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miércoles, 25 de marzo de 2009

Aplicando el Evangelio: La serpiente y Nicodemo

Si existe una frase que podría condensar es sí misma todo el Evangelio, ésta sería sin dudas Juan 3:16, que forma parte de las lecturas para esta semana IV de Cuaresma, que en la versión Latinoamericana dice: “¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”.

Y si buscamos otra frase que condense la respuesta del hombre a semejante muestra de amor de parte del único e infinito Dios, es Juan 1:11 “Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron”

Y ese “no lo recibieron”, se tradujo en todos los terribles acontecimientos sucedidos desde Getsemaní hasta el Calvario, cuando entregaron a la Madre Dolorosa el cuerpo destrozado de su Hijo. Eso en cuanto a los hechos históricos, pero, ¿Qué de los espirituales? Veamos:

Sin duda, cada uno de nosotros podríamos vernos reflejados en ese Nicodemo, que aún sintiendo en su fuero interno que las palabras de Jesús son verdad y vida, se rinde a las apariencias humanas y amparado en la oscuridad de la noche, va a visitar al Maestro, y recibir sus palabras de vida. Nicodemo (como muchos de nosotros), quiere alimentar su alma, pero sin poner en riesgo su posición social, su trabajo, sus amistades, su mundo.

Mientras Jesús le explicaba las maravillas de la gracia, Nicodemo se preocupaba de cubrir su figura o su rostro en la sombra de la noche, y seguramente trataba de mantenerse lejos de la luz del fuego, sin darse cuenta de que eso también lo mantenía lejos de la Luz del alma. Jesús le hablaba del Espíritu, y Nicodemo pensaba en el mundo.

Pobre Nicodemo, y pobres nosotros, que muchas veces pretendemos leer las palabras de Dios con los ojos del cuerpo, cuando éstas fueron escritas en el lenguaje del Espíritu. “Recuerden la serpiente que Moisés hizo levantar en el desierto: así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, y entonces todo el que crea en él tendrá por él vida eterna” le dijo Jesús, y Nicodemo (léase nosotros), no llegaba a entender la relación entre la serpiente de bronce y el Maestro que hablaba sentado frente a él.

Por eso es que encontramos a muchos católicos que se autocalifican de “no fanáticos”, que pretenden estar a las puertas del cielo, porque “no mataron a nadie, no roban y no hacen daño, además de que dan limosna los domingos en la misa”, pero no se acuerdan de esa empleada a la que nadie toma en cuenta mientras pasa la escoba en la oficina, o ese niño que se cubre con periódicos para pasar la noche en la puerta de un teatro, o esos ancianos que suspiran por un beso que nadie les regala, y tantos otros sufrientes de nuestro mundo de cada día.

Para eso fue levantado Jesús a lo alto del Calvario como la serpiente de Moisés, para que lo miremos (con los ojos del alma), y seamos curados de esta lepra espiritual que atenaza la vida de nuestro tiempo y que, pretende luchar contra flagelos como el sida y el aborto, repartiendo condones por millones en lugar de enseñar el comportamiento moral, o sea: “sigue haciéndolo, pero cuida tu cuerpo, porque el alma no interesa”.

Es que como Nicodemo, buscamos a Jesús en la noche y a oscuras, y cuando miramos el crucifijo en nuestra casa, pensamos con pena en los dolores físicos, en lugar de mirar con esperanza a esa sangre que se derramó para enseñarnos a amarnos como Él nos amó, donando su vida en bien de los demás.

Por eso es que nos cuesta tanto ponernos al lado de la luz, por temor a que se vean claramente nuestras obras y nuestras intenciones, cuando está expuesto en lo alto del Calvario (como la serpiente de Moisés), el amor mismo, intercediendo por nosotros, mostrándonos cuánto nos ama el Padre, que a través del sacrificio de su Hijo Unigénito, acepta nuestra adopción como sus hijos, los amados de su corazón.

La lectura y la escucha del Evangelio, debe ser para nosotros, la apertura del corazón a la contemplación de Cristo, que elevado en la cruz, se constituye en Luz que nos ilumina, nos libera y nos sana de nuestras miserias, asegurándonos con su muerte y resurrección, que ¡Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su único Hijo para que quien crea en Él no se condene, sino que tenga vida eterna!.

Miremos a Jesús a la luz del día, no imitemos a Nicodemo, porque de esa manera, lograremos entender muy bien la historia de Cristo, pero jamás entenderemos su Corazón, que es el que nos ama tanto.


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