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martes, 8 de abril de 2008

Para un enfermo


Carta a José Luís
(Por Eduardo Rivas G.)

Tengo un amigo, al que nunca he visto ni he hablado con él. Estoy a su lado cada día, en mis oraciones, y a través de esta compañía en el Corazón Misericordioso de Jesús, he aprendido a conocerlo, pero sobre todo a quererlo y a valorarlo tal como es: alguien a quién yo debo mucho, alguien a quien quisiera poder imitar, cuando me toque (algún día), caer otra vez de rodillas en mi Getsemaní personal. Por eso esta carta.

Querido José Luís:
Mando estas líneas, que deseo que te lleven parte de mi alma, que desde hace tanto tiempo vuela a tu lado día tras día, cuando al salir el sol hago mis oraciones a Dios.
Debo confesarte, que me pidieron que pida por ti, pero así lo hice solamente al principio, porque muy pronto me di cuenta de que lo que debo hacer es dar gracias por ti, porque haces tanto bien a tantas personas, que tú mismo ni debes darte cuenta.
Déjame llevarte mucho tiempo atrás, cuando un carpintero de Galilea cayó de rodillas al anochecer, y puso sobre su espalda toda la iniquidad y la miseria del mundo, y lo hizo muerto de miedo, aterrorizado y angustiado. Hubo un momento, en el que vaciló, puesto que lo que se le venía (y Él lo estaba mirando), era demasiado para un solo hombre.
Pero Él traía una misión. Era el sacerdote eterno, y para consumar su sacrificio, se vistió con su propia sangre por la angustia y el miedo. Él consiguió con su sufrimiento, pagar mis culpas. Todas mis culpas y mis miserias. A propósito, también las tuyas.
El saldo de la historia, seguramente ya lo conoces, pero hoy quiero hablarte solamente de ésta parte, que es la que me hace quererte y agradecerte tanto.
Admiro tanto lo que Jesús hizo ese día, que el único objetivo de mi vida, es imitarlo, esforzarme y trabajar en mí, para llegar a parecerme a Él, para que mi vida no pase inadvertidamente para mi y los míos, sino para poder algún día comenzar a vivir mi eternidad con Él, contemplarlo, disfrutarlo y gozar de su promesa para siempre.
En este camino, que si para Él ha sido tan duro, no tiene porqué serlo menos para mí, hay muchas personas, que me llevan la delantera, porque hacen por Él muchísimo más de lo que puedo hacer yo. Y entre esas personas, estás tú.
Cuando Jesús está en el Tabor, cuando está en su gloria y su majestad, es muy fácil admirarlo e imitarlo, pero ¿Qué pasa cuando a uno le llega estar en Getsemaní?
Getsemaní hoy, es la cama de hospital que vives, es el dolor que sufres, es esa llaga que te lastima, es esa angustia que pretende hacerte renunciar, es esa falta de fuerzas que a veces te invade, y que hasta hoy tú conviertes en gloria cada que dices con Jesús “Hágase tu voluntad y no la mía”.
¿Te has puesto a pensar cuántas personas dejan pasar esa oportunidad, sin pena ni gloria, encerradas en si mismas, entre gritos y desesperación?
Si al comienzo de esta carta te digo que te quiero y te agradezco, es porque se que tú no haces lo mismo. Tú ofreces tus dolores a Dios, por la salvación de las almas. Tú, siempre animoso y esperanzado, enseñándonos a tus hermanos, a seguir en el Calvario siguiendo la voluntad del Padre, que sabe lo que necesita de ti para el bien de tus hermanos. ¿Cómo podría no estar a gradecido a ti? ¿Cómo no podría llegar a quererte, si vivimos unidos de corazón, hablando y compartiendo con el mismo Dios?
Hermano querido, toma ejemplo de Jesús cubierto de sudor de sangre. Se que hay momentos en los que necesitas descansar un instante, que necesitas alimentar tus fuerzas, en los que el dolor y la angustia te hacen doblar la espalda, y también pides: “Si es posible, que pase de mi este cáliz”. Pero ¿sabes? Quiero hacerte recuerdo, que esos momentos son los que el mismo Padre está a tu lado, en la cabecera de tu cama, sosteniendo tu alma con ternura, sintiendo en su corazón tu dolor.
Él quiere de ti ese Getsemaní, Él te tiene entre sus almas preferidas, entre sus tesoros más preciados, porque para Él, no existe joya más bella que el alma víctima.
No decaigas hermano, se que tu hombro ya está llagado por el peso de la cruz que llevas a cuestas. Se que sangras y lloras, se que sufres mucho, pero se también, que todos nosotros estamos siendo bendecidos a través de tu dolor y la aceptación del mismo como oblación unida a la de Cristo.
Si tu me prometes seguir unido a Él, yo te prometo seguir hablándole a Él de ti y de tus sufrimientos. Tú no pidas que pase este cáliz de ti. Déjame a mi pedir por ti. Tú ofrece tu sufrimiento por todos nosotros, y nosotros seguiremos orando por ti, porque es mucho lo que te debemos, y también es mucho lo que recibirás compartiendo la cruz que nos regaló Jesús.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ojala sigan estas reflexiones para ayudar a todo el que sufre, y no tiene fortaleza para seguir adelante, Dios los bendiga por su ayuda

Videos Provida: Película "Dinero con sangre"