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lunes, 8 de diciembre de 2008

Preparando el camino

“Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos” era el grito de Juan Bautista, que hasta hoy sigue resonando en los oídos, martillando la conciencia y urgiendo a revisar en detalle nuestras vidas.

En el Evangelio de San Juan 1,6-8 19-28 de este domingo, se destaca la palabra “preparar”, puesto que si bien muy pronto festejaremos un aniversario más de la llegada al mundo de Dios encarnado, nosotros seguimos esperando su segunda y definitiva venida en gloria y majestad, y es para ella, que se nos urge estar preparados.

En este tiempo, en el que todo se considera con relación a la comodidad o al placer que produce, es bueno considerar que puede fácilmente ser pecado (y grave), el pensar que ya encontramos a Dios, que ya hicimos todo lo necesario para salvarnos, y que no necesitamos hacer nada mas para preparar como se debe la llegada de Cristo, que se presentará “como ladrón” el rato menos pensado.

No es verdad, que estamos preparados, porque vamos a Misa los domingos, no matamos a nadie, no robamos, y alguna vez arrojamos una moneda a un pordiosero.

No es verdad que estamos preparados porque rezamos una vez por semana o porque pertenecemos al apostolado.

La actitud de espera, significa el estar conscientes de nuestras debilidades, de aquellas cosas en las que caemos continuamente, y que sabemos perfectamente que no van de acuerdo con Aquel que esperamos.

Recordemos el día de nuestro cumpleaños, nuestra graduación, o nuestro matrimonio. Con seguridad que los preparamos desde varios días antes. Buscamos la mejor ropa, planeamos los mejores platos. Cuántos de nosotros, nos pusimos a dieta para lograr entrar en el traje o el vestido, acudimos con ansias al salón de belleza o la peluquería, e hicimos todo cuanto fuera necesario, para estar radiantes. En pocas palabras, nos pusimos de fiesta, “preparamos” la fiesta.

Ahora, de lo que se trata, es de hacer carne en nuestro corazón, la misma necesidad, porque resulta que el que va a llegar, no es un invitado cualquiera, nuestra fiesta, no es una fiesta cualquiera. Es el único invitado, y la fiesta en si es Él mismo. Es Jesús, es Dios, es la belleza encarnada, es la perfección, es el dueño mismo de la creación que llega. ¿Cómo no hacer todo de nuestra parte, para que se sienta bien, para que esté a gusto, para que en nuestro corazón sonría, se alegre y disfrute de la bienvenida?

No se trata de una postura social, no se trata de hacer que los demás nos vean, admiren nuestro entusiasmo o nuestras cualidades. Se trata de que este invitado único, conoce íntima y totalmente hasta el último rincón de nuestro corazón, y que aún conociendo aquellos cuartos donde ocultamos la suciedad y los trastes rotos, sabiendo que muchas veces ponemos lo barrido bajo la alfombra, que muchas otras aprovechamos la noche para tirar la basura en el patio del vecino, aún así nos ama y espera quedarse a vivir junto a nosotros.

Este nuestro invitado, no trae como Santa Claus regalos que se consiguen en cualquier centro comercial. No es un viejito gordo, al que nunca llegaremos a ver con los pies colgando de la chimenea. Nuestro invitado no le agrada al mundo, porque no invita a comprar nada, ni se presta a aparecer contando en cuanta propaganda exista. No es un invitado de una temporada. Y ¿saben? Cristo no llega con la enorme bolsota llena de regalos, porque todos sus regalos, llegan con Él, dentro mismo de su tierno Corazón.


El personaje que esperamos, aquel para quién debemos preparar su llegada, nos trae regalos que se quedan marcados en el alma. Nos trae compasión, nos trae paz, nos trae sencillez, humildad, sabiduría, caridad, nos trae todo aquello, que realmente hace que nuestras almas exulten felicidad, plenitud, alegría.

Él pone las luces para la fiesta que no dura una sola noche, Él trae los manjares, y los postres, con Él llega la música de los ángeles y las danzas de los santos. En una palabra, Él es la fiesta, porque con Él llega también la misericordia y el perdón, la plenitud de la felicidad.

La navidad, es realmente hermosa e incomparable, pero siempre y cuando, no sea una fiesta de un solo día. Si hacemos el esfuerzo por vivirla no tanto en el plano físico y más en el plano espiritual, ésta navidad puede llegar a ser el verdadero punto de quiebre, puede ser recordada siempre como el “antes” y el “después”, porque de veras, podemos tener un 2009 lleno de problemas, pero también lleno de paz y de amor.

A eso se refería San Juan, al gritar “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos”, porque no se puede preparar el camino sin enderezar el sendero sobre el que irá ese camino. No es Cristo quién desviará el camino para que se adecúe a nuestro sendero, sino que somos nosotros los que debemos abrirle la puerta, para que Él entre.

Vale la pena escuchar los gritos de San Juan en el desierto de nuestras vidas ¿no?

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