Dejará el hombre a su padre y su madre
A Jesús, los fariseos le hicieron toda clase de preguntas: Sobre el trabajo y el ayuno, sobre el César y los impuestos, sobre el castigo al adulterio, sobre la vida después de la muerte, y ahora también le hacen una pregunta tramposa: ¿Es lícito divorciarse?
Para comprender bien dónde estaba la trampa, vamos a imaginar un escenario.
Usted viaja de negocios a Colombia, y cuando está en el mercado rodeado de gente, se le acerca un grupo de individuos, todos vestidos de negro y con lentes oscuros y le disparan una pregunta a boca de jarro: ¿Usted quién dice que está en lo correcto, la guerrilla o los militares?
¿Qué contestar? Si dice que los militares, es posible que estos sean guerrilleros y lo maten, y si dice que la guerrilla, es posible que sean militares y le hagan lo mismo. ¡Esa es una pregunta tramposa!
Los fariseos le hicieron esa pregunta al Señor, porque en esa época, los judíos estaban divididos en dos escuelas, la escuela de Gilel y la escuela de Shamai. La escuela de Gilel decía que no se podía aceptar el divorcio, mientras la de Shamai sostenía que sí, que era lícito divorciarse, sobre todo apoyados en la ley de Moisés.
Eran como dos corrientes teológicas en la época, entonces decían: si Jesús se pone de parte de la corriente de Shamai, entonces los de Gilel, pueden acusar a Jesucristo de que está traicionando la ley, y si Jesús se ponía de parte de la escuela de Gilel, entonces los de Shamai podrían acusarlo, ahí estaba la trampa.
Pero, siempre Jesús iba más lejos. Él se apoya en la Palabra de Dios. Una vez más, Jesús demuestra que Él había venido a la tierra a dar plenitud a la ley, que no es otra cosa que la interpretación correcta de la voluntad de su Padre, y responde: “Moisés, al escribir esta ley, tomó en cuenta lo tercos que eran ustedes. Pero, al principio de la creación, Dios los hizo hombre y mujer; y por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa, y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino uno solo. Pues bien, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe.”
Una vez más, Jesús sale en defensa del más débil, en este caso, la mujer, que en esa época no tenía la posibilidad de solicitar el divorcio. Para ella, no existían derechos, y en todo caso, solo tenía una posibilidad: Perder.
Hoy, vemos con asombro la facilidad con la que se tramita un divorcio, muchas veces incluso planificado antes del matrimonio, en base a contratos de división de bienes. Hoy hemos perdido la noción de qué quiere decir “Serán los dos una carne”.
Por eso es que la respuesta de Jesús, que fue definitiva y contundente para los fariseos, es también válida para hoy, porque la ley de Moisés fue una ley de hombre, sujeta a error, parcialidad, apegos o intereses, y Jesús nos dice la Palabra de Dios, inmutable, eternamente cierta y valedera, y que no tiene posibilidad de “modernizarse”.
Y la verdad es que si el matrimonio fuera simplemente la unión de dos personas independientemente del sexo que tengan, pero que se gusten y disfruten unos buenos momentos de intimidad, y que compartan algunos gustos y proyectos, jamás hubiera llegado a ser un Sacramento, y menos instituido por Jesús en persona.
Hay un dicho muy pertinente que dice: “Para bailar merengue se necesitan dos”, pero para el matrimonio se necesitan tres: Tú, yo y Dios en medio que nos une. No nos andemos con vueltas. Sin Dios que santifique esa unión, sólo queda como pegamento el interés, lo demás son cuentos.
¿Qué tú no eres interesado, y sin embargo estás en unión libre? Entonces, ¿Cuál es tu temor de invocar a Dios para que esa unión sea bendecida? ¿No será que tienes temor de no poder ser fiel, o de que tu pareja envejezca, o de que desaparezca el dinero, o por último, que no te guste cómo lava tus medias? ¡Cuentos!
En el fondo, muy en el fondo, por muy ateo o revolucionario(a) que te creas, lo que tienes es miedo infantil a no poder llevar con responsabilidad y entereza los sacrificios y las renuncias que exige el matrimonio bendecido por Dios, y tus motivos de miedo son: No amas de veras, no has madurado, no sabes encarar las responsabilidades.
El matrimonio es una gran vocación. Y la enseñanza de Jesús no es sí o no al divorcio, sino descubrir la aventura del amor en pareja. El matrimonio no es sólo la llamada de la carne, del sexo, de lo incompleto. Es también la llamada de Dios a transmitir la vida y a vivir en un estado nuevo: el amor de Dios y de los hermanos. Es una vocación tan seria como la vocación al sacerdocio.
Pero entonces, ¿Por qué hay tantos matrimonios católicos que van como perros y gatos?, pues simplemente porque cuando se casaron, creyeron que el matrimonio es una ceremonia más, y dejaron a Dios en el templo para irse de luna de miel, y al volver de ella, se olvidaron de que Él sigue esperando a que lo lleven a su casa.
“Una sola carne”, quiere decir que el matrimonio es la fundación de una comunidad (la más pequeña), y el trabajo de la pareja es dejar el “yo”, y comenzar a construir el “nosotros”, y para lograr eso, únicamente es por medio de la gracia de Dios presente en la pareja.
Por último, una consideración más para un tema que está muy en boga. Dios dijo: “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre para unirse con su esposa”. No dijo dejará la mujer para unirse a otra mujer, ni el hombre para unirse a otro hombre según sea su elección o su preferencia. ¿Esta claro?
Todo lo demás, son cuentos…