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jueves, 9 de abril de 2009

Jueves Santo

No sólo los pies, sino también las manos y la cabeza

Hoy Jueves Santo, la liturgia nos propone un pasaje sumamente importante de la vida de Jesús. El Señor realiza con sus apóstoles una ceremonia llena de significado, de enseñanza y de riquezas, que sin embargo los mismos Apóstoles no llegaban a comprender, al extremo de que Jesús tiene que explicarles que ellos comprenderían en el futuro: "Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”.

Es necesario observar al comenzar nuestra reflexión, que la Escritura aclara que Jesús, sabiendo que se acercaba su hora, se siente colmado, completamente lleno de amor por sus discípulos. Jesús siente que nos ama “hasta el extremo”, y la fuerza de ese amor lo lleva a mostrar cuán infinito es, que siendo Dios, se convierte en esclavo, realizando la tarea más humilde.

Para lavar los pies de sus discípulos, no puede hacerlo si no se pone de rodillas frente a cada uno de ellos. El amor lo desborda tanto, que ese lavado no busca solo la limpieza, sino que busca más la caricia, el contacto de sus manos con los pies de sus seguidores, el servicio silencioso que grita la entrega total del Maestro a su discípulo.

Al contemplar por unos instantes a Jesús arrodillado, ceñido con una toalla, el corazón se derrite de felicidad, pues Él, que es el ser más poderoso, más glorioso, se postra hasta el sitial del esclavo, dando una muestra indudable de que Él ama sin condiciones ni prejuicios, que su amor es tan grande, que siente deseos hasta de servir humildemente al ser amado.

Cuánto simbolismo se encierra en esta escena, cuánto para meditar.

Indudablemente, sólo el Corazón Misericordioso de un Dios, que es amor, puede abajarse tanto, hasta tomar la carne perecedera para hermanarse a su criatura, pero no conforme con semejante muestra, ahora se postra de rodillas, y con la cabeza baja, lava los pies de aquellos que en el simbolismo de la escena ocupan el lugar de cada uno de nosotros.

Así es, Jesús lavó los pies de Juan, Andrés, Santiago, Pedro y los demás, pero al hacerlo, pensaba en mí y en ti, en tocar y besar aquellos pies destinados a caminar por las rutas de la santidad, y que sin embargo se pierden por los senderos lodosos y fraudulentos del mundo con tanta facilidad, y que sin embargo Él sigue amando como una perla preciosa, como un tesoro guardado en lo más tierno de su Corazón.

Como un signo de predilección, es maravilloso para cada uno de nosotros saberlo. Realmente uno no puede evitar sentir que el alma se llena de ternura y agradecimiento hacia ese Dios tan amable y tan amante. Dan ganas de buscarlo físicamente, y devolverle las caricias, retornarle ese acto de amor tan bello, pero muchas veces nos quedamos igual que los Apóstoles. No lo entendemos ahora… y Él, sigue esperando el después.

Si embargo, como todas las enseñanzas que nos dio Jesús para la construcción del Reino, no termina en el simple lavatorio. Esa fue la parte simbólica, el ejemplo extremo que Él usó para hacernos aterrizar en el punto clave de la enseñanza.

Al ver que los discípulos fueron impactados por la actitud y la humildad de su Maestro, Jesús aclara la enseñanza. “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis."

Y no se trata de que ahora nos pongamos una toalla y nos hinquemos a lavarle los pies a nadie, (aunque no deja de ser también una exigencia el hacerlo cuando así sea necesario). Jesús estaba dejando un punto de partida para los acontecimientos que estaban a punto de suceder. Él lavaba los pies físicos antes de cenar, antes de “partir y repartir su Cuerpo y su Sangre”. El mensaje está claro: Para participar del banquete Eucarístico, únicamente Él, representado por el sacerdote en el Sacramento de la Reconciliación, lava nuestras almas para sentarnos a la mesa con la dignidad de hermanos, de apóstoles.

“Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”. Son las palabras con las que concluye el pasaje, y esas palabras significan para cada uno de nosotros: Aprendan a amar desde la humildad. Aprendan que el amor es protección, es ayuda y servicio, es atención y delicadeza, y sobre todo, aprendan que donde actúa el amor, no queda polvo ni suciedad.

¡Qué muestra maravillosa de la forma más pura de amar!. El que ama, no ensucia al amado, más al contrario, las acciones del que ama, dejan limpio al amado, lo dejan oliendo el perfume del incienso en el que se convierte el alma cuando se dona con humildad desinteresada, y que tanto agrada a Dios.

Por otra parte, Jesús nos deja otra muestra clara. Él no se lavó los pies y pasó la jofaina y la toalla al de su lado. Él lavó los pies de los que estaban a su alrededor cuando sintió por ellos ese “amor hasta el extremo”. Él, conciente de que era el Maestro y el Señor, se arrodilla frente a su comunidad, y realiza el trabajo más humilde en bien de sus hermanos, y lo hace “con amor hasta el extremo”.

¡Qué compromiso nos has dejado Señor!, ¡Qué difícil es para nosotros no solo mostrar nuestro “amor” con palabras dulces y sonrisas, sino con hechos concretos que puedan ser vistos, evaluados y conservados en la comunidad!

Lavar los pies a nuestro hermano, no es ocultar o socapar sus debilidades. Tampoco es enfrentarlo o confrontarlo restregándole su pobreza o su pequeñez. Lavar los pies de nuestro hermano, es hacer que nuestra presencia, nuestro paso por su vida, nuestra disposición diligente y desinteresada, nuestra forma de amarlo, deje en él las herramientas necesarias para ayudarlo a que le queden limpios no solamente los pies, sino todo el cuerpo, pero principalmente su alma.

La vida en comunidad, el “Ámense unos a otros”, no implica el estar atento en "por dónde va a caer tu hermano", sino en "qué cosas buenas tiene", para comenzar de ahí a construir juntos el Reino de Dios en tu alma y en la mía. Así fue como los primeros cristianos dieron testimonio de que vivían el amor de Cristo. "Miren cómo se aman"

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