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martes, 2 de diciembre de 2008

Editorial: Preparando el pesebre

Hace un año, estábamos comentando que es necesario prepararnos para la llegada de Dios-niño, que haríamos lo posible por hacerlo nacer no solamente en el belén instalado en nuestra casa, sino también en nuestro corazón.

Hablábamos de nuestro corazón, suponiendo que ése es el lugar más cálido, más tierno, más digno que tenemos en nuestro ser, y que la noche de Navidad, pondríamos allá a José, María y el Niño, para rendirle culto, adorarlo como los pastores, servirlo, amarlo… y un largo etcétera.

Bien sabemos, que en las cosas del corazón, el hombre necesita de infinidad de repeticiones, de intentos, caídas y levantadas, y vuelta a empezar una, otra y otra vez. Sin embargo, podría ser una buena idea (por esta vez), hacer una suposición: Hicimos un buen intento, Cristo nació en el Belén de nuestro corazón, y allá se encuentra, arropado y protegido, como dice la Palabra, creciendo en sabiduría y gracia. Entonces, ¿Cómo esperamos nosotros la Navidad de este año? ¿Cuál es nuestro trabajo ahora, que están por cumplirse 365 días de que Él nació en mi corazón? Quizás encontremos, que ahí está una excelente veta de análisis, estudio y trabajo espiritual para cada uno de nosotros. Veamos:

La misión que Cristo nos dejó al subir al cielo, fue la de llevar su Evangelio a todos los confines de la Tierra. Y por confines se entiende no solamente los países lejanos, esos que escuchamos en los noticieros o vemos en las películas, sino también en los confines de nuestra propia casa, en los recovecos de nuestra oficina, en las aulas de nuestros colegios, en pocas palabras, allá donde “la mies es mucha”, y donde por casualidad o por deseo divino vivimos, trabajamos y estamos tú y yo.

Llevar el Evangelio, quiere decir presentar a Cristo al mundo, mostrarlo en toda su belleza, su magnificencia y su poder. Es hacer que la gente lo conozca, que se hagan amigos de Él, que lo llamen, que lo busquen, que sepan qué es lo que puede hacer por cada uno de nosotros, y es ahí donde podemos encontrar una motivación especial para este adviento. Hacer que Jesús nazca en los corazones de nuestros seres más queridos. Con seguridad, ésa sí puede ser la mejor Navidad después de muchos años de compras, derroche y regalos… que para fines de enero ya estarán guardados en el cajón de los recuerdos.

Y para lograr ese propósito, ¿Cuál es nuestro trabajo? ¿Hablar, evangelizar, explicar, leer la Biblia, dar charlas, convencer? Sin duda, que todo esto es útil y bueno, sin embargo, hay algunas otras cosas que por éste año nos pueden ser más importantes, y que logren ayudarnos a construir el Reino de Cristo en nuestros seres amados. Aquí va nuestra propuesta: ¡Presentar a Cristo a todos los demás!

¿Qué tal si simplemente nos esforzamos para que todos vean en nosotros el efecto que hace Cristo lleno de amor y esperanza, Cristo reinando en nuestro corazón y pidiendo reinar también en cada uno de los demás? Porque es muy difícil que ese marido o esposa, novio o novia hijo o hija que no quieren ir a la iglesia se animen a hacerlo, si solo ven en mí a un/a cristiano/a deprimido, renegón, malhumorado y torpe, sumido en mí mismo, rodeado de gritos y problemas, que la mayoría de las veces salen de mi propio corazón, exigiendo al mundo, que se cumplan MIS deseos, MI voluntad y MI comodidad. Para ver eso, no necesito salir de mi dormitorio ¿no?

¿Qué tal si cada día amo más, y exijo menos a los demás? ¿Qué tal si mi saludo en lugar del “Buen día”, se convierte en “Te amo”, aunque solo sea repetido en silencio para empezar? porque es más difícil decir te amo en tono de ira ¿no?

