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viernes, 29 de mayo de 2009

Domingo de Pentecostés

Para todo aquel que se siente ligado a una determinada institución, la lectura de las bases doctrinales sobre las que se asienta esa institución (cimiento sobre el que descansa toda la estructura de la misma), resulta ser una excelente vía de reflexión, de crecimiento y de mayor adhesión.

Este Domingo de Pentecostés, en vez de hacer una reflexión circunstanciada, nos vamos a limitar a copiarles un sub capítulo del documento constitutivo de nuestro apostolado "Fundamentos doctrinales y Estatutos del ANE", que precisamente se basa en el pensamiento de Juan Pablo II sobre Pentecostés y la Nueva Evangelización.

Su atenta lectura, nos puede llevar a un mayor y mejor entendimiento de nuestro diario accionar en los caminos del ANE y la Nueva Evangelización.

El retorno a la casa Paterna y la Nueva Evangelización

La marcha hacia al Hogar une al Hijo con el Padre, al Padre con el hijo. Con este retorno cumple el hombre el sentido de su existencia.
¿Y qué hace el hijo que ha vuelto a la Casa del Padre?
Vive con el Padre, lo ama, comparte, siente y ama por Él. Pero se ocupa también de lo suyo, y se compromete a que más hijos vuelvan a la Casa del Padre. Si tú has podido encontrar el Camino de retorno al Hogar, ¿qué puedes hacer por los demás?

El 30 de mayo de 1998 Juan Pablo II se reúne con los Nuevos Movimientos y Comunidades laicas del mundo. Es un día glorioso para nuestra Iglesia, para él y para todos los laicos. Es la renovación del Compromiso. Nuestro padre eclesial nos invita con vehemencia a ser Apóstoles de la Nueva Evangelización.

"De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos ellos llenos del Espíritu Santo" (Hch 2, 2-3)

A partir de esta cita, dice nuestro Pastor: "Esto que sucedió en Jerusalén, hace ya dos mil años, es como si esta tarde se renovara en esta Plaza (San Pedro), centro del mundo cristiano. Como entonces los Apóstoles, también nosotros nos encontramos reunidos en un gran cenáculo de Pentecostés, anhelando la efusión del Espíritu Santo. Aquí queremos profesar con toda la Iglesia que "uno solo es el Espíritu, uno solo el Señor, uno solo es Dios, que obra todo en todos" (1 Cor 12,4-6)".

"El de hoy es verdaderamente un evento inédito: por primera vez, los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales se encuentran todos juntos con el Papa. ¡El Espíritu Santo está con nosotros! Es Él, el alma de este admirable acontecimiento de comunión eclesial. Este es el día en que actuó el Señor: alegrémonos y exultemos" (Juan Pablo II, Roma, 31 de mayo de 1998)
Este es el entusiasmo de nuestro guía y pastor. Le interesa el compromiso del laico moderno con su Dios vivo. Desea y pide que nos comprometamos, no solo con nuestra conversión sino también con la de todos los hijos de Dios.

Justamente para resaltar la importancia de esa definición y compromiso expresa el Santo Padre, parafraseando las Sagradas Escrituras: ".... el día de Pentecostés, delante de una multitud estupefacta y burlona por el cambio inexplicable notado en los apóstoles, Pedro proclama con coraje: 'Jesús de Nazaret, un hombre acreditado por Dios entre ustedes. Ustedes lo han clavado en la cruz por manos de los impíos y lo han matado. Pero Dios lo ha resucitado' " (Hch 2,22-24) En las palabras de Pedro se manifiesta la autoconciencia de la Iglesia, fundada sobre la certeza de que Cristo está vivo, obra en el presente y cambia la vida" –enfatizó el Santo Padre ese memorable 31 de mayo.

Esta afirmación es importante: Cristo está vivo y obra en el presente y cambia la vida ¿Por qué entonces se discute y se duda de su acción, e incluso de su existencia, en la actualidad? Si ciertamente ocurren eventos extraordinarios en sumo grado, ¿no será porque tanto es el pecado y tanta la confusión del hombre, que su Dios necesita apelar a lo inexplicable para llamar su atención y despertarlo de su letargo espiritual?

"A la Iglesia, que según nuestros Padres es el lugar ‘donde florece el Espíritu’ (Catecismo 749), el Consolador ha donado recientemente, con el Concilio Vaticano II, un renovado Pentecostés, suscitando un dinamismo nuevo e imprevisto".

Los laicos de hoy, somos parte de esa renovación. Hemos dejado las vías del placer, del materialismo, del egocentrismo para dirigir nuestra mirada al cielo levantando nuestras manos, cayendo de rodillas y pidiendo perdón. Deseamos volver a la Casa del Padre y queremos ayudar a que otros hagan lo mismo. Queremos asumir nuestro rol en la parte que corresponda a nuestra vocación, siempre dentro del Cuerpo Místico de nuestra Santa Iglesia.

Continuaba el Papa aquel día: "Hoy la iglesia se alegra por el renovado verificarse de las palabras del profeta Joel, que poco antes hemos escuchado: 'Infundiré mi Espíritu Santo sobre cada persona... (Hch 2,17) Ustedes, aquí presentes, son la prueba tangible de esa efusión del Espíritu. Cada movimiento difiere del otro, pero todos están unidos en la misma comunión y en la misma misión".

"Hoy ante ustedes, se abre una etapa nueva: aquella de la madurez eclesial. Esto no significa que todos los problemas hayan sido resueltos. Es, más que nada, un desafío, un camino por recorrer. La Iglesia espera de ustedes frutos ‘maduros’ de comunión y compromiso. Jesús ha dicho: ‘He venido a traer fuego sobre la tierra y cómo quisiera que estuviera ya ardiendo...’ Mientras la iglesia se prepara para atravesar el umbral del tercer milenio acojamos la invitación del Señor para que su fuego se encienda en nuestro corazón y en el de los hermanos".

Es Dios Quien nuevamente nos invita, por medio de Su representante, a que llevemos hoy esta palabra que abrasa y quema por todos los confines de la tierra.

Concluyó el Papa aquella reflexión invocando a nuestra Madre: "A María, Madre de Jesús y Esposa del Espíritu Santo, Madre de los apóstoles, que los acompañó en Pentecostés, dirigimos nuestras miradas para que nos ayude a aprender de su "fíat" la docilidad al Espíritu.

Hoy, desde esta Plaza, Jesucristo repite a cada uno de ustedes: ‘id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16, 15) ¡Él cuenta con cada uno de ustedes!. !¡La Iglesia cuenta con ustedes! El Señor os aseguró: ‘¡Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo!’ (Mt 28, 10)

Por la gracia recibida en el bautismo, por ese encuentro personal con Jesucristo Vivo, nos sentimos llamados a vivir, en la Iglesia y para el mundo, el carisma de evangelizadores, ya que el sacerdocio común de los fieles nos incorpora como Iglesia al misterio pascual y nos hace partícipes del sacerdocio de Cristo, por la unción del Espíritu.

Ungido por el Espíritu Santo, Jesús realizó su misión de instaurar el Reino. El Reinado del Espíritu Santo equivale a la plenitud de vida, que abarca todas las dimensiones de la existencia humana. La salvación de los hombres es signo y consecuencia del reinado del Espíritu Santo, en el que podremos alcanzar todos los frutos de la redención.

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