El ángel y Elías
Las lecturas de este domingo XIX del tiempo ordinario están referidas al discurso del Pan del Cielo, en el que el Señor nos desvela un poco más el misterio de Cristo Salvador del mundo enviado del Padre, y a
La primera lectura, nos habla de Elías. Pero no de ese Elías triunfador que dejó con la boca cerrada y humillados a todos los sacerdotes de Baal, cuando logró encender el fuego con sus oraciones. Tampoco del profeta que encendía los corazones con el fuego de su predicación.
Hoy, vemos a Elías pidiendo al Señor que le envíe la muerte. Él está cansado y sumido en una depresión espantosa. Elías está pasando quizá el peor momento de su vida. Un gran hombre humillado, agotado hasta el extremo de pedirle a Dios que le quite la vida. El hombre más iluminado de su tiempo, sumido en la oscuridad de la depresión.
Da pena contemplar a Elías en estos momentos, porque como dice santo Tomás de Aquino, en los seres humanos, “Difícilmente surge la misericordia si no es ante la debilidad, la fragilidad, la miseria del hermano”, y ante el gran Elías pidiendo la muerte por depresión, no podemos menos que sentir compasión, pena, misericordia.
Y estamos de acuerdo con santo Tomás. Porque son precisamente aquellos que en sus vidas han pasado momentos duros, oscuros, difíciles, aquellos que se han sentido capaces de abandonar y traicionar a Dios, resultan ser los más comprensivos, los más misericordiosos. Toda la altanería de nuestros juicios, suelen terminar cuando vemos que el camino es superior a nuestras fuerzas.
Comprendiendo a Elías, es que podemos encontrar una aplicación maravillosa de las lecturas de hoy, sobre todo si nos apoyamos en
En efecto, es seguro que si nos ponemos a recordar, encontraremos muchos momentos de nuestra vida, en los que hemos sentido verdaderos deseos de sentarnos al pié de un árbol, y abandonarlo todo, y quizá como Elías, hasta hemos llegado a pedir a Dios que por caridad nos quite la vida, porque los problemas o el dolor eran superiores a nuestras fuerzas.
Entonces, observemos cuál fue la reacción de Dios. No fue la de condenarlo, ni le dijo: “Vamos cobarde, levántate y sigue”, ni se burló de él, ni mucho menos lo abandonó en medio de su angustia. Dios le envió un ángel, que le dio pan cocido en piedras calientes y agua para beber.
¡Ah!, se nos levanta el ánimo, ¡Dios no nos abandona nunca, por malos que sean los momentos que estamos pasando.
Pero observemos que Dios no hizo que los problemas desaparecieran, o que de pronto Elías encuentre las soluciones, o que la gente empiece a cambiar y deje de molestar a Elías. Tampoco se convirtió en un superhombre que lo soluciona todo.
Dios manda el pan del cielo (primera enseñanza), porque cuando todo es superior a nuestras fuerzas, solo en la humildad y en el abandono a la misericordia divina encontramos la fuerza, el alimento que nos permitirá seguir caminando. La solución a todo, no se encuentra en el abandono o el sueño evasivo.
La solución (segunda enseñanza), está en las manos de Dios, que nos envía al Pan del Cielo Jesucristo, cocinado en la piedra caliente del Espíritu Santo, para alimentarnos, iluminarnos y levantarnos. Es mirando a lo alto, buscando a Dios con sencillez y humildad que encontramos la luz, la verdad y la vida, porque en el Evangelio Jesús mismo lo dice: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió”.
El ángel le dijo a Elías: “Levántate y come”. Así lo hizo Elías, y luego se volvió a dormir. Entonces el ángel le vuelve a decir: “Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas”. Son dos comidas, la primera para comprender el pasado, para comprender su pequeñez, su falta de fuerzas, su pobreza y su impotencia, y la segunda, en preparación a lo que estaba por venir.
Esta lectura, es de especial riqueza para los que estamos formando parte de alguna comunidad, un apostolado, una familia o un grupo de oración, y veamos porqué:
No es nada raro, que nos toque alguna vez ver cómo personas de cualquier clase o estado, sean laicos, sacerdotes, consagrados o lo que sea, que consideramos muy meritorias, “en camino de santidad”, con mucha iluminación y mucho empuje, llega un momento en que se agotan, se cansan, los gana el hastío y las ganas de abandonar.
No podemos alegrarnos ni enorgullecernos de eso, puesto que como recordamos, la carta a los efesios nos habla de ser comprensivos y misericordiosos, sobre todo en nuestra comunidad. Pero a la luz de Elías, ¿No podrías ser tú el ángel que Dios envía a tu hermano, y llevarle el Pan del Cielo para darle fuerzas?
Si en uno o varios momentos de tu vida tú mismo(a) te sentaste en el árbol de Elías, ¿No sería bueno que comprendas el cansancio, la depresión o el sueño de Elías tu hermano, y te ofrezcas a Dios para ser el ángel que Él le envía con pan y agua para su alma cansada? ¿Qué te da derecho a pensar que si Dios te ayudó a levantarte a ti, no debería levantar también a tu hermano? Si tú sufriste alguna vez, si sabes lo que es el dolor y la angustia, el miedo o el cansancio, ¿Porqué no puedes entender el de tu hermano y extenderle la mano?
Aquí encontramos la verdadera concepción que tenía san Francisco de Asís cuando oraba diciendo “Haz de mí un instrumento de tu paz…”, y aunque sea por unos instantes, nos convirtamos en ángeles de luz para alguien, en portadores de alimento, de aliento, de fuerza, y ayudemos a alguien a levantarse y seguir su camino apoyado en nosotros, buscando por un momento “amar en lugar de ser amado”, igual que el “Poberetto de Asís”.
Todos tenemos algún Elías durmiendo bajo un árbol. Hagamos carne de esta lectura, y levantemos el zapato de su pecho y ofrezcámosle un pedazo del pan que sobra en nuestra casa, para que pueda despertar y seguir su camino.
¡Ánimo, Dios nos muestra la posibilidad de ser ángeles para alguien!
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