El Evangelio para la semana XI del tiempo ordinario (15 al 21 de junio), nos recuerda uno de los más conocidos dichos de Jesús: La cosecha es abundante, y pocos los trabajadores…”, y como la Palabra de Dios es infinita, también son infinitas las formas en las que podemos aplicarla a nuestras vidas.
En este caso, valdría la pena ponernos en medio de esa escena, y calificarnos cada uno a si mismo, con la siguiente pregunta: ¿Me coloco entre el gentío, o el Señor pronuncia mi nombre, y me llama junto a los doce?
El gentío, estaba compuesto por personas que en algún momento habían oído de un maestro, un Rabbí que andaba predicando por Israel, iban a encontrarlo para escucharlo. Algunos, se quedaban y lo seguían hasta uno o dos pueblos más, para seguir escuchando sus sermones y aprender de su doctrina. Otros, corrían en busca de presenciar algún milagro, escuchar alguna respuesta tajante a los doctores de la ley, o simplemente a la espera de que alguien les convide a comer en medio de los sermones.
Unos cuantos, lograban acercarse al Maestro, y se sentaban a sus pies a escucharlo, y se unían a los discípulos, ayudando con las tareas de atención a la gente, organización, etc, hasta que se convertían en discípulos fieles, que recorrían los caminos fraternizando con el propio Jesús, María Santísima y los demás del círculo íntimo del Señor.
Si eres un oyente en medio de la masa, deberías preguntarte: ¿Hasta cuándo? Mira, que la vida corre. ¿Vale la pena pasar día tras día, mes tras mes, año tras año metido en medio de la turba, mirando al Salvador de lejos, distraído por los empujones y los pisotones, en medio del olor a sudor y el polvo de tanta gente? Si, resulta bastante cómodo, sobre todo porque no tienes que aceptar ninguna responsabilidad más que ir allá donde hablará el Señor (léase la Misa del domingo), y luego… a casita, a continuar en el gentío, los pisotones, los empujones y el olor a sudor y otras cosas. ¿Realmente vale la pena? Realmente crees que así tu vida ya está completa? ¿Ya la hiciste? Mira, que cuando crucificaron a Cristo, muchos de los de esa turba fueron los que gritaron: ¡Crucifícale!
Si por ahí tuviste la suerte de presenciar algún milagro de Jesús, si fuiste privilegiado con una sanación en ti o en tu familia, una curación del cuerpo o el alma, algo, que te mostró que Él está cerca de ti, y que podrías alcanzarlo con solo levantar la mano, ¿Podrías ahora volver a meterte en medio de la turba, y volver a los apretones, sólo para retornar a tu casa al atardecer a continuar tu vida de siempre?
Jesús pide que oremos por trabajadores que recojan la cosecha, precisamente porque ya Él sembró en tu corazón y en el mío, y te pide que ruegues al Padre, para que esa semillita que Él puso, caiga en terreno abonado crezca y se desarrolle en ti y en tu entorno. Él quiere que por lo menos te pongas entre los que se sientan en primera fila a escucharlo, entre los que lo siguen pueblo tras pueblo. Él quiere verte a ti durante la noche, caminando por el campamento, charlando con Su Madre, o jugando con sus apóstoles, Él quiere que tú le lleves un trozo de carne hasta la puerta de su tienda en medio del campo, y que te sientes a conversar con Él mientras come. Él quiere contarte sus cuitas, hacerte su confidente. Él quiere ser tu amigo, porque ya es tu Padre, tu Maestro y tu Salvador, pero todo eso lo es por si mismo, mientras que solo será tu amigo, si tú vas a su lado. ¿No es una hermosa posibilidad?, porque Él mismo dice que a sus amigos ya les contó todo lo que había escuchado decir al Padre.
Y por último, si ya eres su discípulo, ¿para qué continuar con las mismas cosas del mundo? Si ya estas junto al Dios todopoderoso, al Dios lleno de amor y Misericordia, ¿para qué conservar todavía algunas migajas del mundo contigo? ¿No ves que cuando pide orar por trabajadores, pide porque tú escuches de una buena vez su llamado?
