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viernes, 27 de marzo de 2009

Aplicando el Evangelio: Como si fueras un griego más

El Evangelio de Juan comienza haciendo una revelación maravillosa: Jn 1: 1 “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios”. De igual manera, la primera carta de Pedro dice: 1 Pedro 1: 23 “… la Palabra de Dios, viva y eterna”, y San Pablo ratifica en su carta a los hebreos cap. 4: 12 “En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz,…”.

Basados en estas lecturas, trataremos entonces (a manera de ejercicio de catequesis), de buscar en el texto del Evangelio del V domingo de Cuaresma (Jn 20: 12 32), las riquezas y las enseñanzas que el Señor nos regala para nuestro crecimiento personal y comunitario.

Como punto de partida, diremos que al llamar “Palabra Viva” a la Santa Biblia, estamos haciendo una afirmación; la misma que el apóstol Juan: La Biblia es Dios vivo hecho palabra. Y esa condición de “vivo (Dios) o viva (la Palabra”), significa que la Biblia siendo Dios, nos puede hacer preguntas, y al mismo tiempo nosotros podemos preguntar a la Biblia siempre que lo hagamos en el lenguaje con el que fue escrita, que es el lenguaje del Espíritu Santo, y que las respuestas no se dejarán esperar.

Para nuestro ejercicio, nos trasladaremos a la escena del Evangelio, y nos ubicaremos en el lugar de los griegos “de los que adoran a Dios”, y desde allá comenzamos:

Con seguridad, Felipe y Andrés nos averiguarán antes que nada, cuáles son los motivos que nos mueven. Si es la simple curiosidad turística de conocer al hombre de moda, al que hace milagros, sana enfermos y resucita muertos, y que quizás podamos terminar con un autógrafo firmado o algún otro suvenir, no nos será posible encontrarlo, por lo que terminaríamos comprando alguna estampita con su imagen para guardarla en la billetera o colgarla enmarcada en una pared y nos recuerde nuestro viaje a Jerusalén.

Si nuestro deseo es encontrar al Maestro para aprender de Él, para conocer su doctrina, aplicarla en nuestra vida y llevarla a nuestra casa, para enseñarla en nuestro hogar y a nuestros amigos, entonces sí se nos puede conceder.

Pregunta: ¿Qué puedo hacer yo para (como los griegos), ver a Jesús, para encontrarme con Él?

Respuesta: La única vía para poder “ver” a Jesús, es a través de la humildad, comenzar por reconocernos necesitados, enfermos del cuerpo y del alma, presos de nuestras pasiones y nuestros instintos, y sin el auxilio de Cristo y su acción redentora, totalmente inermes a los ataques del enemigo de las almas. Sólo entonces, luego de gritar como el leproso del camino “Señor, ten compasión de mi”, se nos abrirán los ojos del alma, que es lo que Jesús busca constantemente.

Pregunta: ¿Dónde podré verte Señor, para recibir tus dones, tu misericordia y tu paz?

Respuesta: Cuando haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí. Allá es donde te esperaré, allá estarán juntas tu cruz y la mía. En el Calvario de tu vida, cuando sientas que ya no puedes más, cuando el dolor, la soledad y la angustia perforen tus manos y tus pies, Yo estaré junto a ti, esperando con todo mi corazón a que tú me mires, y repitas lo que me dijo el buen Dimas: “Señor, acuérdate de mi cuando estés en tu reino”.

Pregunta: ¿Y porqué Señor, tengo que esperar a estar dolorido, solitario y angustiado para buscarte?

Respuesta: Eso debes contestarlo tú mismo, y para que tu respuesta sea sincera, baja un poquito el volumen a la televisión, a los placeres, a las fiestas, a la bebida y a tantas cosas que gritan en tus oídos, pero fundamentalmente, bájate el volumen a ti mismo, porque charlas tanto contigo, que ya no escuchas mi voz.

