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viernes, 11 de diciembre de 2009

Meditando el Evangelio

La conversión según Juan Bautista

El Evangelio de este domingo, tiene especial riqueza para orientarnos en nuestra preparación personal para recibir a Cristo, que una vez más, quiere nacer en cada corazón, y allí hacer morada derramando sus gracias.

Como antecedente, tomemos en cuenta que este pasaje es la continuación del relato sobre la predicación de san Juan Bautista, que recorría los pueblos y el desierto de Israel, diciendo a la gente: “Raza de víboras, ¿cómo van a pensar que escaparán del castigo que se acerca? Produzcan los frutos de una sincera conversión, pues no es el momento de decir: "Nosotros somos hijos de Abraham"... (Lc 3:7,8)

Juan bautista hablaba de cambio de vida, de alejamiento de todas las costumbres que nos acercan al pecado y nos alejan de Dios. Hablaba de dejar de pensar que por decirnos hijos de Dios, ya lo conseguimos todo, en una palabra, hablaba conversión sincera. Conforme a la predicación de Juan, el requisito fundamental para recibir a Cristo que ya llega, es precisamente la conversión.

Vemos hoy según san Lucas 3, 10-18, a la gente que escuchando la predicación de Juan el Bautista, se sentía movida a buscar con ansias el camino de la conversión que predicaba la “Voz en el Desierto”.

“¿Qué debemos hacer?” es la pregunta de la gente en general, y entre ellos Lucas identifica a los cobradores de impuestos, y los soldados. ¿Qué debemos hacer? Es también la pregunta que deberíamos estar haciéndonos nosotros, si queremos tomar en serio este Tiempo de Adviento, puesto que aún ahora, dos mil años después, seguimos con dificultades para encontrar el significado de la conversión.

Muchos creemos que conversión es comenzar a rezar novenas, asistir a los actos de la parroquia, y comenzar a llamar “hermanos” a los demás parroquianos, y esas son solo actitudes iniciales, los primeros movimientos, son los actos exteriores, mientras la conversión es algo interior y profundo. ¿Qué debemos hacer entonces?

Pues lo que debemos hacer en primer lugar, es abrir los oídos a Dios en su Palabra, que hoy nos habla por medio de Juan, que sabe muy bien lo que dice. Podemos distinguir muy claramente cuatro consejos, tres verbales y uno de actitud.

Veamos pues en concreto cada uno de los consejos de Juan para lograr la conversión:

“El que tenga dos capas, que dé una al que no tiene, y el que tenga de comer, haga lo mismo.”, o sea: Lo que tú tienes, no es solo para ti, sino para que lo compartas. Todos tenemos abundancia de algo. Unos de dinero, otros de inteligencia, otros de sabiduría, otros de simpatía, en fin, algo tienes tú para compartirlo. En resumen: Aprende a compartir.

“No cobren más de lo establecido”, que quiere decirnos: No te excedas en el uso del poder. Todos tenemos en nuestras manos algún tipo de poder. Unos tienen el poder político, otros el poder empresarial, otros el poder de una institución, otros el de una comunidad, los padres tienen el poder sobre sus hijos, los hombres sobre las mujeres, las mujeres manejan a los hombres, y así sucesivamente. Tú tienes poder sobre algunas personas, no importa quienes sean estas.

No use frases como: “Yo soy el que traigo el dinero en esta casa, por lo tanto…”, o “Aquí el que manda soy yo, y los demás obedecen”, o “si quiere algo de mi, que pague lo que valgo”. El segundo consejo de Juan es: No abuses de tu poder.

“No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas y conténtense con su sueldo” que dicho en pocas palabras es: No cometas injusticias. Es muy fácil acomodarse en los privilegios que se nos otorgan. El sitio de honor, el uso de la palabra, la distinción sobre los demás, la capacidad en la decisión, la elección del futuro, la definición de un proyecto, muchas cosas en las que uno termina por creer que son sus derechos, y que nunca tiene obligaciones.

Nos acostumbramos tanto a nuestros privilegios, que terminamos por ni siquiera pensar en los demás. Lo único importante es lo mío, lo que a mi me pasa, lo que a mi me molesta, mis necesidades y mis caprichos, todo soy yo, y lo que yo digo o yo pienso es lo único correcto, lo único verdadero, y así perdemos la capacidad de amar, la capacidad de sentir caridad.

Este tercer consejo es contra el prejuzgamiento, la fácil colocación de etiquetas, el mal trato y la humillación, y todo aquello que lastima tanto, aunque por ello el único que sangra es el espíritu y no el cuerpo del lastimado. El tercer consejo de Juan es: Aprende a vivir en paz con todos.

Y por último, la lectura de este pasaje del Evangelio nos deja como enseñanza una actitud, sin la cual es imposible conseguir la conversión.

“Está para llegar uno con más poder que yo, y yo no soy digno de desatar las correas de su sandalia.” La actitud de Juan, es la de una profunda humildad, la del reconocimiento de su pequeñez, y la alegría de anunciar la llegada de alguien muy superior a él.

Él no se ocupa de asegurar su puesto, ni de dejar claramente sentada su condición de profeta. Juan no se ocupa de forzar a nadie a hacer lo que no quiere. Juan solo grita a los cuatro vientos la necesidad de convertirse y anuncia la llegada del Salvador. El cuarto consejo de Juan en este Evangelio, es la actitud de humildad, sin la cual uno nunca podrá encontrarse con Jesús.

Vale la pena escuchar a Juan ¿no? Sino, podríamos quedarnos contemplando de lejos la llegada del niño a los pesebres de los demás, mientras nuestras cunas repletas de nosotros mismos se quedarían solo con los regalos de “Santa” o “Papá Noel”.

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