Hace un año, estábamos comentando que es necesario prepararnos para la llegada de Dios-niño, que haríamos lo posible por hacerlo nacer no solamente en el belén instalado en nuestra casa, sino también en nuestro corazón.
Hablábamos de nuestro corazón, suponiendo que ése es el lugar más cálido, más tierno, más digno que tenemos en nuestro ser, y que la noche de Navidad, pondríamos allá a José, María y el Niño, para rendirle culto, adorarlo como los pastores, servirlo, amarlo… y un largo etcétera.
Bien sabemos, que en las cosas del corazón, el hombre necesita de infinidad de repeticiones, de intentos, caídas y levantadas, y vuelta a empezar una, otra y otra vez. Sin embargo, podría ser una buena idea (por esta vez), hacer una suposición: Hicimos un buen intento, Cristo nació en el Belén de nuestro corazón, y allá se encuentra, arropado y protegido, como dice la Palabra, creciendo en sabiduría y gracia. Entonces, ¿Cómo esperamos nosotros la Navidad de este año? ¿Cuál es nuestro trabajo ahora, que están por cumplirse 365 días de que Él nació en mi corazón? Quizás encontremos, que ahí está una excelente veta de análisis, estudio y trabajo espiritual para cada uno de nosotros. Veamos:
La misión que Cristo nos dejó al subir al cielo, fue la de llevar su Evangelio a todos los confines de la Tierra. Y por confines se entiende no solamente los países lejanos, esos que escuchamos en los noticieros o vemos en las películas, sino también en los confines de nuestra propia casa, en los recovecos de nuestra oficina, en las aulas de nuestros colegios, en pocas palabras, allá donde “la mies es mucha”, y donde por casualidad o por deseo divino vivimos, trabajamos y estamos tú y yo.
Llevar el Evangelio, quiere decir presentar a Cristo al mundo, mostrarlo en toda su belleza, su magnificencia y su poder. Es hacer que la gente lo conozca, que se hagan amigos de Él, que lo llamen, que lo busquen, que sepan qué es lo que puede hacer por cada uno de nosotros, y es ahí donde podemos encontrar una motivación especial para este adviento. Hacer que Jesús nazca en los corazones de nuestros seres más queridos. Con seguridad, ésa sí puede ser la mejor Navidad después de muchos años de compras, derroche y regalos… que para fines de enero ya estarán guardados en el cajón de los recuerdos.
Y para lograr ese propósito, ¿Cuál es nuestro trabajo? ¿Hablar, evangelizar, explicar, leer la Biblia, dar charlas, convencer? Sin duda, que todo esto es útil y bueno, sin embargo, hay algunas otras cosas que por éste año nos pueden ser más importantes, y que logren ayudarnos a construir el Reino de Cristo en nuestros seres amados. Aquí va nuestra propuesta: ¡Presentar a Cristo a todos los demás!
¿Qué tal si simplemente nos esforzamos para que todos vean en nosotros el efecto que hace Cristo lleno de amor y esperanza, Cristo reinando en nuestro corazón y pidiendo reinar también en cada uno de los demás? Porque es muy difícil que ese marido o esposa, novio o novia hijo o hija que no quieren ir a la iglesia se animen a hacerlo, si solo ven en mí a un/a cristiano/a deprimido, renegón, malhumorado y torpe, sumido en mí mismo, rodeado de gritos y problemas, que la mayoría de las veces salen de mi propio corazón, exigiendo al mundo, que se cumplan MIS deseos, MI voluntad y MI comodidad. Para ver eso, no necesito salir de mi dormitorio ¿no?
¿Qué tal si cada día amo más, y exijo menos a los demás? ¿Qué tal si mi saludo en lugar del “Buen día”, se convierte en “Te amo”, aunque solo sea repetido en silencio para empezar? porque es más difícil decir te amo en tono de ira ¿no?
¿Qué tal si hacemos que nuestros hijos tomen junto a su desayuno de cada mañana, unos traguitos de ánimo, alegría y esperanza, de caricias, de buen humor, confianza y fe en Jesús, que permanece en nuestro corazón? Así ellos mismos se darán cuenta de que teniendo a Cristo en mi corazón, los problemas las penas y las angustias se convierten en una “carga ligera y un yugo liviano”, y verán en los hechos, que mi oración, mi asistencia a la Misa, y mis horas en mi apostolado son una ganancia para todos, y no el “abandono” de mi familia. ¡Quién dice, quizás ellos también tengan ganas de sentir la misma alegría y pidan comenzar a orar! ¿no?
