Tres años
Lo más grave que uno puede imaginarse, sin duda es que un día el Señor nos diga “Yo no te conozco”. Una sentencia así, no significa otra cosa que el infierno eterno, y esa perspectiva es horrorosa.
Pero hay una segunda frase que es también aterrorizante, aunque no sea tan definitiva como la anterior, y esa frase es más o menos así: “No me sirves para el Evangelio, te he dado tantas oportunidades, tantas ayudas, tantas facilidades, pero no me sirves”
Y este es el sentido que el Señor le pone en el Evangelio cuando dice: “Tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro”, y luego sigue la sentencia: “Córtala” (Lc 13,7). Dios nos libre de ser la higuera de este pasaje, que el Señor tenga misericordia de nuestra dejadez y negligencia y nos perdone por todo el tiempo que hemos tomado en movernos hacia el camino de santidad, para así poder dar testimonio de su presencia en nosotros, que es la única manera de Evangelizar.
Esta Cuaresma nos invita especialmente, a preguntarnos en humildad y en oración, qué clase de frutos estamos almacenando para presentárselos a Cristo cuando venga a visitarnos. Cuál es la calidad de esos frutos, pues aunque sean muy pocos, a Dios le importa mucho la calidad, el brillo, el sabor, el color y el olor, porque son para su mayor gloria, y la gloria de Dios está compuesta sólo de lo mejor.
Cristo ha ido regando día a día en cada uno de nosotros a través de muchas cosas una homilía, una conversación, una lectura, una palabra, una imagen, en fin, tantas y tantas formas que Él tiene por medio de su Espíritu Santo para generar en nosotros esos riegos refrescantes y vivificadores, y nos produce especial emoción cuando los sentimos, cuando podemos darnos cuenta de su presencia viva y eficaz.
El gran desafío de la Cuaresma es entonces: ¿Qué hiciste con tantos cuidados?, pero no se queda ahí, porque con seguridad, todos mereceríamos el corte definitivo, sino que el amor de Dios y la guía de la Iglesia, nos ofrecen este tiempo, precisamente para analizarnos profundamente, y prepararnos para celebrar y recordar la maravilla de la salvación con la muerte y la resurrección del Señor en la Semana Santa que ya se acerca.
Es posible que al contemplar nuestros frutos, nos sintamos pequeños y disminuidos, que nos demos cuenta de que no hicimos lo que debíamos; Pero contamos con Cristo, el Enviado del Padre, que vino al mundo para traernos el perdón y la misericordia, y por eso podemos contar con que aún es posible embellecer nuestros frutos, aún es tiempo para prepararnos a su próxima visita, y que entonces, Él se sienta satisfecho y feliz por esos frutos que podrá coger de nuestras ramas, no solo para disfrutarlos sino, hasta sentarse al pié de nuestra higuera a comer y descansar a la sombra de nuestro follaje de amor y esperanza.
Ese es el secreto de la salvación de Cristo, que no importa lo que no hiciste, porque ya está enterrado y guardado en el corazón misericordioso de Jesús, sino que importa lo que vas a hacer de hoy en adelante, importa que tu corazón se disponga para recibir a ese magnífico visitante que como hoy, cada domingo toca tu puerta para regalarte la sabiduría, la felicidad y la paz que trae para cada uno en su Palabra y su Cuerpo Eucarístico.
Ánimo entonces, recién estamos llegando a la mitad de la Cuaresma, aún tenemos tiempo de abrir nuestras raíces y recibir los riegos que Jesús viene depositando en nosotros con tanta esperanza. Regalémosle en la Pascua, un corazón nuevo, fresco y dispuesto, y Él hará el resto. Esa es su promesa, y Jesús no promete en vano.
Este es un tiempo de oración, de penitencia y de caridad. La oración nos hará ver la realidad de nuestra condición humana, nos llevará a vernos con humildad y reconocer nuestras faltas, y nos permitirá rogar a Dios porque nos envíe al Espíritu Santo, que es el único que puede transformar nuestro barro en bellas y fragantes ofrendas dignas del sacrificio de Jesús en el Calvario.
La penitencia nos ayudará a sensibilizar nuestra alma de tal modo que volvamos a sentir el repudio al pecado, a la ofensa a ese Dios que solo quiere vernos dignos de su Reino preparado desde siempre junto a Él.
Y la caridad nos ayudará a darnos cuenta de que no estamos solos, que Dios nos hizo imperfectos no porque se equivocó, sino para permitirnos que uniendo nuestras capacidades, hagamos a su imagen y semejanza, un ser perfecto y digno del cielo, que es nuestro destino final.
Ánimo, aún hay tiempo…