientes mengüen: corran los sedientos a apagar en Mí su sed. Es una mina sin término, de los tesoros eternos. Vengan, codiciosos a recibir Mis gracias, que nunca llevarán tantos tesoros, y nunca faltarán para repartir a los demás, infinitamente.
Vengan los ciegos a la luz, los afligidos y atormentados, al gozo sin fin; vengan los presos a la libertad; los desterrados a su patria; los muertos a la vida ¿Qué esperan? ¿Qué hacen atados como viles bestias a los pesebres del mundo, comiendo paja sin jugo ni sustancias alimenticias?
Rompan sus ataduras: vengan hacia la mesa que los espera, abastecida de verdaderas delicias y regalos invalorables. Despierten, que la luz entra por sus puertas; ábranme, no se queden a oscuras y en tinieblas de muerte...