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lunes, 6 de abril de 2009

Viviendo la Semana Santa

Lunes Santo

Meditaremos hoy sobre la mujer que ungió a Jesús con un perfume muy caro en casa de Simón “El Leproso”, y lo haremos transportándonos a la escena, tratando de vivirla como si fuéramos un personaje más, un servidor anónimo, un ayudante de la Virgen María, que seguramente (como era costumbre en esa época), junto a las demás mujeres, servía la mesa llevando platos, recogiendo vasos, etc.

Oremos: Virgen María, Madre de Dios y Madre mía, me acojo al amor materno con el que nos cuidas todos los días de nuestras vidas, para pedirte humildemente, que me permitas hoy, participar a tu lado de la cena en Betania. Quiero meditar este pasaje, para enriquecer mi alma con las enseñanzas que nos dejó tu Hijo Amado, mi Señor Jesucristo, y así recibir con verdadero júbilo la Pascua de Resurrección. Permíteme Madre mía, servir la mesa junto contigo, con Marta y las demás mujeres, para hacer carne en mi vida aquello que el Espíritu santo quiera marcar en mí con el fuego de su amor.

Refieren los Evangelios de Marcos (14:3-8) y Mateo (26:6-13), que Jesús había sido invitado a cenar, y Juan (12:1-8) nos da algunos detalles más, que son reveladores y muy útiles para poder meditar este pasaje. Él incluye algunos de los invitados: Lázaro que estaba a la mesa, Martha que ayudaba a servir, y además, identifica a la mujer que ungió los pies del Señor: María, la hermana de Martha y de Lázaro.

Dado el nivel social de los invitados (Lázaro y su familia por ejemplo), el dueño de la casa Simón El Leproso, era seguramente, uno de los tantos leprosos que Jesús había curado milagrosamente, y que quiso agradecer a Jesús por su sanidad, y podemos también suponer, que los demás invitados eran amigos de ambos, la alta sociedad de Betania.

Estaban todos sentados a la mesa, en medio de los correteos de las mujeres, las risas de los invitados, seguramente los amigos con la incógnita sobre qué enseñaría hoy el Maestro, y los fariseos a la espera de encontrar algo de qué acusarlo: De repente se hace un silencio en la espaciosa sala al sonar el cuello del frasco de mármol que María llevaba en sus manos, y que había quebrado en la orilla de ma mesa. Todas las miradas se vuelcan hacia ella, mientras se arrodilla a los pies de Jesús. El delicioso olor de nardos inunda el salón.

Todos los comensales conocían a María, y no precisamente como a una persona ejemplar. Dicen los Evangelios, que Jesús había expulsado de ella siete demonios. En el lenguaje bíblico, “siete” significa “Muchos, innumerables, todos”, cosa que lleva a pensar a algunos exégetas que se trataba de la misma María Magdalena, la prostituta famosa en Jerusalén. Pero, si así no fuera, el hecho de los “siete” demonios nos autoriza a pensar que era una mujer de muy mala fama, conocida por su vida poco edificable y su poca moral. ¿Qué haría ésta a los pies de Jesús?

Y María comienza a vaciar ese carísimo perfume a los pies del Maestro, que le sonríe lleno de ternura y comprensión. Jesús sabía todo lo que significaba la unción que le estaba haciendo María. Él no miraba las trescientas monedas de plata que costaba ese perfume. Lo que Jesús estaba mirando, era el testimonio de conversión de María. Veamos porqué:

En esa época, eran muy pocos los materiales que tenían las mujeres para embellecerse. Un polvo blanco hecho de nácar molido, aceite para hacer brillar el pelo y perfume. El perfume constituía el mayor atractivo, llamémosle la “mejor herramienta”, sobre todo, porque invitaba a la distancia. Las prostitutas (a las que añadiremos también a las mujeres “livianas” pero de la sociedad), resaltaban su atractivo más que nada con perfumes, y entre ellos, el más fino (de importación), era el de nardos.

Cuando María vuelca el perfume sobre los pies de Jesús, está mostrando no solo al Maestro, sino también a todos los hombres que la contemplaban, que ella había sido sanada por Cristo en cuerpo y alma. Era un grito silencioso, un “nunca más”. María estaba mostrando que su deseo más profundo era su conversión, su cambio de vida, ella ponía a los pies de Jesús su pasado, pero principalmente su pecado.

Y quizá lo más fuerte para María, lo que la llevaba a un compromiso de por vida, era que lo estaba haciendo a la vista de todos sus amigos y conocidos, de todos los invitados que conocían su pasado, y que seguramente la criticaban mucho, pero también disfrutaban de esos pecados.

Es una clara muestra de agradecimiento y amor, que a semejanza del de Jesús, es una amor de donación y entrega. Así como Jesús entregó toda su vida por nosotros, así mismo, María pone a los pies de Jesús toda su vida por amor a Él.

María de Betania, nos deja pues, una muestra incomparable sobre la forma de actuar cuando decimos que queremos convertirnos. Cada uno de nosotros, tendría que vaciar a los pies de Jesús nuestro perfume particular (televisión, películas inmorales, amistades perniciosas, ambiciones desmedidas, o cualquier cosa que nos es ocasión de pecado), pero hacerlo públicamente, sin vergüenzas ni miramientos, sin ocultarlo como si fuera algo perjudicial o vergonzoso, sino con el valor, la claridad y la sencillez con que lo hizo María.

Meditemos este Lunes Santo, en nuestro propio testimonio de conversión frente a nuestra familia, nuestros amigos o compañeros de trabajo, nuestra comunidad y la sociedad en general, y que sea firme nuestra decisión de tomar de una vez por todas el cambio hacia una vida más espiritual, de amistad con Dios. Es mil veces más sublime y atractivo el perfume del cielo a los del mundo, porque se pudren muy pronto, y nos dejan con esa eterna ansiedad de necesitar más.

Nuestro anhelo es que un día también por nosotros Jesús diga: “dondequiera que se proclame el Evangelio, en todo el mundo, se contará también su gesto y será su gloria”, como se lo dijo a María, la de Betania.

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