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viernes, 28 de agosto de 2009

Lo esencial de las cosas

Es interesante observar la correlación que existe entre las lecturas de la Santa Misa. En la de este domingo XXII del Tiempo Ordinario por ejemplo, vemos a Moisés que habla al pueblo sobre la Ley de Dios.

Moisés explica, o podemos decir predica la Ley. Hace ver los beneficios y las consecuencias de observarla y los peligros y consecuencias de no observarla. Entonces, la Ley explicada y entendida, resulta más fácil, más placentera de ser obedecida.

Si observamos, veremos por ejemplo, que de los diez Mandamientos, la mayoría empieza con la palabra “no” (no matarás, no robarás, no cometerás adulterio…), entonces para el pueblo en general, resulta antipática, restrictiva, difícil de aceptar.

Pero la Ley predicada y explicada, no es un listado de prohibiciones, sino más bien de consejos. En el fondo, los mandamientos nos dicen por ejemplo: No te conviene mentir, porque pierdes credibilidad, y terminarás perdido y solitario. Y así, cambia la perspectiva y la apertura para aceptarla y seguirla de corazón.

En el Evangelio, vemos a Jesús que discute con los fariseos porque sus apóstoles no se habían purificado las manos antes de comer. El Señor les encara la facilidad que se suele tener para cumplir aquello que es aparente, que se ve, y más fácil aún es exigir el cumplimiento cuando se está asentado en el poder.

Es que los seres humanos, tenemos una tendencia natural a complicar las cosas con el paso del tiempo. Nos gusta hilar cada vez más finito, y de esa manera, vamos cubriendo lo esencial de cualquier norma, con una cantidad de exigencias derivadas, de tal manera que las convertimos en inalcanzables, tediosas y antipáticas.

Las cosas terminan por hacerse por obligación y no por aceptación, y así la ley termina siendo depositada en alguna especie de trono en lugar de estar en el corazón de la gente.

En este Evangelio, Jesús nos pide volver a observar lo esencial, volver al meollo de las cosas, y resulta que en la Iglesia Católica, el meollo de todo, la esencia de todo es Dios Todopoderoso y Eterno, y Dios es Amor.

En la visión de Jesús, lo más importante es el amor. Es cierto que la ley de Dios debe cumplirse, pero siempre es necesario ver las prioridades en todo. Hay personas que se quedan en lo externo, en lo que se puede mirar, y pierden de vista que es en el corazón donde está lo bueno o lo malo de las cosas.

Y Jesús lo dice claramente cuando parafrasea a Isaías cuando dijo; “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, el culto que me rinden de nada sirve.”

Este pasaje, es muy expresivo en su riqueza interior, y nos invita a meditar especialmente en la forma en la que cumplimos no solamente los diez mandamientos, sino también todas nuestras acciones de cada día. ¿Llega a tener algún significado en mi vida el día de hoy? Debería ser la pregunta de cada noche. ¿Me sirvió de algo, me edificó, elevó mi espíritu?

Habemos muchos católicos que asistimos a la Misa diaria, también a procesiones, bautismos, confirmaciones o matrimonios y otras actividades religiosas, y de verdad no nos detenemos a pensar ni antes ni después, cuál es el provecho que eso dejará en nuestras vidas.

Es decir, nos apegamos estrictamente a las normas o costumbres. Preparamos hermosas flores para la iglesia, estudiamos con cuidado los trajes de los padrinos y los amigos, elegimos colores, perfumes, brillo y pompa, pero ni siquiera pensamos en el significado del acto. Asistimos, nos hacemos ver, conversamos nerviosamente esperando para correr a la fiesta, los tragos y la comida… ¿Y lo esencial, dónde y para quién queda?

Y esto no solo se aplica a los laicos en general, sino también podríamos pensar en sacerdotes que celebran, en religiosos que asisten, y en dirigentes de grupos apostólicos que organizan.

Cuántas de las personas que tienen alguna responsabilidad en los actos litúrgicos asisten únicamente para ver qué es lo que saldrá mal, en cuáles serán las fallas, quienes se equivocarán o no asistirán con el uniforme señalado. ¿Y lo esencial?

Es necesario que en toda nuestra vida, pero especialmente en lo que se refiere a nuestra relación con Dios, estemos siempre atentos a dos cosas:

Primera, que si es de Dios, DEBE realizarse con amor, por amor y para dar amor. Lo demás no importa.

Y segunda, que nuestra misión, sea cual fuere nuestra situación, puesto, cargo o asistencia, es la de mostrar con nuestros actos a Cristo que reina en nuestro corazón. Lo demás, es miseria y pequeñez.

Las palabras de Jesús al terminar esta lectura, son claras, y es necesario de urgencia tenerlas presente en todo instante. De ahí, la claridad de este Evangelio:

Escúchenme todos y traten de entender. Ninguna cosa que de fuera entra en la persona puede hacerla impura; lo que hace impura a una persona es lo que sale de ella.

Los pensamientos malos salen de dentro, del corazón: de ahí proceden la inmoralidad sexual, robos, asesinatos, infidelidad matrimonial, codicia, maldad, vida viciosa, envidia, injuria, orgullo y falta de sentido moral. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impura a la persona.” ¿Hacemos el esfuerzo de entender y aplicar esto en nosotros mismos?

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