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lunes, 31 de mayo de 2010

Cosas que vale la pena leer

Colaboración del P. Vicente Vega S.B.D.

¡No dejes de salir a nuestras calles en el jueves de Corpus… Señor!

Porque, sin Ti, el mundo se enfría. Porque, sin Ti, el hombre se envilece. Porque, sin Ti, olvidamos que el amor es fuente de felicidad. Porque, sin Ti, nuestra tierra es huérfana.

¡No dejes de salir a nuestras calles en el jueves de Corpus… Señor!

Porque seguimos necesitando tu pan multiplicado. Porque somos tan débiles como ayer. Porque, nuestros pecados, pueden a veces con la virtud. Porque, nuestras almas, se llenan de trastos inservibles.

¡No dejes de salir a nuestras calles en el jueves de Corpus… Señor!

Y, si ves que nos hemos alejado de ti, que seas un imán que nos atraes hacia la fuente de la verdad. Y, si ves que te hemos dado la espalda, alcánzanos de frente para nunca más olvidarte. Y, si ves que hemos perdido el apetito de lo divino, acércanos el cáliz de tu amor y de tu perdón.

Sí, Señor; ¡no dejes de salir a nuestras calles en tu Custodia!

Y, deja, que nos arrodillemos ante Ti: cuando Tú lo hiciste ante nosotros en Jueves Santo. Y, deja, que te hablemos al corazón de la Custodia, cuando Tú, lo hiciste en cada uno de los nuestros. Y, deja, que presentemos al mundo este manjar, cuando, Tú, nos lo dejaste en sencilla mesa. Y, deja, que nos miremos los unos a los otros para cantar contemplando este Misterio.

¡No dejes de salir a nuestras calles este jueves de Corpus, Señor!

Que nadie ocupe el lugar que te corresponde en el mundo. Que nadie turbe la paz y la calma del día del Corpus. Que nadie, creyéndose rey, se sienta más importante que Aquel otro, que siéndolo, se hace una vez más siervo.

¡No dejes de salir a nuestras calles este jueves de Corpus, Señor!

Aquí tienes nuestros corazones: haz de ellos una patena. Aquí tienes nuestras mentes: haz de ellas un altavoz. Aquí tienes nuestras manos: haz de ellas una carroza. Aquí tienes nuestros ojos: haz de ellos dos diamantes. Aquí tienes nuestras almas: haz de ellas el oro de tu custodia. Aquí tienes nuestros cuerpos: haz de ellos las más auténticas custodias que nunca se cansen de anunciar por todo el mundo que sigues viviendo y permaneciendo eternamente presente en el gran milagro de la eucaristía.

¡No dejes de salir a nuestras calles, Señor! ¿Nos dejas acompañarte?


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