La misión del cristiano es (de manera insoslayable), la de presentar a Cristo vivo a todos los demás, y para nosotros los laicos, la forma de realizar esta misión, es mediante nuestro testimonio de vida, es decir, mediante la forma en que actuamos en cada instante, ya sea en el secreto de nuestra mente, o abiertamente en la vida diaria en la sociedad.
Con base en ese pensamiento, la pregunta de Jesús a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, se traslada como una seria interrogante, que deberíamos aplicar cada uno de nosotros, con respecto a qué estamos haciendo con nuestra vida.
¿Quién dices tú que soy cuando…
- Sucede en tu casa algo que no va de acuerdo con lo que tú querías, y comienzas a gritar, a maltratar, a insultar, humillar ese ser que no puede contestarte en la misma forma, y que debería recibir de ti amor y protección?
- Llegas a tu oficina o lugar de trabajo de mal humor, evadiendo trabajos, recargando a los demás o vengándote de los que están debajo tuyo?
- Apenas ves que alguien te puede opacar, o amenaza tu cómodo puesto, y te empeñas en desprestigiarlo con comentarios despectivos, o sembrando una imagen depreciada en los demás?
- Encuentras un error en algún compañero de trabajo o estudio, y no solo se lo gritas, sino que además haces todo lo posible para que tooooda la oficina se entere?
- Sales con tu novio/a, y dejas de lado tus propios principios morales, acomodando tu falta de moral a tu “humanidad”?
- Te encuentras con ese amigo político, y lo adulas, lo alabas, le sonríes aún a pesar de saber que su trabajo no es todo lo limpio que debería ser?
- Te enteras de la enfermedad de un pariente o vecino con el que no te llevas bien, y sabes que está solo, y que el dinero no le alcanza para sus medicinas?
- Te acuerdas del (los) pecadillos de una amiga en una reunión social, y “en secreto” se los cuentas a tus amigas o amigos con algún aditamento tuyo?
- Alguien te confía un “secreto” sobre la reputación de otro, y tú no puedes contener el contárselo a oros, también en el mismo tono de falso secreto?
- Un superior te llama la atención en tu trabajo, o tu esposo(a), o tu madre (padre), y te encierras en una nube de amargura, hasta encontrar la forma de vengarte, y lo haces sin dudar?
- Tienes que llamar la atención a un inferior (o tu esposa, o tu hijo(a), o tu empleada), y además aprovechas para humillarla, y luego le refriegas sus errores uno tras otro, hasta que todos se convencen que tus insultos son la verdad en él?
A ti te digo… ¿Quién dices a los demás que soy yo?, porque tú, estás llamado a mostrar mi Rostro a tus hermanos, ¿quién dices que soy yo?
La Iglesia nos ofrece en este recién inaugurado año Paulino, una riqueza inmensa, dejada por el Apóstol de los Paganos, como enseñanza y motivos de meditación, pero sobre todo de aplicación de la Palabra de Dios a nuestras vidas, para prepararnos cada día más, y así poder mostrar a Cristo con el testimonio de nuestra vidas, que son el mejor método de evangelizar que tenemos al alcance de nuestras manos.
No sin pena, sabemos también, que en estos días en los que se ataca inmisericordemente a todo lo que huele a cristiano, resulta difícil, y hasta se podría decir duro, demostrar nuestro apego a la práctica diaria de la religión, y la festividad de San Pedro y san Pablo, nos permite meditar un poco al respecto.
A muchos católicos se les cubre el cuerpo de sudor, al pensar que en la oficina, en el taller, en la universidad o en una fiesta, alguien le diga: “Tú también estabas con los antiabortistas ¿no?”, o quizás simplemente: “Te vi ayer entrando a la iglesia”.
Recordemos, que también a Pedro se le preguntó lo mismo, y Pedro cobardemente lo negó, y más aún, lo hizo en medio de juramentos. ¡Cuán amarga se le hizo la vida a Pedro desde el instante enb que escuchó el canto del gallo. Se sumió en el arrepentimiento, el dolor y la tristeza. Pedro vivió en el más oscuro agujero por haber negado a Cristo por tres veces, y así sufrió si parar, hasta escuchar al propio Jesús preguntarle también tres veces: “¿Me amas más que éstos?”, hasta que ahogado por la pena largó a llorar, mostrándole e Jesús su pena y su arrepentimiento: “Señor, tú lo sabes todo”.
Es que el hombre es cobarde, tenemos temor a ser expuestos, a la burla, el ridículo o el desprecio de los demás, olvidando que Él no dudó en decirles a los soldados que fueron a prenderle: “Yo soy, dejen que estos se vayan”, demostrando así que se entregaba sin dudar en lugar de todos nosotros.
El tratar de leer estas y las demás lecturas del Evangelio como un relato histórico, es un error, porque así le quitamos a la Palabra el poder vivificante que tiene por ser el Verbo de Dios, o sea, Dios mismo hecho palabra. En cambio, aplicando cada lectura a nuestras vidas, a nuestro vivir de cada día, nos comunica la fuerza del Espíritu Santo, la paz de Cristo, y el amor del Padre, para poder contestar a Jesús, cuando nos pregunte: “Y tú, ¿Quién dices que soy?” “Señor, tú eres el Hijo de Dios Vivo, tú eres el Santo de Israel, tu eres mi meta, mi principio y mi fin, tú eres todo lo que tengo y todo lo que soy”, pero no contestarle solo con palabras, sino con hechos concretos en todo momento de nuestra vida.