¿Un lugar para descansar?
Los apóstoles regresaron de su evangelización práctica. El Señor los había enviado a todos los pueblos vecinos, a enseñar lo que ellos habían aprendido durante los tres años que convivieron con ÉL.
Meditemos un poco, sobre lo que sintieron, dijeron e hicieron estos apóstoles en cada pueblo, proclamando la Buena Nueva del Reino. Es difícil pensar que alguno hubiera hido a presentar su propia doctrina, o que hubiera tratado de “mejorar” las enseñanzas de Cristo con pensamientos o enseñanzas propias o con las creencias de su tradición judía.
Lo más seguro, es que cada uno de ellos trató de actuar, como Jesús actuaba, trató de sanar, con la actitud con la que Jesús sanaba, o sea, cada uno de ellos hizo lo posible de mostrar en sí mismo a Jesús, su amor, su paciencia, su humildad, su ternura, su autoridad, en fin, cada uno de ellos trató de convertirse en otro Jesús, obrando maravillas en el nombre de Dios.
Qué oportunidad más hermosa ¿no? Ser en ese viaje, Jesús encarnado. Poder obrar sus milagros, poder perdonar los pecados, poder sanar a los enfermos, recibir esas sonrisas de agradecimiento, esas miradas de esperanza, ver a los paralíticos levantarse, a los ciegos abrir los ojos, a los tullidos usar sus miembros, y en el fondo, sentir que tu corazón late con fuerza, porque se parece al de Jesús, sentir que te conviertes en Jesús.
Qué pensamiento más adecuado para encontrar una explicación certera de lo que es la conversión de la que tanto hablamos, sobre todo los que pertenecemos a algún apostolado, asociación o grupo de laicos. El objetivo de los apóstoles en volverse Jesús, pensar como Jesús, actuar como Jesús, enseñar como Jesús, ser otro Jesús en medio de la gente, eso es convertirse, esa es la conversión.
De esto, podemos sacar que si uno desea convertirse, no basta con hacer todas las oraciones del devocionario, ni asistir a la misa diaria, ni actuar muy devotamente. Todas esas cosas, son solamente una parte (la formal) del proceso de conversión. La clave está en primeramente encontrarse con Jesús, conocerlo íntimamente, saber qué piensa, cómo actúa, qué hace en cada circunstancia, y hacer lo mismo que Él.
Pero eso no se da, mientras uno no lo busque desde el reconocimiento de nuestra incapacidad y nuestra pequeñez. Es necesario buscarlo desde la humildad del necesitado, darnos cuenta, que necesitamos de Jesús, que sin Él de veras no podemos hacer nada, y que únicamente gracias a su misericordia, aún no hemos recibido el pago por nuestras culpas.
Así podemos decir que estamos en proceso de conversión. Así recién podemos darnos cuenta de que no somos poseedores de ninguna verdad, y de que solos, estamos desvalidos, que necesitamos del Espíritu Santo que nos ilumine el camino, y de la Iglesia que nos cobije y nos guíe, y de una comunidad que nos proteja y nos alimente. Nuestra actitud como evangelizadores, debe ser en todo caso, la misma actitud que tenía Jesús con la gente: Sanar, curar, liberar y perdonar. Así mostramos a Jesús como Él es.
Retornando al Evangelio, podemos imaginar el gozo y la alegría con la que retornaron los apóstoles, y los gritos y las carcajadas, la felicidad de poder informar al Maestro, que les había ido bien, que habían predicado, y que mucha gente los había escuchado, que habían hecho muchos milagros, y tantas otras cosas más que se traen de un viaje.
Pero Jesús es Maestro amantísimo. Él sabía todo lo que harían, sabía de los milagros y las maravillas, porque todas se hicieron en su nombre y con su aprobación. Por eso, mientras ellos le contaban sus cosas, Él miraba los corazones, miraba los ojos cansados del ajetreo y las multitudes, sabía de las horas sin descanso en los caminos, y es un Maestro que cuida y se preocupa por sus seguidores, y decide llevarlos a descansar.
Es notorio ver que el Señor no emplea los conocidos “debías” o los peores “no debías”. Él no califica nada, pues confía en que cada uno hizo lo mejor que pudo o lo máximo que supo. Sus palabra fueron: “Vámonos aparte, a un lugar retirado, y descansarán un poco”.
Qué Maestro maravilloso es Jesús. Seguramente que más de uno de los apóstoles debían haber hecho algunas cosas mal, a medias o no del todo como Él quería, pero en esos momentos, a Él le preocupa el descanso de su gente, el relax, el “apapache”.
Sin embargo, apenas salieron, dice el Evangelio, salía de todos los pueblos la gente y se adelantaban corriendo, de tal manera, que cuando llegaron a la otra orilla, ya los esperaba un gentío, que enterneció el corazón de Jesús, porque “estaban como ovejas sin pastor”.
Ese gentío que se adelanto corriendo, eran los de los pueblos que precisamente habían salido a evangelizar los apóstoles. Eran las personas que habían quedado hambrientas de oír hablar del Reino de Dios, de la Buena Nueva de Jesucristo, y que corrían, porque ahora querían escuchar a Maestro en persona. ¿Puede haber mejor muestra de que los apóstoles lo habían hecho bien? ¡Qué sabiduría la que empleaba Jesús para instruir a sus apóstoles! Los frutos de su trabajo, estaban a la vista.
Y una última enseñanza de este Evangelio: Uno vive deseando ver los frutos de lo que hace, para disfrutar del éxito y la satisfacción, a veces nos angustia el no saber si alguien está recibiendo de veras lo que enseñamos, pero cuando de evangelización se trata, los frutos solo significan más trabajo, más esfuerzo, más necesidades, más sacrificio.
Cuando comienzan a darse frutos de conversiones, de cantidades de gente que se acerca, de ministerios que funcionan en auxilio de los necesitados, es cuando recién comienza el verdadero trabajo. Por eso es que Jesús se compadece de la multitud que acude al llamado, porque llegan como ovejas sin pastor. Entonces Él se olvida del descanso, se detiene y se pone a enseñarles largamente.