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viernes, 26 de marzo de 2010

Meditando el Evangelio

Su Hora, mi hora

¿Cuál es la diferencia que destaca a Jesús como Hijo de Dios frente a cualquier otro gran líder religioso de cualquier época o lugar? Porque si nos ponemos a comparar, parecería que las enseñanzas del Señor fueron (en parte) enunciadas también por otros personajes, tales como Buda, Mahoma, y hasta algunos políticos que no vale la pena mencionar. Entonces, ¿Qué es lo que hace único a Jesús nuestro Señor?

A lo largo de su vida, desde el comienzo mismo de su vida pública, relatado en las bodas de Caná, Jesús se refiere muchísimas veces a “Su Hora”. Lo vemos repitiendo una y otra vez “aún no llega la hora”, hasta que terminada la última cena, dice a sus apóstoles: “Ha llegado la hora…”, aunque ellos no atinaban a comprenderlo todavía.

Ningún otro profeta, líder o guía hizo de su vida una flecha que señale el momento de su muerte, y menos aún, que señale su muerte como el sello de la liberación de la humanidad. Únicamente Aquel que sí sabía, Aquel que recibió la misión de Su Padre, solo Aquel que desde el primer día supo cómo terminaría su misión salvadora.

El Evangelio de este Domingo de Ramos del Ciclo “C”, nos relata precisamente por la pluma de san Lucas, los hechos sucedidos en “esa hora” tan terrible, la hora del Señor.

La mejor reflexión que se pueda realizar sobre la pasión del Señor, es aquella que resulte de pasar un tiempo cada día durante esta Semana Santa, mirando el crucifijo desde la humildad de nuestra condición de pecado y de impotencia, desde nuestra pequeñez frente a la enormidad de dolor, de agradecimiento, de gozo y de esperanza que nos muestra Jesús clavado en la cruz.

Y lo más importante, sabiendo que es un acto de amor personal, de infinita ternura, una “prueba” de amor indiscutible, y un mensaje de esperanza y de alegría por la misericordia y el perdón.

La hora de Jesús, está marcada en la historia del hombre, con letras escritas. Son letras que se van uniendo entre sí, y que conforman el más bello poema de amor, escrito con Sangre.

Es Dios, que al morir en semejante forma, da coherencia y verdad a todo lo que Él mismo había anunciado y enseñado toda su vida.

Es Dios, que renunciando a su poder omnímodo, se deja mansamente torturar, humillar, insultar y escarnecer hasta la muerte, encarnando así al cordero sacrificial de todos los tiempos.

Es Dios, que encarna la pobreza del hombre, porque habiendo llevado una vida de pobreza total, termina desnudo, clavado en una cruz, mientras sus únicas pertenencias eran jugadas a los dados, por soldados que ya lo consideraban muerto en medio de sus risotadas.

Es Dios, que encarna la impotencia del hombre frente al mundo, al estar clavado de manos y pies, no pudiendo ni siquiera sacarse de encima las moscas que multiplicaban su tormento lamiendo su Sangre bendita.

Pero esto no quiere decir que la meditación esté dirigida a llenarnos de tristeza ni sumirnos en la depresión. Ese es un argumento inmediatista, que se usa generalmente como un porqué de evitar el esfuerzo de la meditación. “Para mí es mejor ver un Cristo resucitado, triunfante…” se suele decir y es hermoso ver a Cristo glorioso, pero ¿Dónde queda el precio? ¿Dónde queda la cruz?

Debemos acercarnos a la pasión de Cristo, como a un abismo sin fondo, porque el amor de Dios no tiene límites. La contemplación de Cristo crucificado, nos permitirá entrar cada vez más en los misterios de la voluntad del Padre y la divinidad del Hijo a la luz del Espíritu Santo.

Efectivamente, esta es la hora de Jesucristo, y Él despliega, como en un banquete, toda su verdad, toda su luz, toda su bondad, toda su ternura, toda su misericordia. Si lo meditamos impacientes o con poca hambre, llevaremos poco; si tenemos el tiempo, si tenemos el apetito, si tenemos el amor, llevaremos mucho, y encontraremos mucho y comulgaremos mucho. Jesús sirvió el banquete de su amor, y nosotros somos los invitados a disfrutarlo durante esta Semana Santa.

Disfrutemos pues, encontrando toda la riqueza que hay en las palabras “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, alimentémonos de “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”, descubramos las maravillas que hay detrás de “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

La mejor oración para la meditación de este Evangelio, está en la primera lectura de hoy, cuando Isaías dice: “Mi señor, me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento" (Is 50,4), donde eres tú al mismo tiempo el profeta y el abatido, donde eres tú quien recibirá el Espíritu Santo que te ilumine y te haga encontrar las delicias de este poema escrito con tanto dolor.

Así, cuando encontremos que “el velo del Templo se rasgó en dos”, se rasgará también para nosotros el velo que el mundo pone en nuestros ojos, y podremos darnos cuenta de las maravillosas bondades que Jesús nos ofrece en la Casa del Padre. Gracias a Jesús, ya no existe velo, ahora por Él, con Él y en Él, podemos contemplar al Santísimo que estaba velado en el Templo. Jesús nos descubrió a Dios para siempre.

Esta Semana Santa, puede ser entonces, una hermosa culminación de los cuarenta días de oración, penitencia y sacrificio que hemos llevado en la Cuaresma, de tal manera que el Viernes Santo, podamos acompañar a Jesús, contemplando desde los ojos del alma el drama de nuestra redención, doloridos sí por el precio infinito que pagó el redentor, pero esperanzados y contentos porque así se realizó la voluntad del Padre que quiere tenernos eternamente junto a Él en su casa.

Y enseguida, celebraremos la resurrección gloriosa de Jesús, que entrará victorioso para siempre en la gloria que tuvo junto al Padre desde antes de todos los siglos. Entonces sí, habiendo acompañado a Jesús en su camino de dolor y oprobio, podremos encontrar la coherencia de su resurrección y la gloria de su Trono.

Jesús nos invita pues, a meditar esta semana su pasión, no como un hecho histórico que se realizó hacen dos mil años, sino como algo interno, propio de tu alma, como un proceso íntimo, en el que el Espíritu Santo vaya depositando en ella, la luz y la claridad que puede marcar la diferencia entre tu hoy y el resto de tu vida, entre el transitar por este mundo como un producto más de la masa de acontecimientos y la obra personal de un Dios infinitamente poderoso que te ama personalmente, y que personalmente te creó por medio de tus padres, lleno de esperanzas y de orgullo, y que tiene aún mucho que darte en un intercambio de amor contigo.

Por eso Jesús es diferente a todos los demás líderes religiosos, políticos o de cualquier clase, por eso Jesús es único, divino y eterno, porque Jesús convirtió la cruz, signo de oprobio y castigo en La Cruz, signo universal de salvación de amor y de esperanza para todo el género humano, cosa que nadie más hizo ni hará nunca.

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