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sábado, 11 de abril de 2009

Sábado Santo

¡Vayan a avisar a sus hermanos!

Sábado Santo, ya vamos llegando a la Pascua de Resurrección. Estamos tratando de vivir esta Semana Santa paso a paso, conforme a las lecturas de cada una de las ceremonias que nos propone la Iglesia, y (por lo menos me sucede a mi), estamos encontrando un número significativo de cosas nuevas. Reflexiones sobre aspectos que seguramente hemos vivido año tras año, y que pasaban desapercibidos, como ocultos en las lecturas de cada día.

Sin lugar a dudas, toda esta riqueza que estamos atesorando en el corazón, marcará esta Semana Santa, como una especial, en la que el Espíritu Santo nos guía mediante nuestra madre la Iglesia, para prepararnos a nuestro Pentecostés, que con la gracia de Dios, podría también ser de especial importancia en nuestro camino de conversión.

Hoy para María, es un día de un gran silencio. El silencio del Hijo muerto, que le atenaza la garganta. Las imágenes de ese cuerpo torturado y sangrante que depositaron en sus manos, y que Ella se puso a limpiar con el borde de su manto, con la misma delicadeza con la que había limpiado a Jesús en la gruta de Belén.

Pero, si en Belén no llegaba a comprender cómo era posible que el Dios Altísimo se hubiera rebajado a ese pedacito de carne tierno y rosado, ahora se le escapaban roncos gritos de dolor viendo ese Rostro amado cubierto de sangre. Ansiaba desesperadamente que esos ojos en los que antes veía la inmensidad del amor hecho hombre, se abrieran una vez más para contemplarla chispeantes y felices.

Todo se agolpaba en el alma de María. Aún temblaba de desesperación, y sin embargo resonaba en su alma la promesa de la resurrección del Hijo Bienamado. ¿Qué hacer? Quería al mismo tiempo lavar esas heridas, acariciar ese cuerpo muerto, gritar su impotencia, y al mismo tiempo conservar la calma que hablara a los apóstoles de la esperanza y la fe. ¿Qué hacer, por Dios, qué hacer?

Pobre Madre Dolorosa, cuya imagen inmortalizada por Miguel Ángel nos desgarra el alma. ¿Dónde estuviste ese sábado Madre mía, para correr a tu lado? ¿Cómo averiguarlo, cómo acompañarte, aliviarte, calmar tu soledad?

El propio Jesús, ya previó este sábado silencioso, y para no dejarnos solos en la angustia, así como proveyó en Juan un hijo que sostenga a María, proveyó para nosotros a nuestra Madre, la Iglesia Católica, para que nos oriente, nos proteja y nos guíe en los silencios del mundo y la vida, en los momentos en los que caminando en busca del Señor, nos encontremos con que la tumba está vacía, y no sepamos qué hacer.

La figura de María logró concentrar a los discípulos en silenciosa espera en el cenáculo de Jerusalén. Todos ellos, agrupados en torno a la Madre Virginal vivieron las horas de luto y desolación, igual que hacemos ahora nosotros, que en la comunidad del Cuerpo Místico de Cristo, nos reunimos alrededor de María, acogiéndonos a Ella, para que así Ella misma se consuele ante tanta necesidad por la que atravesamos los hijos que Jesús le encomendó desde la cruz.

María, la Madre que sufre, la Madre que espera, la Madre humilde, espera en el Cenáculo nuestro retorno, sabiendo que en la tumba encontraremos al Ángel que nos repetirá gozoso: "No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado”

La noticia es demasiado feliz. Hay demasiada grandeza en el Señor vuelto de la tumba, y a nosotros también el ángel nos dice hoy: “No temas, Él ha resucitado, corre a avisarles a tus hermanos, que Jesús está vivo, y que ya se adelanta a esperarnos en Galilea.

Si, ¡Jesús está vivo! Corramos pues, María nos está esperando angustiada, vayamos a borrar de su rostro ese rictus de dolor. Jesús ha resucitado Madre, la tumba está vacía, y Él nos espera en la Galilea de nuestros corazones, vayamos María, ya no sufras más, pues ya nadie puede hacerle daño, ¡Resucitó el Señor de los señores!

Hoy pues, junto a la Iglesia, preparemos nuestros corazones, para disfrutar de veras la alegría y el gozo de nuestro Salvador, cuyo Nombre está puesto sobre todo nombre. Jesús es el vencedor de la muerte, Él venció al mundo que hace pocos días lo crucificaba y lo insultaba. Jesús es el ganador, y se adelantó para vernos en Galilea, en su tierra humilde y despreciada por los miembros del Sanedrín, allá donde Él creció bajo la amorosa protección de María, su Madre, nuestra Madre.

El mundo de hoy, no ha cambiado mucho. Igual que hacen dos mil años, hay gobernantes ensoberbecidos y hombres necios e ignorantes, que quisieran volver e Cristo crucificado, humillado y cubierto de sangre. Hoy también lo agreden, lo insultan, lo escupen y lo crucifican. Hoy, el apelativo de Cristiano, se está convirtiendo en insulto, en señal de atraso y fanatismo. Por eso, también hoy nuestra Madre María, y nuestra Madre la Iglesia, son miradas con desprecio en ingratitud.

Pero pese a los insultos, las prohibiciones, los desprecios, la soberbia y el escarnio, nosotros, sus hijos tan queridos, nos acurrucamos a su lado (al de María, a través de la Iglesia), porque Ella como Madre, y nosotros como hijos, sabemos que pese a quien pese, Cristo está vivo y nos espera en Galilea, para seguir llevándonos a la presencia de su Padre a todos, incluidos los que gritaban en el Calvario.

También hay esperanza para ellos.¡Gloria a Dios!

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