¿Qué tal si hacemos que nuestros hijos tomen junto a su desayuno de cada mañana, unos traguitos de ánimo, alegría y esperanza, de caricias, de buen humor, confianza y fe en Jesús, que permanece en nuestro corazón? Así ellos mismos se darán cuenta de que teniendo a Cristo en mi corazón, los problemas las penas y las angustias se convierten en una “carga ligera y un yugo liviano”, y verán en los hechos, que mi oración, mi asistencia a la Misa, y mis horas en mi apostolado son una ganancia para todos, y no el “abandono” de mi familia. ¡Quién dice, quizás ellos también tengan ganas de sentir la misma alegría y pidan comenzar a orar! ¿no?

¿Qué tal si en mi trabajo me dedico a cumplir mis obligaciones, y además procuro ayudar a los demás, aunque solo sea con mi apoyo, mi sonrisa, una palmada o una palabra amable? ¿Qué tal si me convierto en un ejemplo de amabilidad y compañerismo, en un consejero sereno, y me olvido del chismoso, del rebelde, del “serruchador”, del jefe tirano, del dictador indiscutible o del “triunfador agresivo”, para convertirme en el amigo confiable y seguro? ¿Quién sabe? Quizás podríamos evitar ese divorcio que se viene, o ese aborto inminente o ese retiro que se prepara, quizás podríamos llevar a Jesús a visitar al compañero enfermo, o ayudar a la familia del que recién retiraron y que llamábamos amigo y ahora no puede mantener su hogar… en fin, dan ganas de intentarlo, porque son muchas las cosas que podríamos lograr en el trabajo ¿no?

¿Qué tal si empezamos a pensar que en nuestro apostolado, igual que nosotros, también los demás fueron tocados y llamados por Cristo, y que es el mismo Cristo que decimos que está en nuestro corazón el que vive en ellos? Quizás entonces, nos demos cuenta de que estamos acá no porque nos gusta fulana o mengana, sino porque Cristo nos llamó a todos, nos necesita a todos, y en este apostolado, nos hace hermanos a todos, para que todos construyamos su Reino, pero juntos, todos en torno a Él, y no únicamente con “Juanita que me cae bien, o Josécito que es tan simpático”, sino TODOS unidos en torno a su cruz. Quizás así podamos poner unas pajitas más en el pesebre de los corazones, que casi seguro, resulta que son más calientes, más suaves y más perfumados que el que con egoísmo hemos estado conservando nosotros mismos por mucho tiempo. ¿no?

Esa es la maravilla del Adviento de cada año, que Jesús nos va educando, nos va regalando armas, herramientas y facilidades de crecimiento, nos va ayudando a ser cada día, cada año un poquito mejores, y nada mejor, que deteniéndonos de tiempo en tiempo, para refregar nuestros ojos, y sentir en carne propia las molestias de esa viga que nos cuesta tanto remover.

Pero no desesperemos, ¡Ya llega la Navidad!

Meditación ante el Santísimo Sacramento

Fuente: Catholic.net
Autor: Ma Esther De Ariño

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá a vosotros. ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?. ¿O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te saque esa brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 1-5)

Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo. Con qué claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!...

¿Y qué hago yo de la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... voy de chisme en chisme sin detenerme a pensar que lo que traigo y llevo entre mis manos, mejor dicho en mi lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan por mi camino, por mi vida. Y no solo eso, me erijo en juez de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un poco dentro de mí.

Señor, en este momento tengo la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, Jesús, ¡qué pena tengo de ver esa viga que no está precisamente en mi ojo, sino en mi corazón...! ¿Por qué en este momento me siento tan pequeña, tan sin valor, con todas esas "cosas" que generalmente critico de los demás y que veo en mí son mayores y más graves?

Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?
Solo hay una respuesta: ¡porque me amas!

Ahora mismo me estás mirando desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así me estás mirando a mí esta mañana, en esta Capilla me estás hablando de corazón a corazón: "Ámame a mi y ama a los que te rodean, no juzgues a los que cruzan por tu camino, por tu vida... ámalos como me amas a mi, porque todos, sean como sean, son mis hijos, son mis criaturas y por ellos y por ti estuve un día muriendo en una Cruz... Te quiero a ti, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!"

Señor, ¡ayúdame!

