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viernes, 16 de octubre de 2009

Meditando el Evangelio

Domingo Mundial de Misiones

Seguramente a muchos nos pasa que cuando escuchamos el Evangelio del Domingo Mundial de Misiones, pensamos en esos héroes que se van a vivir lejos de la civilización, poco menos que en carpas, rodeados por salvajes que los escuchan hablar con el tenedor en la mano.

Y así es. Aún hoy, existen muchísimos misioneros en esas o en peores condiciones, en países donde los cristianos casi no existen, y que no están rodeados de salvajes con plumas, sino por guerrilleros que los asesinan con la rapidez y la frialdad con que nosotros apachurramos a una mosca en la ventana.

Este domingo, es una buena oportunidad para hacer un cambio. Dejemos por unos instantes la idea de que cumplimos nuestro deber de católicos, poniendo veinte o cincuenta pesos más en la colecta de la Misa, y por unos instantes, miremos a esa gente, con un signo de interrogación bien grande en nuestro corazón.

¿Qué es lo que ellos vieron o sintieron para tomar la decisión de llenar la mochila y partir? Sin lugar a dudas, cada uno de ellos dejó a alguien en casa, una familia, amigos, compañeros, vecinos, recuerdos, pasado, en fin, muchas cosas que se quedaron allá.

¿Por qué lo hacen? Nosotros, acomodados en el confort y la comodidad, nos tranquilizamos recordando el viaje al campo el pasado fin de año pero, ¿Porqué ellos no regresan al cabo de una semana o un mes? ¿Por qué se quedan, aguantan enfermedades, accidentes, y mil cosas que hasta los matan?

La respuesta está ya formada en nuestra mente ¿No? ¡Claro, encontraron a Jesús!, lo siguieron, y se olvidaron de todo lo demás. Es así de sencillo. Los misioneros son la prueba más fehaciente de que mirando a Cristo tal y como Él es, uno es feliz. Todo lo demás se esfuma, desaparece, no existe.

Ahora, regresando a nuestra realidad, nos podemos dar cuenta de que los veinte o cincuenta pesos de la Misa, en primer lugar, son una ridiculez, si de veras nos preciamos de llamarnos católicos, puesto que “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación” significa mucho, pero mucho más.

Esa es la misión fundamental, la razón primaria por la cual el Señor fundó una Iglesia. Esa es la base misma de nuestra razón de ser católicos. No se trata de ir a Misa cada domingo, ni de asistir vestidos de gala a los matrimonios, bautizos o primeras comuniones.

Se trata en pocas palabras, de hacer que el mensaje de Jesús “El tiempo se ha cumplido, el Reino está cerca”, deje de ser una frase conocida y sin efecto, sino que pase a ser una realidad interna que nos mueva a encarar un cambio real y urgente.

Sabemos que no todos los católicos podríamos ponernos la mochila a la espalda y salir a los campos a gritar salmos. Ese sería un propósito utópico e impráctico. Entonces, ¿Qué se quiere que hagamos tú y yo, que trabajamos, que tenemos niños en la escuela y dependemos de una oficina?

Es sencillo. En primer lugar, quizá sea una buena idea tomar el costo de una ida al cine de toda la familia, o la comida del restaurant del domingo, y donarla en la Misa para apoyar a nuestros héroes que sí son más fuertes que nosotros. Así nos daríamos tiempo para crecer un poquito más en familia, tener unos minutos para conversar, para cocinar todos juntos, una aventura atractiva.

Y en segundo lugar, mirar a nuestro alrededor, y darnos cuenta de cuán sedienta está nuestra sociedad de escuchar el mensaje de Cristo, de saber que hay alguien que los ama, que hay un Dios que está pendiente de ellos, y que no todo es malo y oscuro.

Y para eso, no necesitamos salir a la calle con la Biblia bajo el brazo, ni sentar a la fuerza a los adolescentes a que escuchen una lectura que no les dice nada. No se trata de convertirnos en predicadores que urjan a los niños a dejar de hacer travesuras o de hacer cosas raras.

La única manera de hacer que la gente reciba el mensaje, es mostrando a Cristo en nuestro actuar de cada instante. Es hacer que la gente nos vea como los judíos veían a Jesús pasando a su lado haciendo el bien. Es mediante el testimonio de vida. No hay otra.

Este domingo de Misiones, les propongo no salir a misionar. Entremos a misionar. Hagamos misiones en esos rincones oscuros y llenos de telarañas, malolientes y podridos que ocultamos con tanto celo dentro de nuestro corazón.

Es posible hacer que todos seamos misioneros hoy. Basta que nos pongamos de rodillas frente a Jesús crucificado, que bajemos los brazos y las defensas, porque Él sí lo sabe todo, y cerrando los ojos le digamos en silencio: “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1ª. Sam 3:9)

Quién dice… de repente recibimos algunas sorpresas…

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"