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lunes, 8 de septiembre de 2008

Editorial: Habla con tu hermano

“Si tu hermano ha pecado, vete a hablar con él” dice el Señor, dejando en claro cuál es la base sobre la cual los hombres debemos solucionar nuestros desencuentros, y nuestras diferencias. Evidentemente, es una instrucción muy sencilla, y a la vez, lleva el sello de la sabiduría de Dios, su simplicidad y la sencillez con la que podríamos alcanzar una vida plena entre nosotros los hombres.

Normalmente, al escuchar esta lectura, solemos poner nuestra memoria en la balanza de la justicia, y pensamos en los muchos errores de los demás que con esta instrucción estamos autorizados y respaldados para hablar con “ese” hermano al que venimos “soportando” desde hace tiempo.

Sin embargo, esta instrucción nos enfrenta directamente con una de las mayores debilidades con las que debemos luchar en nuestro día a día, ya que si miramos bien en el fondo de nuestra propia alma, seguramente nos encontraremos con algunas sorpresas que ni siquiera esperábamos, puesto que en otra lectura el Señor pone una condición: “El que no ha pecado, que tire la primera piedra.” Existen pues varias condiciones para poder hacer lo que el Señor nos pide:

Para empezar, como todos somos pecadores, y todos hemos caído en algún momento de nuestras vidas, deberíamos partir de que nuestra capacidad de calificar de pecado a alguna actitud de nuestro hermano, es correr un serio riesgo de presunción o pre juzgamiento. ¿Por qué será que la misma actitud es pecaminosa cuando la comenten los demás, mientras es aceptable cuando la comente uno mismo? Es que siempre nos olvidamos poner en un platillo de la balanza a los otros, y en el platillo restante, ponernos a nosotros mismos. Ahí es cuando comienzan las sorpresas, y la necesidad de comenzar con el cambio en nosotros, buscar nosotros nuestra santidad en lugar de exigir la de los demás. Claro, cuando nuestra intención es actuar con Cristo presente ¿no?

Entonces, ¿En qué quedamos, hablamos con nuestro hermano sobre sus pecados, o nos callamos, cometiendo pecado de omisión y además asumiendo la complicidad, que de por sí es otro pecado?

La instrucción que nos da Jesucristo en esta lectura, no es únicamente una exhortación para hablar con los demás cuando vemos que se está haciendo algo que nos perece que es malo o que puede perjudicar. Es una invitación, una exigencia de ver la “viga” en el ojo propio, que nos obliga a que ese hablar, sea fundado en la humildad más grande, puesto que se habla de pecador a pecador. Es un hablar con el corazón abierto, que nos lleva a, en primer lugar, escuchar las razones del hermano para hacer lo que está haciendo, y en segundo lugar, a prestarle nuestra ayuda desinteresada que le permita salir del atolladero, o aclarar su actitud, de manera que no se generen dudas en otros miembros de la comunidad que también podrían interpretar las cosas a su modo. Y por último, es una oferta de socorro y auxilio, si es que él reconoce estar cometiendo algo que sea pecado, porque, ¿qué clase de actitud cristiana podría ser la de hacerle notar a alguien su pecado, y abandonarlo luego para que se las arregle como pueda?

Es también de suma importancia, notar que el Señor nos enseña en primer lugar, hablar “a solas”. Este hablar a solas, implica sobre todo, evitar el prejuzgamiento, el etiquetar determinadas actitudes de los demás, dentro o fuera de la categoría de pecados, puesto que el hablar a solas implica escuchar y ser escuchado, implica hablar en igualdad de condiciones, implica la charla entre hermanos, hijos del mismo Padre que está en el cielo, seguidores del mismo Cristo que es nuestro Señor, y portadores del mismo Espíritu Santo que se nos donó en el bautizo. Por eso es que en primer lugar se nos pide hablar a solas, de corazón a corazón.

Por último, el Señor dice que en última instancia, se debe presentar al hermano en la comunidad. La comunidad hasta ese momento, no debería estar informada, sobre todo por nuestra boca, de la falta de nuestro hermano. No es cuestión de comentarlo en todos los corrillos, en todas partes, de tal manera de que nuestro hermano llegue ya condenado por rumores y sin posibilidad de explicarse o aclarar su actitud. Nuestro silencio, puede significar en casos extremos, la vida o la muestre (en la comunidad), de un hermano, que al igual que nosotros tiene virtudes y defectos, y que igual que nosotros lo suplicamos en todo momento, merece nuestra misericordia y nuestro perdón. Nunca debemos olvidar, que la comunidad es la familia que nos une en torno al Señor del Perdón, aquel que es todo amor, cuya misericordia supera en mucho a su justicia, y que algún día Él seguirá siendo el Juez y nosotros los acusados.

Un pensamiento que nos puede orientar mucho, es preguntarnos: ¿Qué hubiera hecho María, si Judas hubiera acudido a ella, antes de colgarse en el árbol? ¿Cómo habrá recibido la Madre a Pedro, cuando llegó luego de negar tres veces al Señor? ¿Qué les dijo la Virgen a los once cuando llegó destrozada del Calvario? María Madre de Dios y Madre nuestra, María modelo de los cristianos, María intercesora ante su Hijo por todos nosotros, María, la que extiende su manto sobre el mundo entero, Ella es el modelo, ella es la que nos muestra cómo actuar en todo momento.

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