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viernes, 18 de septiembre de 2009

Para crecer en la comunidad

El Evangelio de este domingo 25 del tiempo ordinario, correspondiente al año “B”, es de especial importancia por el tema que toca, y sobre todo una hermosa enseñanza de Jesús para nosotros, sea cual fuere nuestra condición o situación, y veamos por qué:

El ser humano (para comenzar), es un ser social por excelencia. Nadie en el mundo puede desarrollarse solo o aislado de la sociedad. Necesitamos interactuar con otras personas, convivir y relacionarnos de alguna manera entre todos, y más aún hoy, que con la tecnología tan avanzada, vivimos una verdadera aldea global.

Con muchísima mayor razón, los católicos, que por definición somos miembros de una comunidad que se llama Iglesia católica, que a su vez está formada por comunidades más pequeñas llamadas Obispados o Arzobispados, los que a su vez están formados por parroquias, las que son un conjunto de comunidades pastorales, grupos, asociaciones apostólicas, apostolados, etcétera.

No podemos olvidar que toda la doctrina enseñada por Jesús, podemos definirla como el amor de donación en la vida comunitaria, de lo cual Él es el ejemplo más sublime y que todos tratamos de imitar.

En este pasaje (Mc 9,30-37), Jesús iba llegando a Cafarnaúm, y aprovechaba el viaje para hablar a sus discípulos sobre lo que le esperaba en Jerusalén, es decir, su pasión y su muerte.

Jesús estaba hablando sobre los momentos cumbre de su vida, Aquello que había señalado en todos los momentos importantes, como “su hora”, la hora en que Él materializaría la salvación del ser humano para siempre en base a la entrega voluntaria de su vida en la cruz. ¿Podría haber algo más serio y digno de atención para sus amigos?

Sin embargo, no solo que no le entendían (o no le querían entender), sino que además, podemos colegir que ni siquiera le prestaban la atención necesaria a sus palabras. Igual que sucede hoy cada domingo, o en las reuniones de los apostolados, de las parroquias o los grupos de oración, comenzamos con una oración, pero a los pocos minutos comienzan a aparecer las distracciones, sean estas los egoísmos, los antagonismos, las antipatías o los intereses personales, y… ya dejamos de escuchar a Jesús, que quiere enseñarnos cosas importantes.

Jesús comprobó la poca atención de sus discípulos, y Marcos nos lo muestra en el Evangelio, de dos maneras: La primera por medio del silencio de todos cuando les explicaba su pasión, y la segunda por la pregunta que les hizo a los doce en la casa en Cafarnaúm “¿De qué venían discutiendo por el camino?”, que quiere decir “Mientras yo daba mi enseñanza, ¿De qué estaban ustedes hablando?” Por supuesto, la respuesta fue el silencio culpable de siempre.

Debemos considerar, que esta enseñanza, es quizá una de las más importantes de Jesús, sobre todo, porque va dirigida a los doce apóstoles, a los que los llama aparte, o sea, a su comunidad más íntima, aquella que sería la base sobre la cual descansaría en el futuro toda la Iglesia Universal.

Seguramente, fue muy doloroso para el Señor el tema que discutían sus apóstoles, pues venían discutiendo cuál de ellos era el más importante, quién sería el sucesor de Jesús, en lugar de captar el mensaje de su pasión y su muerte necesarias para el perdón de los pecados, ellos ya querían elegir (o elegirse) al sucesor.

Por eso Jesús los llamó a reunión de la comunidad, para dejar claramente explicado y para siempre, los requisitos necesarios para ser el primero entre ellos. Los apóstoles estaban muy cerca de Jesús físicamente, vivían con Él, pero espiritualmente estaban muy lejos de entender que Jesús era el Cordero de Dios y no el que destronaría a Herodes.

Entonces, estando la comunidad reunida, les dice tajantemente: “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos.” No es por méritos, no es por capacidad, por fuerza o por sabiduría. Para ser el primero entre ustedes, tienen que ser como Yo, que vine a servir y no a ser servido. Aquí no es cuánto son, sino cuánto sirven.

Y para ser más explícito, pone a un niño en medio y se los muestra como un ejemplo, una muestra de lo que debían ser, pero, ¿Por qué pone a un niño?

Hoy en día acostumbramos a pensar que eligió a un niño por su inocencia, su candor y su ternura. Pero viendo el contexto, nos damos cuenta de que en esa época, los niños no tenían ningún valor social, no eran tomados en cuenta nada más que para servir a los adultos, eran los más despreciados, a veces incluso más que los esclavos.

Y si se trataba de un niño que estaba sirviendo la mesa en la que estaban reunidos, más humilde aún. Jesús puso como ejemplo, al ser que depende de todos para vivir, al más desvalido, al que no puede pagar lo que se hace por él, al que es totalmente indefenso e inofensivo, al más débil.

La lectura de este Evangelio nos deja entonces en primer lugar la atención que debemos prestar a las palabras de Dios cuando se nos leen en la Santa Misa, en una charla o en una lectura, o en cualquier parte, porque nos traen vida, nos explican cosas muy importantes, tanto, que de ellas depende dónde iremos a pasar la eternidad cuando dejemos este mundo ¿Les parece poco?

Luego, nos deja claro, que la mejor manera de permanecer en una comunidad, es asumiendo el papel del servidor. Nosotros debemos llegar a la comunidad a ver en qué somos útiles, para qué servimos, en qué podemos ayudar a los demás. Esa es la manera de crecer, la esperanza de que algún día podamos destacar, pero no a los ojos de los demás, sino a los ojos de Dios.

¿Niños? Si, porque ellos no pueden lastimar a nadie, porque ellos no saben de rencor ni venganza, porque ellos no entienden de poder ni dominio, porque ellos sólo saben dar amor, caricias, ternura.

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