“Vengan, benditos de mi Padre…” son las palabras que el Señor promete para aquellos que a los ojos de Dios, hayamos terminado nuestras vidas como ovejas (salvos), y no como cabritos (condenados). Y no es que Él haya tenido algo contra esos animalitos, para ponerlos en ese feo lugar, pero como a la Biblia no le sobra ni una coma, resulta útil detenernos en esa diferencia, para sacar de esta lectura tan ampliamente conocida, algunas reflexiones que nos ayuden en nuestro caminar, que gracias a Dios, aún es tiempo de modificar, porque cuando llegue el momento, ya habremos elegido a las ovejas, o a los cabritos.
.Desde siempre, los humanos estamos acostumbrados a ver los rebaños de ovejas en los campos. Son como una gran bellota de lana, que cuando la vemos de lejos, va cambiando de forma muy lentamente, según van las ovejas encontrando tiernos tallos de pasto, y unas van adelantándose a las otras. Esa enorme bellota, se estira, se alarga, se redondea, y se vuelve a estirar, mientras el paso de las nubes en el cielo proyecta sus sombras que parecen hacer cambiar el color del rebaño, mientras los balidos de los corderitos no cesa ni aumenta.
Pero todo se complica, cuando en medio del rebaño (que suele ser muy común), se coloca también a chivos o cabras. Hay un viejo dicho popular que reza: “la cabra tira al monte”, y es porque los chivos son incapaces de permanecer en medio del rebaño. No se conforman con el lugar que les asignó su pastor para pacer, ¡de ninguna manera!
El chivo (o la cabra), tiene que buscar su comida en el monte, en las serranías, trata de subir lo más que puede, sin fijarse en lo escabroso del terreno. El pastor los ubica en los pastos frescos, en terrenos llanos, donde la misma presencia del rebaño les ofrece seguridad, calor y protección. La intensión del pastor, es que permanezcan juntos, porque así él podrá prevenir cualquier ataque de los lobos, porque el terreno es firme y suave, porque el pasto es bueno, y el agua abundante, pero no, los chivos tienen que subir al monte, donde las plantas son espinosas, donde están las cuevas de los lobos, donde se pierden de la vista del pastor, o sea, donde creen que pueden elegir por ellos mismos lo que los deslumbra.
Muchas veces a lo largo de cada día, el pastor tiene que correr hasta el monte para volver a llevar a las cabras hasta el rebaño, y otras tantas, los chivos aprovecharán el primer descuido, para volver a salir por sus caminos de montaña, de tal manera, que al cabo del día, las ovejas habrán comido plácidamente guiadas por el amor y los cuidados del pastor, mientras los chivos, se pasaron el día tratando de escapar, de salir de hacer aquello que les dice su naturaleza.
Entonces, podemos observar que de lo que se trata, no es solamente de vivir en un rebaño (palabra ofensiva para el orgullo de nuestros días). Se trata de una enseñanza de vida en comunidad. El secreto del rebaño, es la vida en común. Es el compartir la abundancia de los pastos, el calor de la cercanía de los demás, es seguir las huellas del Pastor, es confiar en que Él sabe mejor que nosotros dónde encontraremos lo que es mejor.
En el ejemplo de Jesús en Mateo 25, 31-46, lo que el Señor nos está mostrando es el requisito de permanecer en la comunidad, de practicar la comunidad, de encarnar ese rebaño, donde unos demos de comer, de vestir o de beber a los que no lo tienen, un rebaño en el que unos visitemos a los enfermos, llevemos consuelo a los solitarios, un rebaño en fin, en el que practiquemos en la vida de cada día, el apoyo, la cooperación y la ayuda de unos a otros. ¿Esos son los “benditos de mi Padre”!
Mientras que los chivos, cabras, cabritos, o como quiera que se los llame, aquellos que serán formados a la izquierda del trono, serán los que no quieren ver al rebaño y sus necesidades, aquellos que siempre viven con los ojos puestos en las laderas de las montañas, donde las piedras ruedan, los precipicios aguardan y el viento frío sopla sin cesar, donde la soledad de la altura los aísla mientras contemplan indiferentes al rebaño a sus pies, y el frío de la noche termina congelándoles el corazón. Y un corazón congelado, es frío, duro, insensible, es uno más de los “malditos”.
Visto de esta manera, resulta claro para aquellos que aspiramos a la alegría infinita de quedar entre las ovejas de la derecha, que lo que el Señor nos enseña con esta lectura, es a vivir en comunidad, a vernos entre todos como miembros del mismo grupo, a tendernos la mano unos a otros, y a compartir entre todos, con armonía y felicidad (léase paz), las bondades de los pastizales que Él que nos ama más que nadie, eligió para cada uno de nosotros.
Cada casita de oración, es un pequeño rebaño, parte importante de este gran rebaño que hemos venido a llamar Apostolado de la Nueva Evangelización, y que en unión a otros rebaños del mismo redil, constituimos todos juntos la Iglesia Católica, Cuerpo Místico de Jesús.
Visto a los ojos de Jesús que es amor, el Rebaño entonces, no es ofensivo ni humillante. El rebaño es comunidad, armonía, protección y servicio entre todos.
Queda así una pregunta para cada uno de nosotros, para cada una de las casitas de oración, para cada localidad, para cada Zona y a la vez para todo el ANE: ¿Damos de comer a Jesús hambriento, damos vestido a Jesús desnudo, visitamos a Jesús enfermo?, o en otras palabras, ¿Podremos ser llamados “Benditos de mi Padre”?
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