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lunes, 4 de agosto de 2008

Editorial: 5 panes y dos peces

Si observamos la lectura del evangelio de esta semana, vemos en ella, que Jesús no hizo aparecer de la nada los panes y los peces para toda la multitud, que muy bien hubiera podido hacerlo, “Denles ustedes de comer” dice a sus apóstoles, que le presentan con sentido de pobreza los cinco panes y los dos peces que traía un muchacho …Y comieron hasta saciarse 5000 hombres sin contar a mujeres y niños.

Esta lectura nos muestra, que aquello que poseemos, aunque lo consideremos escaso y pequeño, si lo entregamos a Jesús, si lo dejamos en sus manos, alcanza perfectamente para alimentar a toda una multitud, y quedarán aún muchos canastos de sobras.

Ahora bien, cabe preguntarnos: ¿Qué es lo que tengo yo para ofrecérselo al Señor?. Sobre todo suele ser esa la pregunta, cuando pensamos que nuestro radio de acción se limita a una casita de oración, o la familia. ¿Qué tengo como para que el Señor obre milagros con lo mío?

La Gran Cruzada del Amor, en su mensaje 162, nos aclara esta pregunta, cuando el Señor nos dice: “Si aman con pureza y sinceridad, aprendan a multiplicar cada vez más para que puedan repartir su amor en Mi Nombre, háganlo como su Maestro que Ha multiplicado panes y peces para toda la humanidad, hasta la eternidad. Recuerden, hijos Míos, el amor es infinito, no tiene peso ni medida.”

Es así de sencillo, tan simple, como simple es el amor de Dios. Como seres humanos, tenemos infinita capacidad de amar y de ser amados. El encargo de Jesús “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”, nos aclara aún más, porque Él nos amó sin límites, hasta dar la última gota de su sangre.

Por lo tanto, todo lo que necesitamos, es amar. Amar sin retaceos, sin diferencias, sin condiciones, sin excluir antipatías, ni preferir simpatías, sin condiciones. Solo amar buscando entregar a los pies de Cristo, un amor puro, de donación, de entrega y de sacrificio.

No es fácil, puesto que nuestra condición de imperfección humana nos jala permanentemente hacia abajo, pero por el contrario, podemos contar con la presencia de Jesús en medio de las multitudes. “Dales de comer de tu amor” nos dice al oído cada vez que nos sentamos a la mesa familiar, cada que se reúne nuestra casita de oración, cada vez que asistimos a un CASANE, a un hospital o a una cárcel. “Dales de comer de tu amor” es su pedido constante, “hazlo como Yo, como tu Maestro, que te amo sin límites, que perdono tus abandonos y tus descuidos, que te amo sin que tú siquiera me lo hayas pedido. Dales de comer de tu amor.”

Si alguna vez sentimos que no tenemos qué entregarle al Señor, basta que nos postremos ante el Sagrario, y en el silencio de nuestra alma, Él nos irá mostrando los dones que guardamos en el alma como si fuera una alacena, que a veces son tantos, que ya nos olvidamos de lo que pusimos allá.

El Señor, al pedirnos que le entreguemos nuestros panes y nuestros peces, lo hace, porque tiene sus esperanzas puestas en nosotros, porque desea ardientemente que como Él mismo nos pidió en la Última Cena, hagamos memoria de Él, y partamos nuestro cuerpo traducido en ayuda física, en tiempo, en trabajo, en servicio a los que lo necesitan, y nuestra sangre traducida en oración, evangelización, compañía, atención, cuidado, amor a tanto solitario, tanto necesitado que camina en medio de la multitud, agonizando de hambre de Dios y de sus hermanos.

El mundo hermanos, está como está, porque nos hemos acostumbrado a mirar solo hacia adentro, porque lo que no nos toca, ya no nos importa, porque preferimos hacernos a un lado en el camino si nos topamos con nuestro prójimo herido, porque hemos terminado por considerar que el prójimo solo es el que vive bajo el mismo techo, y eso, no es lo que quiere el Señor.

Cinco minutos frente al Sagrario, a los pies de Jesús oculto en la Hostia Sagrada, nos mostrarán que en realidad, son mucho más que cinco panes y dos peces que ocultamos. Nos mostrarán, que la pobreza de nuestra entrega, en realidad no es porque no poseemos, sino que no queremos dar lo que podríamos.

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