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domingo, 12 de abril de 2009

Domigo de Pascua

La tumba vacía

Hay gente que le tiene miedo a Jesús. No se puede llegar a otra conclusión, luego de tratar de encontrar algún canal de la televisión por cable, en la que se pase cualquier programa que nos hable de lo maravilloso de los hechos que recordamos esta semana.

Encontramos a “científicos”, que pasan año tras año escarbando tierra y piedras solamente en busca de “la tumba de Jesús”. Otros, que gastan enormes sumas de dinero, “demostrando” que la Biblia no es otra cosa que un conjunto de relatos, la mayor parte de ellos inventados por hombres subdesarrollados de la edad de bronce, o fanáticos políticos que justifican a su líder.

Muchos son los gobiernos “modernos”, que ocultan su odio a Cristo en nombre de un supuesto laicismo anticatólico, puesto que si un católico asiste a una procesión, es un fanático, pero un musulmán que se arrodilla mirando a la Meca en plena bolsa de Nueva York, es solo un musulmán orando.

¿Porqué después de 2000 años continúa la persecución a Jesús de Nazareth? La respuesta es simple: ¡PORQUE JESÚS HA RESUCITADO! Y sigue vivo y continúa su obra en medio del mundo que lo rechaza, y porque siguen existiendo millones de hombres y mujeres que buscan la manera de seguirlo, imitarlo y cumplir sus enseñanzas.

La liturgia de este Domingo de Pascua, desde la primera lectura, nos hablan de cosas incuestionables: “Comimos y bebimos con Él después de que resucitó de entre los muertos” nos dice Pedro. No es una ilusión, Jesús está vivo, y come y bebe con sus amigos.

Hay incluso algunos teólogos, que dicen que si en este momento se encontraría la tumba de Cristo, y sus restos mortales, no afectaría mucho a la fe, porque lo esencial ya lo dijo y sus enseñanzas son las verdaderas. ¡Qué pobreza de razonamiento!, Qué poca visión sobre la realidad del Hijo de Dios hecho hombre, reducido a un iluminado maestro de pueblo, que por avatares del destino encuentra una veta filosófica agradable a la humanidad.

La grandeza de Cristo, está dada principalmente por ser la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que en acto de obediencia a la persona del Padre, se encarnó en el vientre virginal de María, y vivió su encarnación exactamente igual a cualquiera de nosotros, compartiendo hambre, frío, dolor, cansancio sin perder su condición divina.

Jesús aceptó incluso la tortura del Calvario, y aceptó la muerte por su propia voluntad a fin de restaurar la alianza del Padre y la humanidad. Pero si Él no hubiera resucitado, si todo hubiera sido inspiración e iluminación, entonces nada valdría la pena, porque todo terminaría para el hombre con el último latido del corazón.

La resurrección de Jesús, es la prueba definitiva, indudable e imbatible, de que todo lo que había enseñado en vida, era cierto. Existe un Dios en tres personas distintas, que a lo largo de la historia y únicamente por amor a su criatura, busca restablecer la alianza que le asegure su retorno al Creador.

Desde la resurrección de Cristo, el hombre ya no puede dudar de la existencia de una vida más allá de esta vida, de la inmortalidad del espíritu, y del destino para el que fue creado, sobre todo con la filiación de hijo adoptivo del Padre, a cuyo ceno debe retornar.

Jesús fue torturado en la forma más espantosa que se podía imaginar. Fue humillado hasta el polvo, fue clavado a un madero, padeció, agonizó orando a su Padre por el perdón para sus torturadores, y por último, entregó su Espíritu y murió, fue sepultado y permaneció en la sepultura hasta el tercer día, en que resucitó glorioso, en cuerpo y alma.

A partir de ese instante, ya nada puede sucederle. Él ha triunfado sobre la muerte, que es lo máximo a lo que se puede enfrentar cualquier ser vivo. Él cumplió no solamente sus palabras, sino además cumplió totalmente todo lo que el Antiguo Testamento profetizó. Él es el Señor de señores, el Rey de reyes, y tiene el poder supremo sobre todas las cosas. ¡Ni siquiera la muerte pudo con Él! ¿Qué más puede pedir la esperanza del hombre para sentirse satisfecha y feliz?

El retorno de Jesús de la tumba nos habla de su señorío sobre todas las cosas, nos muestra su omnipotencia suprema, su sitial verdadero de Hijo del Dios Altísimo, y también frente a semejantes atributos, nos recuerda que Él se hermanó a los hombres, haciendo así posible la esperanza segura del paraíso que de tantas maneras nos relató a lo largo de su vida.

La resurrección de Jesucristo es para nosotros, y para toda la humanidad, el signo más elocuente de que estamos en buen camino, de que si Él sufrió y murió por amor a nosotros, también es posible y necesario que nosotros entreguemos nuestra vida en sus manos amorosas tal como Él puso la suya en manos de su Padre.

Terminemos pues nuestra Semana Santa, tal y como la habíamos iniciado, junto a María Santísima, Madre y guía fiel. A su lado, contemplemos a Jesús que nos sonríe con los brazos abiertos. Escuchemos el saludo a María: “Madre, estoy vivo junto a mi Padre, donde te espero para darte tu gloria junto a mí”.

Gocémonos en el corazón de María viendo la gloria de su Hijo, porque todo lo que Él dijo, se cumplió y se cumplirá en cada uno de nosotros. Lo único que tenemos que hacer para conseguirlo, es dar testimonio de su vida, su muerte y su resurrección, de la forma que Él mismo nos lo pidió: “Ámense los unos a los otros, como los he amado Yo”.

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