Pregunta: ¿Y es necesario que te vea siempre clavado en la cruz, lleno de sangre y heridas, sufriente y dolorido? Porque a mí me gustaría más verte resucitado, glorioso, hermoso como te imagina mi alma.

Respuesta: Es cierto que ahora vivo glorioso, recibiendo la gloria que me dio mi Padre, pero… ¿Podrías así lograr verme en mis hermanos más necesitados? Mis heridas y mi sangre, mis dolores y mi muerte, fueron el camino por el cual Yo conquisté tu salvación. A mí nadie me quitó la vida. Fui Yo que la entregué voluntariamente, fui Yo quien aceptó la voluntad de mi Padre, y lo hice porque te amé desde entonces, esperando que con mi ejemplo, tú hagas lo mismo. Por eso les dije: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amando”, o sea, más que a la vida misma.

Pregunta: Entonces Señor, ¿Qué quieres tú que haga yo para lograr amar más a mis hermanos que a mí mismo?

Respuesta: Tú eres una creación mía. Nadie te conoce y te ama más que Yo, y por eso, solo Yo sé los tesoros que hay en tu alma, porque al crearte, lo hice marcando para ti una misión muy importante en la vida. Tú eres también como una hermosa semilla de trigo, brillante, lisa, pero misteriosa, cualquiera que te ve, sólo ve la cáscara que te cubre, pero Yo conozco toda la vida, la belleza, la potencia que encierras dentro tuyo, y que permanecerá oculto e inútil como un cofre enterrado, mientras no mueras a ti mismo.

Cuando dejes tu egoísmo, tu egocentrismo, cuando dejes de creer que a todo tienes derecho, cuando dejes de anteponer tu persona, cuando dejes de considerar que tu posición te hace más que tus hermanos, entonces, y solo entonces, brotará de ti el hermoso trigal para el que Yo te destiné. ¿Quieres ahora mirar hacia mí desde tu cruz?

Hermanos queridos ¿Verdad que el Evangelio de cada día nos trae enormes riquezas, si es que lo escuchamos en la Santa Misa o lo leemos en nuestra Casita de Oración con el lenguaje del Espíritu Santo?

miércoles, 25 de marzo de 2009

Aplicando el Evangelio: La serpiente y Nicodemo

Si existe una frase que podría condensar es sí misma todo el Evangelio, ésta sería sin dudas Juan 3:16, que forma parte de las lecturas para esta semana IV de Cuaresma, que en la versión Latinoamericana dice: “¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.

Y si buscamos otra frase que condense la respuesta del hombre a semejante muestra de amor de parte del único e infinito Dios, es Juan 1:11 “Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron”

Y ese “no lo recibieron”, se tradujo en todos los terribles acontecimientos sucedidos desde Getsemaní hasta el Calvario, cuando entregaron a la Madre Dolorosa el cuerpo destrozado de su Hijo. Eso en cuanto a los hechos históricos, pero, ¿Qué de los espirituales? Veamos:

Sin duda, cada uno de nosotros podríamos vernos reflejados en ese Nicodemo, que aún sintiendo en su fuero interno que las palabras de Jesús son verdad y vida, se rinde a las apariencias humanas y amparado en la oscuridad de la noche, va a visitar al Maestro, y recibir sus palabras de vida. Nicodemo (como muchos de nosotros), quiere alimentar su alma, pero sin poner en riesgo su posición social, su trabajo, sus amistades, su mundo.

Mientras Jesús le explicaba las maravillas de la gracia, Nicodemo se preocupaba de cubrir su figura o su rostro en la sombra de la noche, y seguramente trataba de mantenerse lejos de la luz del fuego, sin darse cuenta de que eso también lo mantenía lejos de la Luz del alma. Jesús le hablaba del Espíritu, y Nicodemo pensaba en el mundo.

Pobre Nicodemo, y pobres nosotros, que muchas veces pretendemos leer las palabras de Dios con los ojos del cuerpo, cuando éstas fueron escritas en el lenguaje del Espíritu. “Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna” le dijo Jesús, y Nicodemo (léase nosotros), no llegaba a entender la relación entre la serpiente de bronce y el Maestro que hablaba sentado frente a él.

