Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 15 de febrero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "No desconfíen de la Iglesia".
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De cuando en cuando, algunos comentaristas y críticos sociales expresan su desconfianza hacia la Iglesia Católica, y quisieran que sólo tuviera libertad de acción en los templos y en la vida privada. Rechazan definitivamente que pueda haber más espacio constitucional para una más plena libertad religiosa. Se siguen imaginando que ambicionamos poder político, económico o social. Criticaron al presidente de la República por haber asistido al Encuentro Mundial de la Familia y por haberse declarado públicamente católico. Siguen esgrimiendo que violó la laicidad y que debería guardarse su fe para su vida privada.
En contraste, al dar la máxima condecoración del Gobierno peruano al Cardenal Juan Luis Cipriani, el Canciller de la República expresó: "Hemos querido como Gobierno hacer público nuestro reconocimiento a esta Iglesia peruana y hacer profesión de que somos un Estado que respeta una institución definitiva y concluyente en la construcción de la nacionalidad peruana". Y el presidente Alan García dijo: "Hoy queremos mostrar la identidad, respeto, reconocimiento al mensaje de Cristo en el papel de la Iglesia a lo largo de los siglos en la formación del Perú. Y el reconocimiento que hacemos es que sin cristianismo no hay democracia auténtica, y sin la palabra de Cristo, no hay trascendencia". ¿Cuándo se escuchará algo semejante en México? No desconocemos nuestras deficiencias, pasadas y presentes, pero es justo reconocer lo que la Iglesia ha aportado al país.
JUZGAR
En su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 8 de enero pasado, dijo el Papa Benedicto XVI a los representantes de 177 Estados de todo el mundo, con quienes se tienen relaciones diplomáticas: "La Iglesia, como se ha dicho muchas veces, no pide privilegios, sino el principio de libertad religiosa en toda su extensión... Las comunidades cristianas desean ofrecer una contribución convencida y eficaz al bien común, a la estabilidad y al progreso de sus países, dando un testimonio de la primacía de Dios, que establece una sana jerarquía de valores y otorga una libertad más fuerte que las injusticias... El cristianismo es una religión de libertad y de paz, y está al servicio del auténtico bien de la humanidad".
Y sobre la sana laicidad, que no implica un sometimiento del Estado a la Iglesia, sino un respeto de aquél a las diferentes confesiones religiosas, expresó: "Una sociedad sanamente laica no ignora la dimensión espiritual y sus valores, porque la religión no es un obstáculo, sino más bien, al contrario, un fundamento sólido para la construcción de una sociedad más justa y más libre". ¡Ojalá comprendieran esto los que tanta desconfianza nos tienen! Se ve que, aunque se consideren católicos, ignoran lo que es su fe cristiana.
Los obispos no pretendemos ocupar puestos de gobierno, pues, como dijo el Papa en la misma ocasión: "La Iglesia acompaña desde hace cinco siglos a los pueblos de América Latina, compartiendo sus esperanzas y sus preocupaciones. Sus pastores saben que, para promover el progreso auténtico de la sociedad, su quehacer propio es iluminar las conciencias y formar laicos capaces de intervenir con ardor en las realidades temporales, poniéndose al servicio del bien común".
ACTUAR
No hay que derrotarse, ni acomplejarse. Seguimos luchando y, con el Papa, pedimos a los líderes de la sociedad "que alienten por todos los medios el justo respeto hacia todas las religiones, proscribiendo todas las formas de odio y de desprecio. Que no se cultiven prejuicios u hostilidades contra los cristianos simplemente porque en ciertas cuestiones, su voz perturba. Por su parte, los discípulos de Cristo, ante tales pruebas, no deben desalentarse: el testimonio del Evangelio es siempre un signo de contradicción con respecto al espíritu del mundo. Si las tribulaciones son duras, la presencia constante de Cristo es un consuelo eficaz. Su Evangelio es un mensaje de salvación para todos y por esto no puede ser confinado en la esfera privada, sino que debe ser proclamado desde las azoteas, hasta los confines de la tierra".
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