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lunes, 7 de diciembre de 2009

Meditando el Evangelio

Preparar los caminos

Comenzamos hoy la segunda semana del tiempo de Adviento, una semana más para prepararnos a conmemorar la llegada de Dios–niño al pesebre de Belén, y la liturgia nos ofrece el Evangelio de san Lucas 3, versículos del 1 al 6 (Lc. 3:1-6).

Es muy importante para nosotros los católicos, que consideremos que en cada Misa, el Señor se nos ofrece como alimento en dos formas: El Evangelio, en el que se nos da como Palabra, que por medio del Espíritu Santo nos enseña, nos guía y nos muestra el camino de la salvación, y la Eucaristía, en la que se nos entrega Él mismo en su Cuerpo, su Sangre y su Divinidad para habitar en nosotros, haciéndonos así uno con el Padre y el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad habitando en tu corazón.

Son dos regalos inconmensurables, que si los recibimos concientemente, con la debida atención y en acto de oración, enriquecerán nuestra vida de cada día con la infinidad de gracias y consuelos que tiene para nosotros la Santísima Trinidad.

Para conseguir esto, es necesario que (Espíritu Santo de por medio), dejemos de considerar a la venida del Hijo al portal de Belén como a un hecho histórico, algo que sucedió, una imagen en algunas estampitas que nos llenan de ternura por la belleza de los personajes, pero que se quedan ahí, en el papel, o como un adorno obligatorio de esta época del año en algún lugar de la casa, y que nos gusta mirar en las noches, cuando prendemos los foquitos para alegría de los niños.

Es necesario hacer que toda la familia deje de pensar en Santa o papá Noel, para que en cada familia, en cada alma se de el portento de ese Dios infinitamente perfecto, infinitamente glorioso encarnándose en la pequeñez del ser humano, simplemente por su deseo de salvarnos a todos, incluyéndonos tú y yo.

Y es que si consideramos al nacimiento de Jesús en su verdadera dimensión, no podemos dejar de situarlo como el horizonte verdadero, como el fin último de las aspiraciones del ser humano. Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, y es nada menos que Él, quien vendrá, totalmente indefenso y anonadado, en un cuerpecito nacido de las entrañas purísimas de la Virgen María, y eso sí es esperanza, es alegría, es estabilidad y paz en el alma de cada persona.

La venida de Jesús, no es solamente un hecho histórico que recordamos. Es la posibilidad de (como dice el Evangelio de hoy), “preparar el camino” para hacer de cada corazón de la familia, un portal en el que habite la Luz del Mundo. ¿Podría haber mayor regalo de Dios?

Y no nos confundamos, la preparación para la Navidad no es un llamado a hacer nuestra vida más dura, por el contrario, se trata de hacernos más libres, más felices, puesto que se trata de hacer habitar en nosotros, no a un viejito gordo de barba blanca, sino al Creador de todas las cosas.

Es un bonito acto el pensar en hacer regalos a todos nuestros seres queridos, especialmente a los niños. A los padres nos encanta ver las caritas llenas de ilusión y esperanza de nuestros hijos, aunque estos “pequeños” tengan 40 años. Cada Navidad la preparamos con todos los regalos que podemos; hasta nos endeudamos con mucho gusto, pero siempre buscamos lo mejor que podemos conseguir para ellos.

Pues Jesús es el mejor regalo que pudo ocurrírsele a nuestro Padre del cielo. Él, desde el primer instante de la creación, nos hizo a cada uno de nosotros con especial predilección. Puso en ti y en mí, lo mejor que Él sabe que necesitamos para cumplir aquello a lo que nos destinó en su corazón, y cuando vio que aún así estábamos perdidos, nos envió su más grande regalo: su propio Hijo, para que nos “explicara el camino perfecto”, como dice el salmo.

El más grande regalo que recibió la raza humana, fue el Verbo encarnado en María, ese mismo que unos cuantos años más tarde estaría en lo alto de la cruz, vestido únicamente con su Sangre bendita pidiendo perdón, porque no lo habíamos reconocido. Y allí murió, allí cumplió su misión, allí nos regaló la vida eterna, cuando su Padre aceptó su ofrenda y lo resucitó para sentarse a su derecha.

El nacimiento, la vida, la pasión y la muerte de Jesús junto a su resurrección luego de Pentecostés, han dejado de ser un relato histórico que debemos recordar en estos días. El Espíritu Santo los convierte en una realidad interior indiscutible, que nos abre el corazón a la paz aquella de la que habló Jesús cuando se despedía de los apóstoles.

Claro, si nos empeñamos en observar solo al arbolito, a las lucecitas, al viejito de barba blanca y a los juguetes, será una linda fiesta de familia, pero el 26 de diciembre, ya será cosa del pasado, y de ella quedarán solo las indigestiones, el dolor de cabeza y el ruido de los juguetes nuevos.

Pero si esperamos la Navidad en actitud de oración, en ambiente de amor y esperanza, no dudemos que el Espíritu Santo hará que el verdadero regalo, Cristo resucitado, vivo y amante, nacerá en el seno de la familia, y con Él llegarán los demás regalos que su presencia trae consigo: Paz, unidad, servicialidad, y todo lo que significa vivir en el amor. Este es el sentido verdadero de la Navidad.

Los cristianos tenemos esta ventaja única. Nadie más espera encontrarse con su Dios en esta vida. Nadie puede encontrarse con Buda, Mahoma, la Pachamama, ni ningún otro. Solo los cristianos tenemos un Dios que está vivo, y que desea con todo su infinito corazón ser uno con nosotros.

Vista así, ésta puede ser la oportunidad más grande, no solo de festejar esta Navidad, sino también la de comenzar una nueva vida de entendimiento, de perdón y de amor en cada persona, y por lo tanto, en cada familia. ¿No sería bueno entonces aprovechar bien este tiempo de Adviento, para prepararnos en familia, en cada Casita de Oración, en cada corazón, para recibir ese regalo del Padre tal y como Él espera que lo recibamos? Quién sabe… Quizá sea ésta la mejor manera de superar la angustia y los dolores de esta crisis social y moral que estamos viviendo ¿no?

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