Por eso es que encontramos a muchos católicos que se autocalifican de “no fanáticos”, que pretenden estar a las puertas del cielo, porque “no mataron a nadie, no roban y no hacen daño, además de que dan limosna los domingos en la misa”, pero no se acuerdan de esa empleada a la que nadie toma en cuenta mientras pasa la escoba en la oficina, o ese niño que se cubre con periódicos para pasar la noche en la puerta de un teatro, o esos ancianos que suspiran por un beso que nadie les regala, y tantos otros sufrientes de nuestro mundo de cada día.

Para eso fue levantado Jesús a lo alto del Calvario como la serpiente de Moisés, para que lo miremos (con los ojos del alma), y seamos curados de esta lepra espiritual que atenaza la vida de nuestro tiempo y que, pretende luchar contra flagelos como el sida y el aborto, repartiendo condones por millones en lugar de enseñar el comportamiento moral, o sea: “sigue haciéndolo, pero cuida tu cuerpo, porque el alma no interesa”.

Es que como Nicodemo, buscamos a Jesús en la noche y a oscuras, y cuando miramos el crucifijo en nuestra casa, pensamos con pena en los dolores físicos, en lugar de mirar con esperanza a esa sangre que se derramó para enseñarnos a amarnos como Él nos amó, donando su vida en bien de los demás.

Por eso es que nos cuesta tanto ponernos al lado de la luz, por temor a que se vean claramente nuestras obras y nuestras intenciones, cuando está expuesto en lo alto del Calvario (como la serpiente de Moisés), el amor mismo, intercediendo por nosotros, mostrándonos cuánto nos ama el Padre, que a través del sacrificio de su Hijo Unigénito, acepta nuestra adopción como sus hijos, los amados de su corazón.

La lectura y la escucha del Evangelio, debe ser para nosotros, la apertura del corazón a la contemplación de Cristo, que elevado en la cruz, se constituye en Luz que nos ilumina, nos libera y nos sana de nuestras miserias, asegurándonos con su muerte y resurrección, que ¡Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su único Hijo para que quien crea en Él no se condene, sino que tenga vida eterna!.

Miremos a Jesús a la luz del día, no imitemos a Nicodemo, porque de esa manera, lograremos entender muy bien la historia de Cristo, pero jamás entenderemos su Corazón, que es el que nos ama tanto.


lunes, 23 de marzo de 2009

Nuncio en Bolivia reafirma que el matrimonio es "un tesoro fundamental"

LA PAZ, 22 Mar. 09 (ACI).-El Nuncio Apostólico en Bolivia, Mons. Giambattista Diquattro, reafirmó el valor del matrimonio en la constitución de la familia y señaló que el sacramento que une a un hombre y a una mujer "es un tesoro fundamental".

Mons. Diquattro hizo estas afirmaciones durante la reciente inauguración de la Semana por la Vida y la Familia, organizada por el Apostolado de la Nueva Evangelización, en preparación al próximo 25 de marzo, fiesta litúrgica de la Anunciación.

Según el Sistema Maná, de la Conferencia Episcopal Boliviana, el Prelado indicó que el matrimonio "es un bien que ha sido donado porque da la posibilidad al hombre y la mujer para realizar en plenitud la riqueza de la persona".

En ese sentido, Mons. Diquattro recordó que el documento conciliar Gaudium et Spes afirma que la verdad del amor y el valor del matrimonio "tiene dos aspectos fundamentales: el valor intrínseco del matrimonio instituido por Dios y que además es elevado al valor de un sacramento".

"Cada hombre y mujer que se casan en Cristo reciben el sacramento y lo celebran desde el momento en que son participes del mismo amor de Cristo", explicó.