¿Qué tal si en mi trabajo me dedico a cumplir mis obligaciones, y además procuro ayudar a los demás, aunque solo sea con mi apoyo, mi sonrisa, una palmada o una palabra amable? ¿Qué tal si me convierto en un ejemplo de amabilidad y compañerismo, en un consejero sereno, y me olvido del chismoso, del rebelde, del “serruchador”, del jefe tirano, del dictador indiscutible o del “triunfador agresivo”, para convertirme en el amigo confiable y seguro? ¿Quién sabe? Quizás podríamos evitar ese divorcio que se viene, o ese aborto inminente o ese retiro que se prepara, quizás podríamos llevar a Jesús a visitar al compañero enfermo, o ayudar a la familia del que recién retiraron y que llamábamos amigo y ahora no puede mantener su hogar… en fin, dan ganas de intentarlo, porque son muchas las cosas que podríamos lograr en el trabajo ¿no?
¿Qué tal si empezamos a pensar que en nuestro apostolado, igual que nosotros, también los demás fueron tocados y llamados por Cristo, y que es el mismo Cristo que decimos que está en nuestro corazón el que vive en ellos? Quizás entonces, nos demos cuenta de que estamos acá no porque nos gusta fulana o mengana, sino porque Cristo nos llamó a todos, nos necesita a todos, y en este apostolado, nos hace hermanos a todos, para que todos construyamos su Reino, pero juntos, todos en torno a Él, y no únicamente con “Juanita que me cae bien, o Josécito que es tan simpático”, sino TODOS unidos en torno a su cruz. Quizás así podamos poner unas pajitas más en el pesebre de los corazones, que casi seguro, resulta que son más calientes, más suaves y más perfumados que el que con egoísmo hemos estado conservando nosotros mismos por mucho tiempo. ¿no?
Esa es la maravilla del Adviento de cada año, que Jesús nos va educando, nos va regalando armas, herramientas y facilidades de crecimiento, nos va ayudando a ser cada día, cada año un poquito mejores, y nada mejor, que deteniéndonos de tiempo en tiempo, para refregar nuestros ojos, y sentir en carne propia las molestias de esa viga que nos cuesta tanto remover.
Pero no desesperemos, ¡Ya llega la Navidad!
Hablábamos de nuestro corazón, suponiendo que ése es el lugar más cálido, más tierno, más digno que tenemos en nuestro ser, y que la noche de Navidad, pondríamos allá a José, María y el Niño, para rendirle culto, adorarlo como los pastores, servirlo, amarlo… y un largo etcétera.
Bien sabemos, que en las cosas del corazón, el hombre necesita de infinidad de repeticiones, de intentos, caídas y levantadas, y vuelta a empezar una, otra y otra vez. Sin embargo, podría ser una buena idea (por esta vez), hacer una suposición: Hicimos un buen intento, Cristo nació en el Belén de nuestro corazón, y allá se encuentra, arropado y protegido, como dice la Palabra, creciendo en sabiduría y gracia. Entonces, ¿Cómo esperamos nosotros la Navidad de este año? ¿Cuál es nuestro trabajo ahora, que están por cumplirse 365 días de que Él nació en mi corazón? Quizás encontremos, que ahí está una excelente veta de análisis, estudio y trabajo espiritual para cada uno de nosotros. Veamos:
La misión que Cristo nos dejó al subir al cielo, fue la de llevar su Evangelio a todos los confines de la Tierra. Y por confines se entiende no solamente los países lejanos, esos que escuchamos en los noticieros o vemos en las películas, sino también en los confines de nuestra propia casa, en los recovecos de nuestra oficina, en las aulas de nuestros colegios, en pocas palabras, allá donde “la mies es mucha”, y donde por casualidad o por deseo divino vivimos, trabajamos y estamos tú y yo.
Llevar el Evangelio, quiere decir presentar a Cristo al mundo, mostrarlo en toda su belleza, su magnificencia y su poder. Es hacer que la gente lo conozca, que se hagan amigos de Él, que lo llamen, que lo busquen, que sepan qué es lo que puede hacer por cada uno de nosotros, y es ahí donde podemos encontrar una motivación especial para este adviento. Hacer que Jesús nazca en los corazones de nuestros seres más queridos. Con seguridad, ésa sí puede ser la mejor Navidad después de muchos años de compras, derroche y regalos… que para fines de enero ya estarán guardados en el cajón de los recuerdos.
