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miércoles, 8 de abril de 2009

Miércoles Santo

Aquellas treinta monedas

El Evangelio de este Miércoles Santo, nos relata los hechos que habíamos visto el día de ayer, pero relatados esta vez por San Mateo. Es muy útil contemplar estos dos relatos, porque de esta manera, el Espíritu Santo nos revela detalles y aspectos que resaltan en uno u otro evangelista, y eso indudablemente enriquece nuestra formación, y nos ayuda a aplicar más riqueza a nuestras vidas.

Hoy Mateo nos relata la negociación de Judas con los jefes de los sacerdotes. El precio establecido, quedó en treinta monedas de plata.

Se nos hace horroroso el pensar que independientemente, alguien pueda determinar cuánto vale una persona, y además, desde la perspectiva de esta época y sin conocer ni calcular cuánto significaba en ese momento esa cantidad de dinero. Al final, Jesús era su Maestro, era el hombre al que Judas siguió, escuchó, acompañó durante tres años. Judas había sido parte de los grupos que el Señor mandó a anunciar la Buena Nueva, lo que significa que Judas también había realizado, (o por lo menos había presenciado), los milagros que se produjeron en esas misiones.

Además, Judas comió con Jesús en muchas casas, Se sentó con Jesús en muchas fogatas en el camino y escuchó muchas horas las palabras de Jesús, rió de sus chistes, se alegró con sus triunfos, se entristeció con sus penas y se cansó con sus cansancios. Muchísimas veces Judas miró los ojos de Jesús, el rostro de Jesús, la boca de Jesús, las manos de Jesús.

Lo que nunca llegó a ver Judas, fue el corazón de Jesús. Él no entendió jamás, que el Reino del que les hablaba, no estaba en Jerusalén, ni tenía corte con boato, ni estaba dotado de esclavos, guardias ni palacios. Judas pensaba y esperaba un reino en el que las leyes se escribían en rollos y los jueces se sentaban en sillones adornados.

Judas no logró entender que el Reino de Jesús estaba en el corazón de cada uno, y que Jesús es el único juez, que dicta sus leyes partiendo siempre del amor y la humildad, y que su mano se levanta únicamente para comprender y perdonar.

Judas no entendió que Jesús nunca impone nada, sino que explica, enseña, pide… y espera, porque es el Dios del respeto, porque el respeto nace de los más tierno del amor, y para el amor, no existe el tiempo ni la urgencia, porque el amor no pide nada, el amor únicamente se da.

Este Miércoles Santo, les propongo que no busquemos meditaciones muy profundas, que simplemente nos traslademos (como ya les pedí varias veces), a cualquiera de los caminos de Galilea, que nos sentemos frente a la fogata que acaban de encender los apóstoles, y en silencio, sin decir nada, sin hacernos notar, contemplemos la noche al lado de Jesús, que charla, ríe y bromea con todos lo que estamos descansando de un largo día de camino.

Y mientras eso sucede, nos hagamos algunas preguntas:

¡Treinta monedas!, ¡Lo suficiente para comprar un lote de terreno! Lo grave de esto, no es el precio, sino el cinismo que se necesita, como para ir hasta los sacerdotes y aún el ánimo para negociar nada menos que al Fundador de su comunidad, al Maestro ¿Pediría Judas cincuenta y fue rebajando hasta llegar a treinta? ¿Quedó conforme, contento con ese precio? ¿Cómo es que no se arrepintió y habló con Jesús o cualquiera de los otros once para evitar aquel beso que debió quemar la mejilla de Jesús? ¿Cómo tuvo el valor de estirar la mano y recibir la bolsa con las monedas, esperar a que se forme la guardia y salir? ¿Qué sintió cuando eligió precisamente un beso para identificar a su víctima?

Se agolpan preguntas, crece el desprecio y la repulsa contra el traidor ¿no? Pero… ¿Cómo es que nosotros entregamos a un amigo, a un jefe, a un hermano mediante un chisme que lo crucifica en la comunidad o en la familia, y no a cambio de unas monedas, sino simplemente a cambio de una sonrisa de complicidad? ¿Cómo quedamos tranquilos cuando nos negamos a amparar a Cristo que toca nuestra puerta con rostro de mujer pobre o anciano pordiosero? ¿Cómo es posible que en mi recuerdo, en mi conciencia se hayan acumulado tantas cosas malas, tantos pecados, tantas traiciones que a veces son iguales o peores que las de Judas en mi vida?

Pero así como de la acción de Judas surgió el portento de la Resurrección, así mismo Jesús puede sacar la maravilla de su Reino en mí. El secreto está en que yo aprenda a mirar a Judas y a mí mismo, tal como Jesús lo miraba, lleno de amor y esperando una palabra para perdonar y volver a comenzar.

Mi Dios es maravilloso, es magnífico, porque como dice el salmo, “es lento para la ira pero presto a perdonar”. Por eso, esta Semana Santa debe quedar marcada a fuego en mi corazón. Debe marcar un antes y un después. Por eso esta meditación en lo horrible de la acción de Judas, cuyo papel yo desempeñé tantas veces. Por eso esta nueva decisión de entregarme con más fuerza, con más entusiasmo, con más alegría, porque mi Jesús, mi Dios, mi Salvador personal, aún me ama, y aún espera por mí.

Entonces es que me pongo de pie junto a la fogata, sacudo mi ropa de la tierra y las ramitas de pasto, y miro de frente a Jesús que levanta los ojos esperando mis palabras, y le digo:

Señor, estos días estoy tratando de verte más de cerca. Estoy tratando de entender mejor todo lo que significa la inmensidad de la donación de tu vida por mí, y hoy he aprendido a mirarme desde la humildad que me corresponde, desde mi pecado y mi traición, desde la facilidad con la que caigo una y otra vez, y desde la pasmosa tranquilidad con la que he pasado mi vida repartiendo besos como los de Judas.

Pero hoy te he mirado más de cerca, y he visto que tú aún me miras con amor y esperanza, y deseo profundamente mantenerme a tu lado, cambiar mi vida, cambiar este corazón que no se ablanda. Por eso mi Dios, te ruego que me lo cambies, que alejes de mi vida para siempre la bolsa con las monedas, y que tu Corazón se encarne en el mío. Ayúdame a amarte más.

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