Antonio…Mercedes…Carolina…Jorge…Julia…¿Oyes? ¡Él está pronunciando tu nombre!, te está llamando, para enviarte con los doce, a gritar por todos los pueblos: “El Reino está cerca…” ¿Quieres aceptar su llamado, ser su apóstol, su amigo?
En este caso, valdría la pena ponernos en medio de esa escena, y calificarnos cada uno a si mismo, con la siguiente pregunta: ¿Me coloco entre el gentío, o el Señor pronuncia mi nombre, y me llama junto a los doce?
El gentío, estaba compuesto por personas que en algún momento habían oído de un maestro, un Rabbí que andaba predicando por Israel, iban a encontrarlo para escucharlo. Algunos, se quedaban y lo seguían hasta uno o dos pueblos más, para seguir escuchando sus sermones y aprender de su doctrina. Otros, corrían en busca de presenciar algún milagro, escuchar alguna respuesta tajante a los doctores de la ley, o simplemente a la espera de que alguien les convide a comer en medio de los sermones.
Unos cuantos, lograban acercarse al Maestro, y se sentaban a sus pies a escucharlo, y se unían a los discípulos, ayudando con las tareas de atención a la gente, organización, etc, hasta que se convertían en discípulos fieles, que recorrían los caminos fraternizando con el propio Jesús, María Santísima y los demás del círculo íntimo del Señor.
Si eres un oyente en medio de la masa, deberías preguntarte: ¿Hasta cuándo? Mira, que la vida corre. ¿Vale la pena pasar día tras día, mes tras mes, año tras año metido en medio de la turba, mirando al Salvador de lejos, distraído por los empujones y los pisotones, en medio del olor a sudor y el polvo de tanta gente? Si, resulta bastante cómodo, sobre todo porque no tienes que aceptar ninguna responsabilidad más que ir allá donde hablará el Señor (léase la Misa del domingo), y luego… a casita, a continuar en el gentío, los pisotones, los empujones y el olor a sudor y otras cosas. ¿Realmente vale la pena? Realmente crees que así tu vida ya está completa? ¿Ya la hiciste? Mira, que cuando crucificaron a Cristo, muchos de los de esa turba fueron los que gritaron: ¡Crucifícale!
Si por ahí tuviste la suerte de presenciar algún milagro de Jesús, si fuiste privilegiado con una sanación en ti o en tu familia, una curación del cuerpo o el alma, algo, que te mostró que Él está cerca de ti, y que podrías alcanzarlo con solo levantar la mano, ¿Podrías ahora volver a meterte en medio de la turba, y volver a los apretones, sólo para retornar a tu casa al atardecer a continuar tu vida de siempre?
Jesús pide que oremos por trabajadores que recojan la cosecha, precisamente porque ya Él sembró en tu corazón y en el mío, y te pide que ruegues al Padre, para que esa semillita que Él puso, caiga en terreno abonado crezca y se desarrolle en ti y en tu entorno. Él quiere que por lo menos te pongas entre los que se sientan en primera fila a escucharlo, entre los que lo siguen pueblo tras pueblo. Él quiere verte a ti durante la noche, caminando por el campamento, charlando con Su Madre, o jugando con sus apóstoles, Él quiere que tú le lleves un trozo de carne hasta la puerta de su tienda en medio del campo, y que te sientes a conversar con Él mientras come. Él quiere contarte sus cuitas, hacerte su confidente. Él quiere ser tu amigo, porque ya es tu Padre, tu Maestro y tu Salvador, pero todo eso lo es por si mismo, mientras que solo será tu amigo, si tú vas a su lado. ¿No es una hermosa posibilidad?, porque Él mismo dice que a sus amigos ya les contó todo lo que había escuchado decir al Padre.
Y por último, si ya eres su discípulo, ¿para qué continuar con las mismas cosas del mundo? Si ya estas junto al Dios todopoderoso, al Dios lleno de amor y Misericordia, ¿para qué conservar todavía algunas migajas del mundo contigo? ¿No ves que cuando pide orar por trabajadores, pide porque tú escuches de una buena vez su llamado?
Antonio…Mercedes…Carolina…Jorge…Julia…¿Oyes? ¡Él está pronunciando tu nombre!, te está llamando, para enviarte con los doce, a gritar por todos los pueblos: “El Reino está cerca…” ¿Quieres aceptar su llamado, ser su apóstol, su amigo?