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viernes, 22 de mayo de 2009

Proclamar el Evangelio

Jesús estaba despidiéndose de sus apóstoles. Retornaba al lado del Padre a recibir otra vez “toda la gloria que ya tenía antes de la creación del mundo” según lo dijo en su oración sacerdotal después de la última cena (Jn 17:5). Y con la seriedad de los últimos encargos, deja la misión para los apóstoles y toda la Iglesia: : "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.

Es ineludible, la misión de todo bautizado es la de proclamar la Buena Nueva: Jesucristo, Hijo de Dios muerto en la cruz para salvarnos, resucitó de entre los muertos y subió al cielo, donde recibió el poder de juzgar a los vivos y los muertos.

Esta misión la venimos escuchando año tras año, y para la mayoría de los cristianos, parece no estar al alcance de sus manos, es una misión imposible por muchas razones, que no tardan en enumerar. Otros muchos, con el deseo de convertir a sus seres más queridos, pasan una y mil angustias y penas tratando de explicarles su propia experiencia y recibiendo a cambio solamente desprecio, burlas y humillaciones. ¿Qué pasa entonces? ¿Dónde está la falla?

En primer lugar, debemos tener en cuenta, de que el objetivo de evangelizar, es el conseguir que los evangelizados logren un encuentro personal con Cristo. Un encuentro como el que tuvo Pablo, que marcó y cambió su vida para siempre. No es nuestra vida, nuestra experiencia, nuestros sentimientos los que moverán a nadie a volcarse hacia Cristo, sino es el mismo Cristo el que se muestra a las personas. A partir de ese encuentro, todo cambia, todo es más fácil.

Cuántas discusiones nos habríamos evitado, cuántas frustraciones, cuántas peleas y humillaciones, si solo pudiéramos comprender que la única manera de anunciar el Evangelio, es viviéndolo personalmente. Nunca las palabras moverán a nadie, pero nuestros actos, nuestro ejemplo sí lo logrará, y con muchísima facilidad.

Y es lógico, si Cristo vive en mí, si yo trato de parecerme a Él en todos mis actos, si la gente mira el rostro de Cristo en el mío, no podrán dejar de escucharlo, y menos podrán resistirse a seguirlo, porque en mí verán la paz, la serenidad, la misericordia, el amor. Y ¿Quién puede resistirse a ellos hoy en día en que el mundo es más cruel que nunca?

Llevar el Evangelio por todo el mundo… parece utópico, irreal, pero si pensamos que hacen dos mil años se dieron a esa tarea doce hombres sin los medios, sin los avances tecnológicos, sin comunicación ni aviones, si pensamos que Pablo recorrió el mundo conocido por entonces, y que fundó iglesias en tantas ciudades, y que esas iglesias dieron comienzo a los mil millones de católicos de hoy, entonces sí veremos que es posible, que es real, que hay que dar ese primer paso que dio Pablo: convertirse.

Y convertirse no significa otra cosa que cambiar la vida. No puedo pretender estar convertido, simplemente por asistir a mi casita de oración una hora a la semana y otra hora a la misa del domingo. No puedo creer que estoy en camino de conversión, por hacerme amigo de algún obispo o sacerdote, no puedo pretender convertirme simplemente aprendiéndome pocos o muchos versículos de la Biblia, no puedo pensar que estoy cerca del Señor en fin, si en mi corazón siguen los mismos egoísmos, las mismas envidias, los mismos rencores de siempre. Así no anuncio el Evangelio, así solamente vacuno a los demás contra el Evangelio.

Hay personas que dicen “A mí no me gusta ver a Cristo en la cruz, yo prefiero verlo resucitado ascendiendo a los cielos”, pero si queremos seguir sus pasos, si de veras queremos embarcarnos en esta hermosa aventura de la evangelización, es solamente en la cruz donde podremos encontrar la explicación que nos mueva a emprender el cambio. Solo viendo la cruz horas y horas comprenderemos que vivir el Evangelio no se puede lograr sin vivir primero el amor, la donación personal, la entrega total que vivió Cristo por cada uno de nosotros. Entonces podremos comprender qué clase de amor tuvo Cristo por ti y por mí, y entonces podremos comenzar a anunciar su Evangelio, comenzando por tu familia, tu comunidad, tu oficina. Así es posible cambiar al mundo.

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