Televisión en vivo de Catholic.net

lunes, 18 de agosto de 2008

Editorial: Jesús, Hijo de David

La cananea tenía una hija que estaba atormentada por un demonio, y esa situación, es muy parecida a la que tenemos nosotros en algunas áreas de nuestra vida. Vivimos atormentados por uno o más demonios, que no nos permiten avanzar en ningún sentido, que nos tienen atados a ese pecado recurrente, que lo notamos solamente cuando acudimos a la confesión, y nos damos cuenta de que es el mismo de la semana anterior, y de la anterior a esa, y así sucesivamente hasta perdernos en el tiempo.

Con cuánto gozo nos acomodamos, cuando sospechamos que vendrá un chisme “sabroso”, y con qué atención escuchamos, para no perder detalle, y así poder contarlo luego a otros, por supuesto, aumentando o corrigiendo algo de nuestra propia cosecha. “Te cuento algo, pero es un secreto. Me dijo Fulanita…” y mientras tanto, ese demonio se regodea de felicidad en nuestro interior, porque sabe que en el menor tiempo posible, estaremos también diciendo “Te cuento algo, pero es un secreto…”

Ese demonio que nos tapa la boca cuando queremos pedir perdón, ese que nos hace ver nuestra altura cuando alguien nos presenta un trabajo, ese mismo demonio que nos hace levantarnos de mal humor, tirando mordidas a diestra y siniestra a toda la familia, ese demonio que nos hace gritar insultos y groserías cuando alguien no adivina nuestros deseos, ese demonio que se rasca la panza cuando nos mira humillar a los que están al alcance de nuestro poder, ese demonio que nos hace mirar con odio por detrás, y nos hace sonreír con dulzura de frente, y así, etcétera, etcétera, etcétera.

¡Feliz la hija de la cananea, que tenía un solo demonio! Si por arte de magia, podríamos llegar a ver los demonios que cada uno lleva adentro, ¿Se imaginan el espectáculo que sería? Y peor aún, si nos ponemos a pensar que Dios sí puede verlos. Él los ve permanentemente, Él puede vernos a ti y a mi, tal y cual somos espiritualmente, Él ve todo, y sin embargo, perdona, olvida y vuelve a esperar pacientemente, con la misma dulzura, con el mismo amor de siempre, con la misma esperanza en que algún día nos pongamos a sus pies gritando como la cananea “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”

Ya no importa si lo que recibamos sean o no migajas de la mesa, ya no importa si molestamos o no con nuestros gritos, con nuestras súplicas, porque nuestra necesidad de su amor y su perdón es muy grande. Solo Él, con su infinito amor, intercederá ante su Padre, y nos liberará de estos demonios que tanto quieren perdernos.

Los gritos de esta cananea, llamaron tanto la atención, fueron tan insistentes, se prolongaron por tanto tiempo, que ella consiguió que los mismos apóstoles intercedieran por ella a Jesús: “Atiéndela, mira cómo grita detrás de nosotros.”, y es bueno saber que aún hoy, podemos conseguir que esos mismos apóstoles, junto a muchos santos interceden por nosotros, cuando escuchan nuestros gritos “Jesús, Hijo de David, ten compasión por mí”.

Nuestra esperanza, es que sabemos dónde podemos encontrar a Jesús en cualquier momento, sabemos que Él, con todo su amor, con todo su poder, por su propia voluntad, quiso quedarse precisamente para brindarnos la oportunidad de que acudamos a sus pies a gritarle nuestras penas una y otra vez, sin desmayo, sin cansancio, sin miramientos, una y otra y otra vez: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Ahora sabemos, que con su pasión, su muerte y su resurrección, ya no somos “perritos” que debemos esperar a que alguna migaja caiga de la mesa, puesto que Él nos ha convertido en invitados al banquete, y maravillosamente, Él invita, Él recibe a las puertas, Él sirve la mesa, y Él es el alimento maravilloso que nos da vida y en abundancia. ¿Podríamos pedir un Dios más bueno, más poderoso, más misericordioso?, porque para entrar al banquete, no se conforma con lavar nuestras ropas y dejarlas blancas, sino que nos viste con ropajes nuevos, blancos y relucientes, conforme a la altura de su banquete celestial.

Estamos atormentados por ese demonio que cada uno de nosotros sabe su nombre. Es cierto. Pero ahora sabemos con certeza, que está en nuestras manos el arrojarnos a sus pies con esa jaculatoria que el mismo Jesús calificó de buena: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Está en nuestras manos acordarnos de la cananea, y gritar y gritar sin parar, hasta que Él se vuelva, y premie nuestra fe como a la cananea, y nos libere, nos sane, nos santifique, y nos abra la puerta de su banquete celestial.

No hay comentarios:

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"