Cristo que nos llama a la conversión del espíritu

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

La experiencia de buscar convertir nuestro corazón a Dios, que es a lo que nos invita constantemente la Cuaresma, nace necesariamente de la experiencia que nosotros tengamos de Dios nuestro Señor. La experiencia del retorno a Dios, la experiencia de un corazón que se vuelve otra vez a nuestro Señor nace de un corazón que experimenta auténticamente a Dios. No puede nacer de un corazón que simplemente contempla sus pecados, ni del que simplemente ve el mal que ha hecho; tiene que nacer de un corazón que descubre la presencia misteriosa de Dios en la propia vida.

Durante la Cuaresma muchas veces escuchamos: “tienes que hacer sacrificios”. Pero la pregunta fundamental sería si estás experimentando más a Dios nuestro Señor, si te estás acercando más a Él.

En la tradición de la Iglesia, la práctica del Vía Crucis —que la Iglesia recomienda diariamente durante la Cuaresma y que no es otra cosa sino el recorrer mentalmente las catorce estaciones que recuerdan los pasos de nuestro Señor desde que es condenado por Pilatos, hasta el sepulcro—, necesariamente tiene que llevarnos hacia el interior de nosotros mismos, hacia la experiencia que nosotros tengamos de Jesucristo nuestro Señor.

Tenemos que ir al fondo de nuestra alma para ahí ver la profundidad que tiene Dios en nosotros, para ver si ya ha conseguido enraizar, enlazarse con nosotros, porque solamente así llegamos a la auténtica conversión del corazón. Al ver lo que Cristo pasó por mí, en su camino a la cruz, tengo que preguntarme: ¿Qué he hecho yo para convertir mi corazón a Cristo? ¿Qué esfuerzo he hecho para que mi corazón lo ponga a Él como el centro de mi vida?

Frecuentemente oímos: “es que la vida espiritual es muy costosa”; “es que seguir a Cristo es muy costoso”; “es que ser un auténtico cristiano es muy costoso”. Yo me pregunto, ¿qué vale más, lo que a mí me cuesta o lo que yo gano convirtiéndome a Cristo? Merece la pena todo el esfuerzo interior por reordenar mi espíritu, por poner mis valores en su lugar, por ser capaz de cambiar algunos de mis comportamientos, incluso el uso de mi tiempo, la eficacia de mi testimonio cristiano, convirtiéndome a Cristo, porque con eso gano.

A la persona humana le bastan pequeños detalles para entrar en penitencia, para entrar en conversión, para entrar dentro de sí misma, pero podría ser que ante la dificultad, ante los problemas, ante las luchas interiores o exteriores nosotros no lográramos encontrarnos con Cristo.

Nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días si queremos en la Eucaristía; nosotros, que tenemos a Jesucristo si queremos en su Palabra en el Evangelio; nosotros, que tenemos a Jesucristo todos los días en la oración, podemos dejarlo pasar y poner otros valores por encima de Cristo. ¡Qué serio es esto, y cómo tiene que hacer que nuestro corazón descubra al auténtico Jesucristo!

Dirá Jesucristo: “¿De qué te sirve ganar todo el mundo, si pierdes tu alma? ¿Qué podrás dar tú a cambio de tu alma?” Es cuestión de ver hacia dónde estamos orientando nuestra alma; es cuestión de ver hacia dónde estamos poniendo nuestra intención y nuestra vida para luego aplicarlo a nuestras realidades cotidianas: aplicarlo a nuestra vida conyugal, a nuestra vida familiar, a nuestra vida social; aplicarlo a mi esfuerzo por el crecimiento interior en la oración, aplicarlo a mi esfuerzo por enraizar en mi vida las virtudes.

Cuando en esta Cuaresma escuchemos en nuestros oídos la voz de Cristo que nos llama a la conversión del espíritu, pidámosle que sea Él quien nos ayude a convertir el corazón, a transformar nuestra vida, a reordenar nuestra persona a una auténtica conversión del corazón, a una auténtica vuelta a Dios, a una auténtica experiencia de nuestro Señor.

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"