Y para lograr ese propósito, ¿Cuál es nuestro trabajo? ¿Hablar, evangelizar, explicar, leer la Biblia, dar charlas, convencer? Sin duda, que todo esto es útil y bueno, sin embargo, hay algunas otras cosas que por éste año nos pueden ser más importantes, y que logren ayudarnos a construir el Reino de Cristo en nuestros seres amados. Aquí va nuestra propuesta: ¡Presentar a Cristo a todos los demás!
¿Qué tal si simplemente nos esforzamos para que todos vean en nosotros el efecto que hace Cristo lleno de amor y esperanza, Cristo reinando en nuestro corazón y pidiendo reinar también en cada uno de los demás? Porque es muy difícil que ese marido o esposa, novio o novia hijo o hija que no quieren ir a la iglesia se animen a hacerlo, si solo ven en mí a un/a cristiano/a deprimido, renegón, malhumorado y torpe, sumido en mí mismo, rodeado de gritos y problemas, que la mayoría de las veces salen de mi propio corazón, exigiendo al mundo, que se cumplan MIS deseos, MI voluntad y MI comodidad. Para ver eso, no necesito salir de mi dormitorio ¿no?
¿Qué tal si cada día amo más, y exijo menos a los demás? ¿Qué tal si mi saludo en lugar del “Buen día”, se convierte en “Te amo”, aunque solo sea repetido en silencio para empezar? porque es más difícil decir te amo en tono de ira ¿no?
¿Qué tal si hacemos que nuestros hijos tomen junto a su desayuno de cada mañana, unos traguitos de ánimo, alegría y esperanza, de caricias, de buen humor, confianza y fe en Jesús, que permanece en nuestro corazón? Así ellos mismos se darán cuenta de que teniendo a Cristo en mi corazón, los problemas las penas y las angustias se convierten en una “carga ligera y un yugo liviano”, y verán en los hechos, que mi oración, mi asistencia a la Misa, y mis horas en mi apostolado son una ganancia para todos, y no el “abandono” de mi familia. ¡Quién dice, quizás ellos también tengan ganas de sentir la misma alegría y pidan comenzar a orar! ¿no?
¿Qué tal si en mi trabajo me dedico a cumplir mis obligaciones, y además procuro ayudar a los demás, aunque solo sea con mi apoyo, mi sonrisa, una palmada o una palabra amable? ¿Qué tal si me convierto en un ejemplo de amabilidad y compañerismo, en un consejero sereno, y me olvido del chismoso, del rebelde, del “serruchador”, del jefe tirano, del dictador indiscutible o del “triunfador agresivo”, para convertirme en el amigo confiable y seguro? ¿Quién sabe? Quizás podríamos evitar ese divorcio que se viene, o ese aborto inminente o ese retiro que se prepara, quizás podríamos llevar a Jesús a visitar al compañero enfermo, o ayudar a la familia del que recién retiraron y que llamábamos amigo y ahora no puede mantener su hogar… en fin, dan ganas de intentarlo, porque son muchas las cosas que podríamos lograr en el trabajo ¿no?
¿Qué tal si empezamos a pensar que en nuestro apostolado, igual que nosotros, también los demás fueron tocados y llamados por Cristo, y que es el mismo Cristo que decimos que está en nuestro corazón el que vive en ellos? Quizás entonces, nos demos cuenta de que estamos acá no porque nos gusta fulana o mengana, sino porque Cristo nos llamó a todos, nos necesita a todos, y en este apostolado, nos hace hermanos a todos, para que todos construyamos su Reino, pero juntos, todos en torno a Él, y no únicamente con “Juanita que me cae bien, o Josécito que es tan simpático”, sino TODOS unidos en torno a su cruz. Quizás así podamos poner unas pajitas más en el pesebre de los corazones, que casi seguro, resulta que son más calientes, más suaves y más perfumados que el que con egoísmo hemos estado conservando nosotros mismos por mucho tiempo. ¿no?
Esa es la maravilla del Adviento de cada año, que Jesús nos va educando, nos va regalando armas, herramientas y facilidades de crecimiento, nos va ayudando a ser cada día, cada año un poquito mejores, y nada mejor, que deteniéndonos de tiempo en tiempo, para refregar nuestros ojos, y sentir en carne propia las molestias de esa viga que nos cuesta tanto remover.
Pero no desesperemos, ¡Ya llega la Navidad!
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