Arranca de mi corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que me roe el alma y que no me deja perdonar... No perdones mis ofensas, mis desvíos, mi frialdad, mi alejamiento como yo perdono a los que me ofenden - así decimos en la oración que tu nos enseñaste, el Padrenuestro - a los que me dañan, a los que me lastiman, porque mi perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñame Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL!

Hoy llegué a esta Capilla siendo la de siempre, con mi pereza, con mis rencillas muy mías y mis necedades, mi orgullo, mi intransigencia para los demás, sin paz, con mis labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra mi...

Pero Tu me has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y he sabido y he sentido que me amas como nadie me puede amar y mi alma ha recobrado la paz.

Ya no soy la misma persona y de rodillas me voy a atrever a prometerte que quiero ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vaya, en mi hogar, en mi trabajo, en la calle, donde esté, llevar esa Luz que he visto en tus ojos, en los míos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....

¡Ayúdame, Señor, para que así sea!

Si la fe no se encarna en el amor todo se reduce al subjetivismo, advierte el Papa

VATICANO, 26 Nov. 08 (ACI).-El Papa Benedicto XVI aseguró que "las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque todo se reduce al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos".

En la audiencia general de hoy, el Santo Padre continuó con la catequesis sobre San Pablo y habló sobre las consecuencias que brotan de ser justificados por la fe y por la acción del Espíritu en la vida cristiana.

Desde el Aulo Pablo VI, el Papa afirmó que el Apóstol de las Gentes, en la Carta a los Gálatas, "acentúa claramente la gratuidad de la justificación, subrayando también la relación que existe entre la fe y las obras".

El Pontífice explicó que "a menudo caemos en los mismos malentendidos que caracterizaron a la comunidad de Corinto: aquellos cristianos pensaban que habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe, 'todo fuese lícito para ellos'. Y pensaban y a menudo parece que lo piensan también los cristianos de hoy, que sea lícito crear divisiones en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, celebrar la Eucaristía sin preocuparnos de los hermanos más necesitados, aspirar a los carismas mejores sin darnos cuenta de que somos miembros unos de otros, etc. Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque todo se reduce al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos".

"Por el contrario -añadió-, debemos ser conscientes de que precisamente porque somos justificados en Cristo, ya no nos pertenecemos, sino que somos templos del Espíritu y estamos llamados por tanto a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia. Rebajaríamos el valor inestimable de la justificación si comprados a un caro precio por la sangre de Cristo, no lo glorificáramos con nuestro cuerpo".

Benedicto XVI subrayó que el amor de Cristo "nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene hasta atormentarnos, porque obliga a cada uno a no vivir para sí, encerrado en el propio egoísmo, sino para 'aquel que ha muerto y resucitado por nosotros'. El amor de Cristo hace que seamos en El aquella nueva criatura que entra a formar parte de su Cuerpo místico que es la Iglesia".

"Así pues, la centralidad de la justificación sin las obras, objeto primario de la predicación de Pablo, entra en contradicción con la fe operante en el amor; es más, exige que nuestra misma fe se exprese en una vida según el Espíritu", indicó.

Refiriéndose a la "contraposición sin fundamento entre la teología de San Pablo y la de Santiago", el Papa afirmó que mientras el primero "está preocupado sobre todo por demostrar que la fe en Cristo es necesaria y suficiente, Santiago hace hincapié en las relaciones que se derivan entre la fe y las obras. Por tanto, sea para Pablo que para Santiago la fe que obra en el amor testimonia el don gratuito de la justificación en Cristo".

Benedicto XVI concluyó destacando que "si la ética que San Pablo propone a los creyentes no decae en formas de moralismo y se demuestra actual para nosotros, es porque cada vez recomienza de la relación personal y comunitaria con Cristo, para realizarse en la vida según el Espíritu".

"Esto es esencial: La ética cristiana no nace de un sistema de mandamientos; es consecuencia de nuestra amistad con Cristo. Esta amistad influye en la vida: si es verdadera se encarna y se realiza en el amor por el prójimo. Por eso, cualquier decaimiento ético no se limita a la esfera individual, sino que es al mismo tiempo desvalorización de la fe personal y comunitaria: deriva de esta e incide sobre ella de modo determinante".

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"